Lizzie se limpió los botines en el felpudo de la entrada, colocó su cartera en el perchero, se quito el suéter y soltó las llaves dentro de la pequeña pecera de cristal que hacia de contenedor sobre el buró al lado de la entrada.
---Parece que alguien se está cambiando a la casa de al lado…--- dijo, alzando la voz mientras cerraba la puerta.
Nadie contestó. El interior de su pequeña casa color crema siguió sumido en un pacifico silencio. Tan solo se podía apreciar el acompasado “tic-tac” de las manecillas dando la hora en aquel pequeño reloj de ruiseñores sobre el muro.
--- ¿Sophie?...--- Peguntó después de notar la inmutable afonía conforme avanzaba al centro de la sala de estar--- ¡Sophie!--- volvió a llamar comenzando a trotar escaleras arriba.
--- ¿Soph?...
Una pequeña estancia en forma de cuadrado hacia de antesala a tres habitaciones dispuestas en el perímetro de lo que constituía la planta alta de la casa de los Lennox, la cual, resultaba ser una casa pequeña; en ella no se guardaban grandes lujos ni riquezas, pero que no por eso era una casa con un interior desprovisto de belleza y comodidad.
Asomando la cabeza al interior de una de las tres habitaciones, Lizzie rectifico su sospecha de que ahí no había nadie, así pues, avanzó hacia el centro de la antesala, y situándose justo en frente de la puerta del baño, trató de alcanzar un pedazo de soga que colgaba de una pequeña perilla de madera que sobresalía del cielo raso.
--- ¡Pufff!---resopló con fastidio a causa de su falta de agilidad.
Suspirando, se dirigió hacia el baño y sacó un banquillo de madera que usó para elevarse y así alcanzar el cordel; se tomó de el con ambas manos, y quedándose suspendida, espero a que las bisagras de la portezuela cedieran, mientras las puntas de sus pies apenas y tocaban el asiento del banquito.
Tardó un poco, pero finalmente los goznes tronaron, y una plataforma de escaleras plegables se abrió paso desde las alturas. La entrada secreta a la guarida había sido develada, y ahora un pequeño hueco en forma de cuadrado hacía de portal hacia aquel ático en el que se guardaban un poco más que cajones con objetos viejos.
Ese era el lugar en donde Elizabeth y sus amigos de infancia disfrutaron de los juegos de la niñez temprana, desordenando y volviendo a acomodar el sin fin de juguetes, telas y libros almacenados en aquellas viejas cajas de cartón dispuestas sobre las estanterías de tablas de madera que se habían puesto para bien aprovechar el espacio. Pero el tiempo había pasado, y ahora que esos juegos habían quedado atrás, y aquellos niños se habían convertido en adolescentes, Lizzie consideraba a ese lugar como su guarida; ese pequeño rincón de su casa que solo destinaba como espacio artístico y de inspiración, para trazar líneas de dibujo, garabatear palabras en un cuaderno, o simplemente ponerse a soñar un carrusel de ilusiones mientras observaba a través de una de las ventanas que ahí había.
Lizzie subió la escalinata como si fuera un gato y asomó la cabeza por el agujero hacia el interior del cuarto. Allí arriba, muy al contrario de lo que todo el mundo se imaginaba, se encontraba bastante acogedor, pues parte del ático estaba provisto de un tramo del sistema de calefacción que resultaba ser bastante útil en los momentos cuando comenzaba a colarse el frio, y gracias a las dos pequeñas ventanas encaramadas sobre dos de los cuatro muros del cuarto, una buena cantidad de luz entraba y proporcionaba al ático de un ambiente bastante bien iluminado. Las paredes arregladas y los tablones del piso bien barridos; los cristales de las luceras sacudidos y las vigas del techo bastante limpias. Al ático, se procuraba, tenerlo en el mismo buen estado que el resto de la casa, dedicándole también un par de horas de aseo a la semana. Todo ahí se encontraba arreglado y más o menos limpio. Las estanterías improvisadas de tablones de tronco se distribuían en pares por diferentes partes de los muros. Un mueble, fabricado de madera, hacía de estante para almacenar varias cajas de plástico en cuyo interior se guardaban un sinfín de objetos variados, como material de costura, herramientas para la ferretería, para manualidades y de utilidad escolar, y un montón de cajas (algunas de cartón, otras de madera) se encontraban agrupadas en ordenado apilamiento en una de las esquinas de la habitación. Ahí, sentada sobre esa torre de paquetones, se hallaba una muchacha, que con lápiz en mano, trazaba con ágiles movimientos sobre una hoja de papel de un bloc de notas, fijando fruncidamente la mirada sobre un punto que no sobrepasaba mas haya del borde del cuaderno. Lizzie comprendió entonces por qué nadie le había contestado anteriormente, y es que cuando a su hermana le daban “arranques de dibujo” como aquel, no hacía ni prestaba atención a nada más.
--- ¡Sophie!--- volvió a exclamar la chica desde los escalones.
Esta vez la muchacha del lápiz atendió al llamado y levantó la mirada, dejando así a la vista, el rostro de la que Lizzie conocía como su hermana menor.
---Hola---le dijo, sonriendo con sorpresa.
A Lizzie siempre le había agradado la sonrisa de su hermana, por que cuando reía, la punta de su nariz, que formaba un pequeño triangulo en el frente, se jalaba hacia abajo, mientras que en sus labios se dibujaba una risueña “V”. Su boca era pequeña, de labios delgados, pero su sonrisa era grande y bonita.
--- Sophie, creo que alguien se mudará a la casa de al lado.
EL rostro de Sophie pareció no comprender bien el mensaje en primera instancia. Su atención estaba concentrada aún en el cuaderno sobre su regazo.
Físicamente, a Lizzie su hermana le parecía muy bonita. Tenía el cabello de una tonalidad como los granos de café molido y lo llevaba corto, en un bob de rizos que tendían a desordenarse, enroscándose a su antojo. Su rostro era alargado, y el tono de su piel apiñonado. Sus ojos eran grandes y brillantes, de un tono castaño oscuro, y su nariz, a comparación de la de su hermana, tenía el puente más largo y la punta más fina. Tenía una figura delicada, con brazos largos y piernas elegantes. Todo en ella era elegante, hasta la forma en que aplaudía. Muchas veces, a causa de esa atmosfera aristocrática que mostraba, a Sophie le mal interpretaban, y la consideraban una persona orgullosa y poco amistosa. Pero nada podía estar más lejos de la realidad, pues Sophie en realidad era una de las personas más agradables con las que uno podía estar. Era cierto, no hablaba mucho, y costaba un poco ganarse su confianza, pero una vez superados estos obstáculos, no podías encontrar amiga mas confiable, sensata y fiel que Sophie. Tenía un excelente sentido del humor, y una mente muy creativa. Le encantaba crear cosas de papel cartón o plastilina, y pasaba horas (incluso días) dibujando e ideando historias graciosas para contar a forma de historietas. Le encantaba lo gracioso, le gustaba mucho reír. También, al igual que Lizzie, conocía de música, y estudiaba las notas a forma de partituras para flauta transversal, el instrumento que ella interpretaba. Pero prefería dibujar… ese era su pasatiempo favorito. En las esquinas de sus libros y cuadernos siempre se podían encontrar los mas cómicos y bien hechos trazos de algún personaje dibujado a lápiz o plumón; o en un bloc de notas en blanco, que llenaba con caricaturas y trazos hasta el último rincón.
--- ¿En serio?--- preguntó con voz contrariada, despertando por fin de su trance. Su voz era mas baja, no tan aguda como la de Lizzie, pero igual de suave.
--- ¡Si!---contestó Lizzie desde la entrada--- He visto al entrar que descargaban muebles de un camión de mudanza y los llevaban hacia el jardín---dijo al momento en que se precipitaba hacia la ventana.
Sophie dejó de lado su cuaderno, se puso el lápiz detrás de la oreja, y también se acercó a la lucera.
---Oye, es cierto…---dijo con tono convencido.
Ambas chicas se hincaron ante la ventana. Así, comenzaron a observar como desde el camión estacionado desmontaban cosas y las introducían hacia el jardín vecino, haciéndolas avanzar en forma de un desfile de objetos que, como apreciaron desde la ventana, eran bastante lujosos.
Afuera, el ambiente había tomado ya una apariencia más gris y húmeda a causa de la lluvia amenazante.
--- ¿Quién se estará mudando?---preguntó Lizzie, susurrando.
---No lo sé---contestó del mismo modo Sophie.
---Debe ser alguien de dinero, por que no cualquiera tiene ese tipo de muebles…
---Si, y tampoco cualquiera se mudaría a una casa que necesita tanta manutención.
---Si, es cierto. Las habitaciones necesitan mucha calefacción.
---Y mucha iluminación… ¿Recuerdas los candelabros?...
--- ¡Si!, y ese jardín también necesita mantenimiento. Ha estado mucho tiempo sin cuidado… ¡Mira esas lámparas!
Lizzie había saltado, casi hasta ponerse de pie cuando vio a un hombre cargar aquel par de lámparas de pie que mostraban pantallas de tela color hueso y un diseño en relieve sobre sus largos soportes de madera tallada. A ese dúo de lámparas le siguieron un par de sillones de tapiz dorado con bordados blancos y un hermoso y enorme librero de madera laqueada con color vino, el cual causó bastante trabajo a los cargadores que realizaban la mudanza, pues se veía que era pesado. Un par de jarrones para exteriores aparecieron entonces para ser bajados por la rampa levadiza del camión. Eran como vasijas romanas, labradas en cerámica naranja, y pintados con detalles de uvas y vides.
Así, el desfile de cosas siguió su transcurso hacia aquella casona vieja. Y de repente, Lizzie se estremeció.
--- ¿Acaso es…?... ¿Un piano?
Las chicas ahogaron un grito, y sonrieron emocionadísimas.
--- ¡Es un piano!...---exclamó Sophie.
--- ¡De cola!---la apoyo Elizabeth--- ¡Pero qué hermoso es!
En efecto, el instrumento se veía muy bello, soltando tenues destellos provenientes de la capa de laca acaramelada que lo cubría. No era negro, como la mayoría de los pianos de cola. Este conservaba el color de su madera, y en ella se podían apreciar ciertas manchas esparcidas por todos lados, dándole una apariencia marmoleada.
--- ¡Más vale que tengan cuidado al bajarlo!--- dijo Sophie amenazante hacia los cargueros--- ¡Eso es una cosa hermosa!, ¡muy hermosa!
Y si tuvieron cuidado, pero justo en el último momento, el piano se les escapó, y tuvo un aterrizaje sobre la banqueta un tanto rudo, haciendo que se efectuara un vibrar sordo de cuerdas al golpear sus patas delanteras con el suelo.
--- ¡Desgraciados!...--- exclamó Sophie apretando los dientes.
Lizzie también se disponía a decir algo contra la desaprobatoria acción de los trabajadores, cuando algo más salió del interior del camión. Algo que iba guardado en un estuche duro color café con una forma bastante peculiar.
--- ¿Un chelo?...
¡Sí!, ese era un violonchelo guardado en su estuche.
Las chicas abrieron la boca con exageración y quedaron encantadas, pero al mismo tiempo, mas intrigadas, ¿Quién era la o las personas que se mudaban a la casona de al lado?
Fue cuando el dulce sonido de una voz, una que ellas conocían bastante bien, las llamó desde abajo, pronunciando sus nombres con cariño.
--- ¿Lizzie?... ¿Sophie?
Era la voz de su madre, a la cual le siguió el conocido y querido saludo de su padre. Luego recordaron la jugosa promesa de lasaña con ensalada de espinacas de la tarde anterior y el orden de prioridades cambió.
Tenían hambre.
Así, el par de chicas decidieron dirigirse escaleras abajo, recoger la escalinata y cerrar la portezuela, dejando encerrado en esa habitación el pendiente misterio por resolver.
¿Quién sería su nuevo vecino?
Alguien que seguramente tendrían tiempo de observar en otra ocasión, desde las ventanas de su buhardilla.
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