Era un tranquilo día en Ormos en el sendero despejado que cruza la enorme planicie que es Campo Verde, lugar donde en su mayoría habitaba gente dedicada a cultivar. Para poca sorpresa de estas personas, las tierras que trabajaban no estaban exhortas de plagas de distintos tipos, desde pequeños animales que devoran las cosechas hasta insectos que convierten los frutos en sus nidos. Entre estas especies, se encuentra una muy particular llamada Torotopo, la cual se dedica a escarbar bajo las plantaciones para comer cualquier tipo de tubérculo y luego escapar. Por su puesto, hay formas de evitar estas criaturas, pero sus 40 kilos de musculo, garras afiladas para excavar y cuernos frontales que usa para atravesar el terreno e incluso romper la corteza de su comida, obligan a los trabajadores a necesitar la ayuda de personas más experimentadas en combate que lidien con estas situaciones.
En una de estas granjas, particularmente la de una joven familia que se mudó hace pocos años, el problema de estos animales apareció de un día a otro, dejando tras su paso un rastro de destrucción y patatas corroídas en los campos. Arthur Arko, un modesto aventurero, fue contratado para erradicar a dichas criaturas en el menor tiempo posible a cambio de una debida recompensa. Arthur no era una persona demasiado entrenada en la labor de ser un guerrero o aventurero de forma especial, sin embargo la paga de los trabajos que podía conseguir en este rubro era algo que le daba motivación de sobra para tomar cualquier riesgo que considerara justificado.
Después 6 días, Arthur había intentado rastrear la madriguera de los Torotopo, dedicándose a rastrear cada uno tan lejos como pudiera o tratando de capturarlos usando trampas con carnada, pero el agudo sentido de las criaturas las alertaba aun cuando él estaba lejos. Al ser su primera vez lidiando con esta clase de problemas, tenía que tratar de pensar en una solución a medida de que evitaba cualquier posible enfrentamiento, o al menos eso intentaba.
- Arko, Muchacho. ¡Buen día, llegaste extra temprano hoy! –
- Hola, Mikael. Buen día. Quizá tenga suerte y pueda alejar a esas pestes hoy.- Le respondió Arthur al granjero, quien desde temprano se preparaba para sus labores del día, al igual que él, quien quería librarse de la plaga antes de que la recompensa dejara de valer la pena.
- Con el frio del campo a estas horas te enfermaras, pasa a tomar algo caliente antes de que esas condenadas criaturas comiencen a arrastrarte por el campo, Arko.- Dijo Mikael con una sonrisa sincera.
- No tienes que recordármelo cada mañana, ¿sabes?- Expreso el joven, avergonzando por lo que había sucedido hace ya algunos días.
- No hay nada de que avergonzarse, muchacho. El trabajo del campo es sucio y difícil, pero si la vergüenza sirve como motivante a acabar con la plaga más rápido, bienvenida sea para mi cosecha y tus huesos.
Arthur sabía que Mikael tenía razón, el daño que ha estado recibiendo de todos sus intentos fallidos se ha ido acumulando en los días pasados. Su nariz sangraba de vez en cuando, sus costillas dolían al correr y su ojo estaba morado desde ayer solo demostraba lo difícil que había sido para el lidiar por primera vez con esta clase de criatura. Ahora que el día comenzaba una vez más, Mikael le ofrece el desayuno como una cortesía por los problemas que tendrá más adelante, casi como un consuelo amable que no era necesario, pero bien recibido. El calor de la comida en su interior lo reconfortaba mientras estiraba su cuerpo, preparándolo para el esfuerzo físico mientras el sol comenzaba a emerger desde el horizonte, disminuyendo el frio del Campo Verde a medida que luces amarillentas iluminaban el campo. Así comenzaba la rutina de Arthur Arko antes de trabajar todos los días, primero era preparar su cuerpo para el maltrato del arduo trabajo, luego preparar las ropas más adecuadas para su tarea del día, que en este caso sería su capa verde corta, sus ropas holgadas, su cinturón con sus herramientas y protectores de cuero, para luego encontrar algún lugar tranquilo para pensar con claridad.
Un tronco cortado cerca de la casa de Mikael le proporcionaba la paz que necesitaba para el siguiente paso, tomar una hoja de papel y un trozo de carbón de su cinturón para comenzar a contar los posibles gastos del día de hoy.
-Me quedan 67 monedas de mis trabajos anteriores, por esta región el metal es costoso así que los 3 cuchillos arrojadizos que me quedan deben costar al menos 3 monedas cada uno. Las cuerdas para caza deben valer igual y me quedan 2. – Pensó en voz alta mientras trazaba los números en el papel. – Mi espada corta está algo maltratada, pero tras la última reparación que le hice evitare tener que gastar 15 monedas por una nueva. Perdí 6 monedas entre el veneno de caza y el antídoto que tuve que usar en mí hace 3 días, además de 4 monedas en mis comidas. Mis protectores no deben superar los 10, pero no les queda mucha utilidad, así que debo tener cuidado. A mis heridas les caería bien algo de medicina, pero creo que puedo aguantar. Si me lastimo de más este día, necesitare gastar al menos 7 y es probable que pierda una de las cuerdas si mi plan funciona, en el peor de los casos perderé unos 15 para recobrar lo que gastare hoy, pero con los 40 de este trabajo, sigue valiendo la pena.
Una vez que la lista estaba hecha, Arthur solía quedarse unos minutos más a repasar de donde podía ahorrar dinero o que podría hacer para evitar pérdidas, ya fuera la posibilidad de conseguir comida en el bosque o incluso cruzarse milagrosamente con la madre Torotopo y que esta fuera de alguna manera más fácil de matar que sus hijos, para que el nido se disperse, pero muchas veces estos intentos de conseguir una solución adicional solo terminaban por bajar sus ánimos. Tras despabilar de este humor, a Arthur solo le quedaba prepararse mentalmente una vez más y comenzar a rastrear los montículos de tierra del bosque hasta hallar lo que busca y con algo de suerte, no terminar peor de cómo comenzó.
Cerca de la granja de Mikael había un pequeño bosque donde Arthur estaba seguro que se encontraba el nido de los Torotopo. Ya no había otro lugar donde buscar después de tantos intentos en los alrededores de la cosecha, además de otras granjas cercanas, pero nada parecía ser la fuente. Ahora que solo quedaba un lugar por revisar, Arthur sentía el final de esta tarea a su alcance. La entrada al bosque era tranquila, con un abundante viento que cruzaba a través de los árboles que apenas dejaban pasar su cuerpo, se sentía como un espacio completamente distinto al resto de Campo Verde, cercado por troncos de un color tan oscuro que parecían devorar la luz.
Un olor intenso perfumaba el aire de este nuevo espacio, un aroma mohoso cuya frescura se saboreaba en el aire, similar a un pantano, pero eso no tenía ningún sentido, o al menos eso fue lo que pensó Arthur, quien sabia con claridad que no era posible que hubiera un pantano a mitad de Campo Verde, el clima era demasiado soleado y los arboles muy firmes. Algo le daba un mal presentimiento.
No hay muchos usuarios de magia en Ormos, Arthur. – Se dijo a sí mismo para intentar calmarse. – Esto puede tener otra causa.
Antes de arriesgarse en la oscuridad repentina, el miedo en Arthur le dio la idea de trepar un árbol, para asegurarse de no toparse con algún Torotopo u otra amenaza, en un ambiente donde la desventaja es clara. Necesitaba pensar ahora, relajarse y dejar a su mente funcionar. ¿Qué fue lo que aprendiste en estos días de fracaso, Arthur? En el primer día pensaste que abalanzarte contra ellos sería suficiente para espantarlos, pero cuando emergieron de la tierra en grupo solo pudiste huir. En el segundo perdiste todo el día intentando seguirles el rastro después de que usaste a uno como montura y revolcó tu cuerpo cual saco de papas. En el tercero intentaste con carnada envenenada, pero antes de que lo supieras, ellos hicieron que derramaras veneno en ti mismo y te enfermaste. ¿Para qué hablar de los otros días? Usaste más herramientas pero esas fallaron, pero algo aprendiste.
Este es su aroma.- Dijo en voz alta tras un momento de lucidez.- Los he tenido de cerca ya varias veces, este es su aroma. Estoy seguro. Y por lo fuerte que es debe estar cerca, pero se supone que viven en cuevas bajo la tierra.- Afirmo mientras se quedaba pensativo, avanzando de un árbol a otro cuidando su voz y sus pisadas. Este territorio es nuevo. – Sé que estas cosas no soportan la luz, por eso eran más agresivas cuando lograba hacer que salieran de una madriguera, pero será posible que…
Ruidos comenzaron a escucharse, fuertes pasos, muy frecuentes, retumbando en la tierra, lo suficiente como para que los arboles cercanos temblaran un poco. El olor se intensifico pero Arthur no podía ver lo que estaba pasando, pero el solo imaginarlo le causaba temor.
No tengo una yesca… Necesito ver. Necesito ver, ahora. – En búsqueda de algo a su alcance, Arthur pudo mover una rama que estaba cediendo. Con cuidado dejo pasar la luz hacia el campo oscuro de Campo Verde. Su temor se incrementó.- 34, 35… No. Debe haber al menos 40 Torotopos. Este es el nido más grande del que jamás he escuchado. –
Su corazón se aceleró con violencia, atónito ante la situación que estaba frente a sus ojos. No noto su pie deslizándose por la rama, haciéndolo perder su balance. Un rugido inundo el lugar, agudo, colérico. Lleno de dolor e ira, acompañado en cuestión de segundos por otro, luego otro más. Eran las bestias, sollozando. Arthur reacciono pocos momentos después, había caído un par de metros sobre otra rama y el impacto sacudió su cabeza, antes de darse cuenta su sangre estaba cayendo sobre las criaturas que estaban en el fondo y la rama que estaba en su mano, rota, dejando pasar más luz de la que los Torotopos podían soportar.

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