Su primera mañana en la escuela había sido agradable, bastante más cordial de lo que él había imaginado.
La frase que le había dedicado a su hermana en la entrada del colegio resultó cierta, cosa que (aceptó con algo de vergüenza) le sorprendió bastante. No todos sus inicios en lugares nuevos habían sido buenos en el pasado, pero en esta ocasión, parecía que sería diferente, y eso, era bueno.
Varios de sus compañeros de clase se le acercaron en el transcurso de día para saludarle e intercambiar algún pequeño diálogo o algunas preguntas, en especial un par de chicas que, después de volver a preguntar por su nombre, cuestionar de donde venía e investigar algunos de sus gustos en dulces y grupos de música, tuvieron el gesto de invitarlo a salir el viernes por la tarde.
---Iremos a la feria que se hace en el estacionamiento cerca del teatro. Cada año la hacen, pero como se acerca el día de Halloween van a abrir la casa del terror y se pondrá todo muy cool.---había dicho una de las chicas, la bajita, de cabello corto y rubio que tenía bonita figura.
--- ¡Si!, debes venir, te va a encantar. Además, podrás conocer a todos los demás.---contribuyó su compañera, la delgada de cabello negro, lindos modos y voz resonante.
---Nos reuniremos aquí, en la entrada de la escuela, como a eso de las ocho, e iremos para allá… ¿Te apuntas?
Joshua contestó que sí. Era bastante pronto como para integrarse a un grupo de amigos, pero hasta cierto punto, esto le alegraba. De todos modos, así había sido la forma en que él y su mejor amigo, el de toda la vida, se habían amistado, espontáneamente y sin reparos.
--- ¡Cool!, te esperamos.
La chica rubia le dedicó un guiño de lo más coqueto y ella y su amiga (quien se despidió agitando la mano) salieron por la puerta, hablando en susurros y dedicándole a Joshua miradillas sibilinas. Dichos comportamientos de las chicas hacia él no le parecían extraños. Siempre era la misma: sonrisas y risitas furtivas, pláticas sosas y chistes por un tiempo, y después, todo se calmaba. Y es que, él mismo buscaba esto, pues ser el centro de atención no le parecía agradable.
Pasó el tiempo de receso, le siguió la clase de química y otra de idiomas. Después comenzó la de la clase de deportes, pero el prefecto llegó a avisar que por causas de salud, el profesor se había tenido que ausentar ese día y no habría clase. Así Joshua se encontró volviendo a “La casa” una hora más temprano de lo que planeaba, razón por la cual tuvo que comenzar a idear el cómo llegar ahí, pues su padre aún no terminaba el turno en la clínica y le era imposible pasar por él. Pedir un taxi desde la dirección de la escuela era una buena opción, pero al consultar su billetera reparó en la minucia de que, a causa de las prisas con las que habían salido en la mañana, no había agregado más cantidad al ridículo monto de dinero que apenas y se apreciaba en el interior.
---Podrías caminar. Me parece que no tardarías mucho en llegar. En este pueblo, todo queda cerca.--- sugirió Giulietta, fingiendo molestia mientras le entregaba a Josh un billete en la mano.
---Gracias pulga…te lo pago después…
El taxi ya estaba en la entrada cuando Joshua se acercó a la reja. Se apresuró a abordarlo y darle las indicaciones al chofer del auto de a donde tenían que ir. Justo cuando comenzaba a moverse, un par de chicos pasó corriendo al frente y cruzaron la calle. Una de ellos había sido la chica que se le había quedado observando cuando él se disponía llegar hasta su pupitre.
El color de su suéter le resultaba más que familiar. Estaba casi seguro de que había visto ese tono de rosa viejo, escabulléndose entre troncos, hojas y arboles aquella tarde en que la melancolía le había empujado a buscar un rato de suspiros bajo un viejo roble.
¿Sería ella aquella persona que escapaba?
¿Por qué había huido de esa manera?
Pensaba aún en esto cuando llegó a “La casa” y se sentó al piano. El encuadernado de Chopin aún descansaba sobre el instrumento, abierto en uno de sus nocturnos favoritos, y el teclado se disponía de una forma más que accesible para que él posara sus dedos y comenzara a tocar. Sin embargo, una idea le rondaba la cabeza desde que hubiera abierto la puerta y entrado al silencioso vestíbulo de aquella casona repleta de cajas de mudanza y aroma a aceite para madera:
¿Y si salía a esperar a que aquella chica apareciera de nuevo en aquél roble?... Si ya se la había encontrado ahí, de seguro que volvería a hacerlo.
Tamborileó nervioso sobre su muslo con los dedos, sopesando sus certezas, y llegando a una conclusión, reclinó el rostro hacia el piano, colocó las manos, y Chopin comenzó a sonar.
…
El aire era suave cuando Joshua, habiendo terminado de lavar la loza que se utilizó en la merienda, salió por la puerta de la cocina hacia el jardín trasero y se dirigió hacia el sendero bordeado de árboles que se disponía de detrás de “La casa”. No podía llamarla de otra forma. Aquel edificio color ocre no era “Su casa”…o al menos, no todavía. Tal vez ya pronto todo sería como debía ser. Pero…mientras… tendría que tocar mucho Chopin.
---“Ten hijo… toca todo lo que hay en esto mientras termino con lo mío…”--- le había dicho su madre, entregándole el viejo encuadernado guinda en donde se recopilaba todo su repertorio de Chopin.
--- ¿De verdad?... ¿Tú no lo necesitas?--- le había preguntado él, casi incrédulo en presenciar como su madre le entregaba el preciado monto de partituras que bien sabía, él siempre sacaba a hurtadillas de su estudio.
--- ¡Claro!, ya cuando nos reunamos quiero saber que tanto pudiste avanzarle…
El sonido de la risa de su madre le vino a la memoria tan claro como si estuviera escuchándola en ese momento. El dorado de las hojas que dormitaban en el suelo se parecía a su cabello, que en aquella ocasión llevaba sujeto con un lápiz a la nuca y la imagen de Giulietta corriendo a abrazarla unos instantes después de que acordaran lo del cuaderno, se reprodujo en la mente del muchacho tan claro como una secuencia de película.
A Joshua, los recuerdos lo seguían, y de ellos tomaba lo que necesitaba para su presente. En ocasiones eran consejos; otras, sensaciones. A veces tan solo los contemplaba en silencio, perdiéndose en los sonidos simplemente por querer hacerlo.
Las hojas secas crujían bajo las suelas blancas de sus chuck taylor a cada paso que daba; ya casi llegaba hasta donde recordaba, se encontraba el roble, y de repente le entró la curiosidad por saber si a caso, la chica habría hecho lo mismo que él se disponía.
---Debí haber venido ayer para checar. Tal vez ella vino. Pero había que ir al supermercado, porque si no, Giulietta hubiera muerto aplastada por tanta bolsa de víveres que obtuvimos.
Dicho pensamiento le hizo sonreírse. Reírse de su hermana era un bien necesario y un cobro justificado, pues ella se burlaba de él a todas horas.
Metió las manos a los bolsillos de su chaqueta militar azul y jugó con los dedos alrededor del borde del botón que aún se encontraba en el fondo de uno de ellos. Comenzaba a hacer más frío y el aire soplaba con más brío. Las hojas secas de los arboles crujieron en coro al recibir la renovada brisa, y un montón de ellas fueron arrebatadas de sus ramas. De repente, un sonido llegó desde la distancia, uno que indudablemente Joshua había escuchado ya, en repetidas ocasiones, mientras realizaba ensayos con alguna de las orquestas con las que había participado a lo largo de su vida.
Era el sonido de un violín, y de uno que estaba siendo muy bien ejecutado a su parecer, aunque la melodía que se interpretaba, no lograba reconocerla. Sonaba a algún tipo de danza escocesa o irlandesa. Algo celta.
Apresuró el paso y cruzó el umbral entre dos abedules bastante desnudos para así poder encontrarse con una escena que decidió, formaría parte del repertorio de sus recuerdos recurrente:
Una muchacha, la misma de su clase, con su suéter rosa y los pies descalzos, daba brinquitos encima de la hilera de rocas negras que aparentaba ser un muro a medio construir, tocando el violín y danzando con una agilidad que parecía asemejarse a la de un gato juguetón.
¿Cómo hacía para no perder el equilibrio?... ¿Cómo lograba tocar en movimiento?
Sus ojos cerrados, los dedos sobre el diapasón tocando y en el rostro la expresión de alguien que de seguro amaba hacer lo que hacía en ese momento.
No era el sonido al que le habían acostumbrado escuchar en el conservatorio o academia de música. Sin embargo, le agradaba, porque era el sonido con el cual relacionaba las noches de navidad en casa de su tía Stephanie y su tío Shawn en Londres y que también le hacía recordar a aquel violinista regordete y alto que formaba parte del grupo de músicos callejeros, amigos de su madre, que en ocasiones pasaban alguna que otra noche de verano en Luca, rodeados de poesía, queso, buen vino y sana diversión.
La muchacha dio un tirón del arco del violín, causando que algunas cerdas se desprendieran del leño y, saltando hacia el follaje, dio fin a su interpretación, abriendo los brazos con una expresión de libertad que se le reflejó en la mirada, cosa que inmediatamente se esfumo al encontrarse con el hecho de que había estado siendo observada.
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