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Cuentos De Khuarhya

—De Hurofalcos y coles (parte 1)— editado

—De Hurofalcos y coles (parte 1)— editado

Aug 23, 2021

De Hurofalcos y Coles
—¡GWAAAAAAA!— se escuchó un grito ahogado entre incontables pelotas esponjosas. Un chico de entre 18 y 20 años, vestido con un viejo uniforme militar, delgado y de tez pálida como hueso con marcadas articulaciones, cabello corto y ojos negros ensombrecidos por ojeras, yacía sepultado en un mar de plumas y colas a mitad del campo de siembra. Su nombre era Íthil.
Mientras, en un árbol cercano a las orillas de la plantación de coles, se encontraba un jovencito de cuerpo fino, ojos color miel y pelo brillante y claro, de no más de un metro cuarenta. Vestía un chaleco a cuadros de lana y un corbatín rojo de seda fina, que dejaba ver su procedencia de familia adinerada. Colgaba inconsciente de sus ropas en una rama alta; Jacob Mahogani era su nombre.
Al fondo, una chica de cabello rubio y cuerpo musculoso, de casi un metro noventa de altura, con el nombre de Mina Reebs, se encontraba enterrada hasta la cara en coles. Portaba con facilidad una armadura ligera con un cinturón que llevaba viales con pociones curativas.
Todo esto pasaba después del primer encuentro entre los aventureros y una horda maligna de unas pequeñas criaturas mitad halconcillo y mitad hurón. Estas soltaban risas burlonas, algunas movían la cabeza arriba y abajo amenazadoramente, mientras otras emitían un incesante y agudo "kek, kek, kek, kek...". Los Hurofalcos, como los granjeros los llamaban, abrumaban cien a uno.
—¡SUFICIENTE! —gritó Mina. Energías rojizas la envolvieron, generando una pequeña explosión donde se encontraba. Su cuerpo musculoso creció y transmutó en escamas y colmillos; sus manos crecían como cimitarras frontales para finalmente dejar ver un dragón: un Torrenta Ataradon, caracterizado por ser explosivo en carácter e increíblemente fuerte.
Cientos de coles fueron lanzadas por los aires, mientras un grupo de granjeros boquiabiertos contabilizaba las pérdidas causadas por los Hurofalcos y los aventureros, que ya rebasaban su presupuesto inicial.
—¡Espera, Mina, espera! —gritaba Íthil, mientras veía cómo su compañera, en furia, perseguía a los Hurofalcos por el huerto, arrojando carros, toneles y herramientas por igual. Los Hurofalcos solo reían mientras huían sin ser alcanzados. Mientras que Jacob recobró el conocimiento al sentir el suave golpeteo de coles de dos o más kilos arrojadas sobre su cuerpo. Mina destruía todo a su paso sin detenerse.
Al ver que una de sus víctimas oponía resistencia, se juntaron en una parvada sólida y arremetieron con todo en un ataque sin precedentes, visto en esa batalla que los granjeros recordarían como el día que fueron a la quiebra.
Chocando en un aparatoso accidente de garras, escamas y plumas, los Hurofalcos volaron por el aire de manera casi artística, derrotados y con su formación rota, se reagruparon y escaparon al bosque cercano, mofándose de los aventureros e incitándolos a perseguir a su casi derrotado enemigo.
Jacob, ya en tierra, le extendió la mano a Íthil, el cual solo refunfuñó. Levantándose por sí mismo, señaló con un ligero movimiento de su mano:
—¡Demando venganza! —dijo Íthil mientras apuntaba al bosque.
Los aldeanos, al ver a los aventureros prepararse para ir al bosque, vitorearon al unísono, ya sea por la inminente derrota de los Hurofalcos invasores o tal vez solo se alegraron por los tres despistados que dejaban el huerto al fin.
Con el sol poniéndose a sus espaldas, los aventureros se adentraron valientes y sin miedo al bosque. Cubierto de nieve y frío, dejaba ver un paraje blanco con escasas hojas y bancos de arbustos salpicando aquí y allá, creando sombras y escondrijos de donde en cualquier momento los aventureros podrían ser atacados nuevamente por sus pequeños adversarios. Después de unos minutos de caminata, pudieron sentir el revolotear de la parvada no muy lejos.
—¡Por aquí! Veo nieve removida en este sendero —dijo Íthil. El frío del atardecer ya se sentía; nubes de vapor salían de sus bocas mientras discutían entre ellos. Los tres aventureros sabían que debían ser rápidos para no ser atrapados por la noche y la helada. Se prepararon para el encuentro.
—Recuerden, aún falta ver dónde están los animales de granja faltantes. No creo que los Hurofalcos se los hayan comido —rio Jacob, siguiéndoles el paso. La nieve dejaba oír su característico crujido en cada pisada.
—¡Solo nos tomaron por sorpresa! Ahora no dudaré en atacarlos con todo, pequeños avechuchos —Mina dijo mientras cerraba el puño con enojo. Cientos de Hurofalcos se reunían curiosos en las ramas. Lentamente, lo que parecía follaje en los árboles distantes tomó alas y se movilizó, rodeando a los aventureros. Los ruidos de alas y graznidos combinados con chasquidos comenzaron a intimidarlos; ya no sonaban como los burlones animales que enfrentaron en la granja. Todos sintieron un peligro real y diferente viniendo de ellos.
—¡No recuerdo que fueran tantos! —Nervioso, Jacob se armó con un disco metálico plateado, con un mango central y adornado con líneas inclinadas parecidas a un cúter, como si estuviera segmentado. Este era un chakram que él mismo había fabricado y modificado.
—Saben, creo que en el bosque tienen ventaja y con sus números puede que nos ganen —Íthil rio un poco mientras todos estaban espalda con espalda.
—¿Eso es pensar un poco negativo, no crees, Íthil? —preguntó Mina.
—Negativo nunca, tal vez realista o un poco fatalista —Íthil dijo triunfante a pesar de la situación. Mina y Jacob voltearon y lanzaron una mirada de sospecha y duda a Íthil.
Los tres aventureros trataban de identificar los números reales de la parvada, mientras un sonido raro y perturbador retumbaba en el fondo: un gorgoteo muy diferente al hecho por los Hurofalcos comenzó a resaltar. A su alrededor se juntaron interesados varios Hurofalcos que con sus pequeños ojos penetrantes miraban curiosos a los guerreros. Estos rápidamente perdían los ánimos de lucha al ver tal cantidad de pequeños rapaces.
Justo cuando todo parecía ir de mal en peor y los aventureros decidieron arrojarse con lágrimas en los ojos, enfrentando su derrota, la atención de los Hurofalcos se vio dirigida a un par de objetos redondos y amarillos que destellaban en el hueco de un viejo y enorme árbol, del cual un chasquido fuerte seguido de una especie de ronroneo detuvo en su lugar a todos los combatientes. Estirando los cuellos, los Hurofalcos giraron en conjunto sus cabezas para mirar fijamente al árbol. De este, un par de brillantes ojos amarillentos los miraron de regreso. El movimiento coordinado de los Hurofalcos, más que ser lindo, causó un escalofrío en los aventureros que inmediatamente supieron que algo andaba mal.
Rugiendo, aquellos ojos se cimbraron. Los árboles crearon un otoño de plumas y graznidos mientras los Hurofalcos se dispersaban en todas direcciones y se perdían en el bosque. Arrojando un suspiro de resignación, Íthil, Jacob y Mina cargaron en dirección contraria del enemigo mientras se retiraban tácticamente a un lugar con mejor visión. El par de ojos no les perdió la pista ni un momento y los seguía incesantemente por el bosque.
—¡Rápido! Debemos salir a un lugar sin árboles, aquí no debemos luchar —Íthil señaló un sendero amplio que parecía llevar a una planicie. Justo al tomar el sendero, la criatura empezó a rodearlos mientras el grupo mantenía el paso. Íthil, girando repentinamente y apuntando a la derecha, usó una varita de madera blanca, con el mango recubierto de piel negra, recitando con voz firme:
—[Stella Secare]— La varita formó en la punta una esfera no más grande que una naranja, para salir despedida violentamente, creando un trayecto espiralado en la nieve del piso y golpeando algo en la oscuridad, emitiendo un chasquido rugiente de dolor. El olor de la sangre llenó el área, mientras que con un grito adolorido se alejó de ellos.
Daban ya cerca de las 9. Con frío, húmedos y asustados, el grupo se adentraba en el bosque en busca de los Hurofalcos que se habían retirado; al fin y al cabo, sin pruebas de su derrota no habría paga.
Los sonidos del bosque nocturno los engullían, mientras que el frío se agudizaba cada vez más.
—Odio las plumas y coles —Íthil temblaba mientras repetía la frase como mantra. Jacob, mientras tanto, temblaba como un pudín, en cuya nariz colgaba orgullosa y congelada una larga y cristalina secreción verde. Otra historia era para Mina; ella, por su parte, luchaba frenéticamente por tratar de meterse a la boca un desafortunado Hurofalco moteado cautivo. Este temblaba, mojado por la saliva que salía de la sonrisa de Mina como un hilo brillante que fluía interminable, y en sus ojos se marcaba una espeluznante mirada.
—Ufufufufu, pequeñito, no te preocupes, solo deja que pase, todo acabará pronto y te sentirás mejor.
—Tal vez deberíamos apurarnos a salir de aquí, no creo que solo eso la llene —decía Jacob mientras se dirigía a Íthil.
—En el peor de los casos, tal vez te coma a ti primero —Íthil rio burlonamente mirando de reojo a Jacob.
—¡EH! ¿Por qué a mí? —Asustado, Jacob respondió.
—¡Aguarden! —indicó Mina elevando su mano mientras amarraba al Hurofalco y forzadamente lo metía en la mochila. Ya llevaban aproximadamente dos horas desde su anterior encuentro, en donde un ser no identificado los había acechado. Afortunadamente, Íthil la hirió y ahora estaban rastreándola.
Pero para el infortunio de este grupo, solo viajaban en él un guerrero, un herrero y un mago; ninguno de ellos tenía experiencia en el campo de la caza y búsqueda, así que aquel animal se estaba comportando como todo un verdadero ninja, despistando continuamente al grupo.
—¡Miren! ¡Ahí! —dijo Íthil. Una mancha de sangre roja y brillante emitía vapor en la invernal noche, mientras se mezclaba con la nieve y tierra.
—¡Sí, la dañaste, Íthil! —dijo Jacob animado, iluminando con su lámpara de aceite el área.
—Aún queda por derrotar a la criatura, Jacob, aún no festejes, podría comerte de una mordida con tu altura —Mina dijo conteniendo la risa.
—Podría comerte de una mordida… —Jacob remedó en voz baja a Mina mientras Íthil se reía en silencio.
De la nada y sin generar ruido, una silueta delgada y muscular abalanzó sus garras sobre el grupo de aventureros. Jacob rodó a un lado y arrojó la lámpara de aceite sobre un viejo árbol muerto, iluminando el área. Pero entre el viento y la nieve que recién comenzó a caer, apenas podían distinguir. Lo denso del bosque le servía a la criatura bien, dejándoles poca anticipación para esquivar la trayectoria letal de las garras que los acosaban una y otra vez sin darles tiempo de pensar en algo, dejando claro el dominio del terreno de aquella cosa.
—¡Íthil! ¡Necesitamos reducir su visión ahora! —gritó Mina.
Usando su varita nuevamente, Íthil disparó más esferas, levantando las capas superficiales y suaves de la nieve recién caída, generando una tormentilla de nieve. Esto debería dar tiempo para planear algo, pero la criatura arremetió contra ellos sin ningún problema a través de la cortina de nieve fina, como si pudiera verlos perfectamente.
—¡Nos puede ver! —gritó Mina, mientras esquivaba los ataques.
—¡Traten de ver cómo es! ¡Al menos tiene 6 metros de largo! —gritó Jacob mientras se escabullía por el suelo, apenas esquivando un ataque.
Con problemas, apenas esquivaban las indiscriminadas arremetidas, cada vez más y más exactas. Jacob, de repente, como si hubiera ideado algo, dejó de moverse mientras miraba a Íthil y Mina. Estos asintieron y con un movimiento de la varita mágica de Íthil volvió a disparar más esferas, creando una cortina de nieve en medio del bosque. Los aventureros desaparecieron en esta. La criatura esta vez fue tomada por sorpresa y trataba de localizarlos por algún sonido o movimiento. Sin éxito, golpeó a ciegas sus alrededores y al tercer ataque acertó al blanco.
Las garras atravesaron entre la nieve la silueta de alguien. Este emitió un grito mortal, casi como un chillido. La criatura, al sentir sus garras atravesar su objetivo, se deleitó, pero algo no estaba bien. Al confirmar su objetivo, la criatura acercó su garra y en esta solo había un puñado de nieve. Mirando las siluetas delante de sí, vio tres muñecos de nieve y en la punta del que atacó estaba el Hurofalco moteado. Este emitía un incesante grito mientras permanecía atado sobre el muñeco. El atacante solo bufó y arrojó al Hurofalco atado sobre su hombro.
Repentinamente, la criatura sintió dos cuerdas silbando a sus lados. Estas atraparon exitosamente sus extremidades. Íthil y Mina jalaron de estas fuertemente, girando hacia atrás a esta sobre su espalda y al suelo, mientras Jacob atacó por arriba, cayendo sobre el abdomen suave expuesto con su chakram en mano y asestando un golpe directo. Esta emitió un rugido fuerte y pesado.
—¡Apártense, voy a iluminar mejor el área! —Jacob gritó. Con un movimiento de su mano, susurró Azurismo. En ese instante, un rayo de luz apareció sobre la criatura, iluminando al monstruo que, deslumbrado y herido, trataba ferozmente de incorporarse.
El rayo de luz dejó al descubierto la criatura y el porqué podía cazar tan bien en plena oscuridad. Frente a ellos se revolcaba un muy maltratado y famélico Strigiursa que con un giro potente del cuerpo se levantó nuevamente, pero aún conservando las cuerdas atadas a sus patas frontales.
—Bueno, ya sabemos dónde están todas las cabras y caballos faltantes del pueblo —dijo Jacob, recordando las quejas de los campesinos.
—¿Cómo vamos a matar esta cosa? Nosotros veníamos a ahuyentar a los Hurofalcos, no a pelear con esto —Íthil preguntó a los otros, visiblemente estresado.
—Hay que cansarlo, es lo único que podemos hacer, casémoslo como a cualquier oso —Mina dijo mientras Jacob e Íthil asintieron.
—Espera… ¿has cazado osos? —preguntaron Íthil y Jacob. No tardó mucho para que aquel animal concentrara su atención nuevamente en ellos.
Jacob, usando su lámpara de aceite de repuesto, atrapó la atención del Strigiursa, atrayendo su furia. Galopando por eternos segundos, el imponente animal corrió tras él. Jacob, con todo su esfuerzo, lo llevó a un claro. Mientras Íthil y Mina rodeaban al objetivo y ya en el centro del claro, Jacob se apresuró a crear un perímetro de aceite encendido. Al parecer, estaban en el área de alimentación del animal, con carcasas y despojos putrefactos de varios animales por todo el lugar; el olor e insectos eran insoportables.


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Tank Le Black

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BrandonH
BrandonH

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Chale los jóvenes siempre sufren XD

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