Caminando en zigzag, dando gemidos de borracho, un hombre completamente obeso, con su pecho casi al descubierto y la toga solo colgando de un hilo fuertemente sujetado por un broche de oro, se acercó a Augusto. Se trataba del gobernador Marco Tullio, quien entró a la sala de estar en donde le estaba esperando. Su rostro obeso, con una barba de candado negro, mostraba una expresión de cansancio. Dando un fuerte gemido de dolor Marco Tullio, se sentó en la silla más cercana dispuesto a hablar con Augusto.
- Buenos días jovencito- lo saludó a regañadientes Marco Tullio intentando, torpemente, golpear su pecho en señal de saludo- tengo entendido que deseaba decirme algo con urgencia
- ¡Así es gobernador!- exclamó Augusto y, sin perder un solo minuto, le contó- Los Hunos están de camino a Roma, esta vez no solo piensan en conquistarla sino que están listos para poder lograrlo. Sé donde está su campamento principal; pero también he visto que ellos saquean una ciudad a la vez, durante su avance
- Ya veo, eso es algo grave- observó Marco Tullio sobándose su mentón con sus dedos. Mirando, con cierto fastidio, a Augusto, le preguntó- pero eso ¿que tiene que ver conmigo o con el pueblo?
- Que están cerca de Grumsier, posiblemente a cinco días. Al tercero los veremos acercarse y quintos se encontraran en las puertas de este pequeño pueblo listos para atacarlo
- ¡Torpezas!- exclamó Marco Tullio, moviendo su brazo en un ademan que mostraba estar más molesto que asustado- posiblemente una patrulla de Legionarios romanos ya hayan ido a detenerles
- ¡Casi fui asesinado por tres de ellos y no vi a ninguna patrulla en más de un kilometro! Gobernador ¡Por favor, si los Hunos llegan aquí, ellos, mataran a los hombres junto a los jóvenes y violaran a las mujeres mientras queman este pueblo hasta dejarlo en cenizas! – exclamó Augusto sintiéndose desesperado ante la negligencia de ese hombre
- Veo muy poca fe en nuestras tropas imperiales joven Augusto- lo calmó Marco Tullio con una cínica y despreocupada sonrisa - debe esperar a que los Legionarios vengan en nuestra ayuda. Usted tenga por seguro que el Cesar vendrá a tiempo
- ¡¿Entonces no hará nada para evacuar la población?!- preguntó Augusto sintiéndose incrédulo, molesto y asustado ante lo que oía
- ¡¿Para que haría eso?!- exclamó Marco Tullio sintiéndose demasiado sorprendido ante el pedido de Augusto, retomando aquella desinteresada sonrisa le contestó- viendo que usted solo pudo con tres de esos idiotas entonces imagino que no le será un verdadero desafío a nuestras tropas locales
Augusto se mantuvo en silencio al recordar que fue una mujer quien le salvo la vida. Tomando un tono más severo, insistió:
- Gobernador, si no evacuamos la ciudad antes de que pasen dos días siquiera. Lo más probable será que las mismas tropas de Grumsier sean las que se enfrenten a los Hunos y ellos son más de cien
- Je, la mayoría de los ciudadanos de Grumsier son mujeres- se rió Marco Tullio, un tono de ebriedad salía de sus palabras al hablar- no hay un ejército propiamente dicho, casi todos los hombres son muchachos de diecisiete para abajo
- ¿Qué hay de los soldados ya establecidos por parte del imperio?- preguntó Augusto extrañado, añadiendo a su pregunta- ¿por qué hay pocos hombres en este pueblo?
- Los soldados establecidos son menos de veinte hombres y estos apenas si tienen diecinueve años. En cuanto a la población masculina: esta siempre fue algo escasa en este pueblucho. Se cree que es por una maldición, que la esposa del fundador lanzó a esta tierra, esta decía que Grumsier sería una tierra de mujeres hasta el final de los tiempos. Algo similar a la mítica tierra de las Amazonas griegas. Este pueblo es un paraíso para aquellos libidinosos que solo quieren vivir en una tierra poblada de mujeres- le contó Marco Tullio riéndose de forma libidinosa al hablar
- Entonces usted realmente no piensa en hacer nada¿ verdad?- le inquirió Augusto sintiéndose apenado y asqueado por lo que ocurría
- Si pienso hacer algo: dormir…- le contestó Marco Tullio levantándose de su asiento, antes de partir añadió- y darte a ti el mando de las tropas para que les enseñes a pelear. Si pudiste con tres Hunos tú solo, entonces mas de cien no te será un gran problema y menos a los que les enseñes a pelear. Buenas noches jovencito
- Pero yo…- intentó explicarle Augusto; pero era tarde aquel ebrio ya se había ido de allí dispuesto a seguir durmiendo la borrachera
Molesto, Augusto, se levantó en dirección a la salida. Antes de llegar, una voz le preguntó:
- ¿Estás seguro de que serán cinco días, Augusto?
Se dio vuelta encontrándose con la esposa del Gobernador quien se había escondido detrás de una cortina dispuesta a escuchar aquella conversación. Ella lo veía con una autentica preocupación, por no decir un naciente terror que se reflejaba en su mirada
- Sí, quizás menos. Intenté decirle a su esposo que evacuase; pero él cree que podrá repeler la invasión si llegase a darse ¿En serio hay pocos hombres en esta ciudad?- le preguntó Augusto sintiéndose mas que enojado, aterrado y sorprendido. Esta vez se sentía muy preocupado y nervioso ante la idea de que algo malo le pasara a ella
- Así es, la mayoría son jovencitos que ni siquiera tienen los dieciocho cumplidos- le contestó Stella sintiendo lo mismo que Augusto, preocupación y nerviosismo ante lo que pudiera pasarle a su hijo y… a él
- ¿Tiene hijos, señora?- le preguntó Augusto casi rogando internamente que la respuesta fuera negativa
- Sí, mi pequeño Tisio. Él es mi orgullo y mi preciado muchachito- le contestó Stella sintiéndose más que angustiada, aterrorizada era la palabra correcta
- Entonces sáquelo de la ciudad, como sea, antes de que el día de mañana termine- le indico Augusto yéndose de allí- de lo contrario será demasiado tarde para usted y para él
Stella miró con cariño y pesar a aquel hombre, no la conocía; pero se preocupaba por ella y por su hijo sin siquiera conocerlos. Sonriendo ante esa idea, Stella, suspiró de pesar al saber que su esposo no dejaría que Tisio se largase de su hogar, mucho menos ella. Ese idiota no entendía la gravedad del asunto y en caso de hacerlo, lo más probable sería que pusiese a su pequeño en las tropas.
“Si llegase a hacer eso, juro que lo mataré yo misma antes que algún Huno” pensó Stella sintiendo una gran ira, que desconocía tener, creciendo en su corazón. Se sorprendió al ver dicha reacción suya.
¿Acaso podía ser capaz de hacer eso? ¿De matar a alguien con tal de que su hijo viviese? Stella comenzó a creer que sí, pero aun no lo sabía del todo, no aun.
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