Prólogo
Cuando Esteban abrió la rejilla de la jaula del canario, nunca se imaginó que este saldría volando por la ventana hacia el exterior para ya no volver. Salió de su celda y se dirigió hacia la lucera con tanto revoloteo que el niño apenas pudo reaccionar.
Pobre Esteban… se las vería duras con tratar de explicarle a su abuela por qué su adorado pajarito ya no la despertaría por las mañanas con su dulce canto. En cambio, al canario eso era lo que menos le importaba. Era libre. El viento, la luz, el azul del cielo. Jamás regresaría al oscuro encierro que significaba la jaula, ni confinaría su canto a nadie más que aquél que se lo había otorgado, como una exquisita alabanza.
Viento, nubes, cielo azul… libertad.
Abrió las plumas de sus alas y surcó con deleitoso e intrépido vuelo el amplio lienzo de azul celeste que constituía la bóveda vespertina de un pueblo que se encontraba sumido en las primeras luces del otoño. Llegó a los limites de un pequeño jardín público, y aprovechó una ráfaga de aire para avanzar hacía el centro. Pasó por unas cuantas calles de alineadas casas gemelas, pequeñas y blancas, para después abrirse paso por entre las columnas de departamentos de un fraccionamiento de cuyas estancias salían un sinfín de sonidos y risas. Dio vuelta en la calle Otawa, y se encontró con la imponente sombra de aquel blanco edificio que personificaba al museo, ilustre anciano cargado de historia y conocimiento. Tomó una tangente y bajó por una transitada avenida llena de carros, sonidos y olores de un lugar que a paso lento se iría convirtiendo de provincia a ciudad, y decidió visitar el café de la esquina, un tanto concurrido, el cual le brindo algo de sombra al pasar por bajo sus toneletes de ventana parisinos. Una dama gritó escandalizada al sentir como las plumas de sus alas le rozaban el rostro regordete, exclamando histérica algo sobre no sé que “animalejo atrevido”.
El teatro vino después, y con una desafortunada serie de eventos vertiginosos, en donde el aire se hizo el desentendido, el joven canario terminó a las puertas de un antiguo edificio de fachada victoriana.
No teniendo más remedio que cruzar el portal de dicha construcción, el pajarito, con ayuda del viento, ingresó a un mundo en donde los largos pasillos y los amplios recibidores se llenaban de ruidos, sonidos y melodías que se entremezclaban entre si con un caos de voces, timbres y tonalidades de variados instrumentos musicales, los cuales eran ejecutados por muchachos y niños de distintos portes y edades. Era la academia de música.
--- ¡Hey!, ¡Un pájaro!---exclamó un chiquillo mientras se abalanzaba peligrosamente hacia el con los brazos extendidos, asemejando los dedos a un par de garras aterradoras que el canario apenas y pudo esquivar. Se alejó rápidamente, percibiendo el grito de frustración del infante, y se dirigió piso arriba por las escaleras de barandal movedizo, logrando salir al fin por medio de una angosta ventila de cristal biselado que lo llevó al interior de un pequeño jardín circular amurallado, en cuyo perímetro se encaramaban un número par de ventanas, de las cuales emanaban las notas de diferentes piezas musicales tratando de ser tocadas por los inexpertos alumnos a quienes en esos momentos les estaban siendo impartidas las clases de flauta, clarinete, piano, y otros instrumentos. Una de esas ventanas estaba abierta, y desde ella surgió un sonido que pareció llamar su atención. Tomó este detalle para elegirla como punto de descanso y posándose sobre el marco de madera, asomó la simpática cabecita color ocre para encontrarse con la escena que se les describirá a continuación, y con la que, se podría decir, dará inicio nuestra historia, la historia de dos amigos, y sus amigos. La historia de como es que un simple encuentro inesperado puede resultar en el relato de toda una historia como esta, en la que acontecimientos simples y comunes de la vida cotidiana pueden convertirse en toda una aventura, digna de ser recordada.
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