Una noche perfecta para conocernos, señorita Broghtfar, ¿no es así?
Mi ensimismamiento debió de durar más de lo que yo creía, alejada de mi propio cuerpo por palabras pronunciadas como si de acordes musicales mil veces ensayados se tratara, pues para cuando logré volver en mí misma tenía sobre mí la imponente figura de Gaby.
A suficiente distancia, posiblemente daría la apariencia de una mujer delgada hecha de pura porcelana. Sin embargo, una vez habías entrado en su área de radiación, todos los tersos músculos en su estilizada figura daban a entender una fuerza muy superior a la en primer lugar supuesta y su piel…aquello no era porcelana, sino una aleación de metales que imitaba el color de este delicado material.
Nada en ella parecía débil. Ni siquiera el elegante vestido largo, apenas media tonalidad menos dorado que su pelo corto, revestido con bordes plateados y rojos que, sin embargo, no difuminaban el efecto minimalista que éste pretendía conseguir.
Me tendió la mano -uñas largas bien cuidadas sin llegar a resultar poco prácticas o antinaturales- que acepté, intentando recomponerme lo más rápido posible; no quería que mi anfitriona viera esta faceta de mí que creía…muerta; si no también olvidada y enterrada.
Su tacto era suave y firme; dando la impresión de alguien que usaba sus manos con la frecuencia suficiente como para mantenerlas entrenadas, pero con la posibilidad de parar para evitar llegar a mayores y, así, no dañarlas permanentemente.
Antes de que pudiera pararme a seguir analizando aquel primer contacto físico, volvió a hablar, de nuevo una declamación cantarina sin un solo sonido fuera de lugar:
-La cena está casi lista; siento que vaya que tener que esperar un poco, pero pensé que sería mejor comenzar diez minutos después y comer comida caliente que tener que acabar recurriendo al microondas, ¿no es así?
Asentí con la cabeza.
Ella amplió su sonrisa, dando la impresión de que su rostro había sido diseñado para alcanzar la exacta combinación de rasgos y sentimientos a través de ellos reflejados.
-Francis, haz al ascensor bajar.
-¿Francis?-Antes de haber venido había hecho un estudio concienzudo de la plantilla que allí trabajaba y no había una sola persona que formara parte de la troupe que respondiera a ese nombre. ¿Igual era un mote?
No era un mote común, pero si supierais los que me ponían a mí…antes.
Mientras procesaba todas las opciones de a quién podía estar llamando, una voz masculina con delicioso acento británico llenó la habitación.
-A punto de llegar, señora Julian.
-Señorita Julian, ya te he dicho que borres de tu programación todo lo referido a formalidad cuando se trate de mí. Llámame Gaby y ésta es... ¿prefieres Patricia o Patri? ¿Te importa si nos tuteamos? Siempre he encontrado las conversaciones con usted demasiado formales, ¿no es así?
-No, no me importa y…de hecho, prefiero Pat. A mí padre le gustaba llamarme Pat; no hablaba español y le costaba mucho pronunciar bien los otros dos…Perdón, seguro que no le…te interesa mi vida privada.
Ella rio y campanas a lo largo y ancho del mundo resonaron para ser su coro personal.
-Al contrario, puedes contarme todo lo que quieras mientras cenamos. Hablando de cenar, -señaló al ascensor con un leve y elegante cabeceo-, ¿vamos?
Una vez el ascensor llegó a la planta de destino, uno de los salones más elegantes que jamás se han visto sobre la faz de la Tierra se nos presentó.
De fondo, la versión jazz de un conocido disco de Rock-Punk/Pop-Punk sonaba en una combinación sorprendentemente acertada. Al menos, lo hacía bajo mi modesta opinión (nunca ha sido una materia sobre la que me pueda considerar experta ni muchísimo menos; algo había oído en la radio, poco más).
Empecé a salivar nada más captar el olor proveniente de la habitación contigua donde, supuse, habían instalado las cocinas mientras durara su estancia en Chicago.
Me senté donde fui indicada por un criado… ¿o fue una mujer vestida de botones? ¿Acaso puede que fuera el propio Francis quién me lo dijera desde su omnipotente presencia de IA[1]? El recuerdo es poco más que inexistente, casi como un rincón nublado cuya bruma se intensifica cuando quiero acceder a él…Lo único que sé es que acabé sentada en una mesa lo bastante grande como para que un petit comité se sintiera holgado en cuestión de espacio, justo frente a Julian, que estaba bebiendo de un vaso hondo algo que nunca podría pasar por agua. Sus tragos eran concienzudos pero delicados y pausados, combinando el arte de beber licores de alta graduación con la cata de vinos.
Me ofreció una copa pero, teniendo en cuenta que hacía horas desde mi última ingesta de cualquier tipo de sólido y que era incapaz de recordar la última vez que probé una bebida más fuerte que una tónica de limón, respondí negativamente con toda la amabilidad de la que fui capaz y, para intentar distraerme en aquel tenso silencio instaurado entre dos perfectas desconocidas, me centré en la letra de la canción que en aquel momento estaba sonando.
Denominations surrender all control
To the girl that you love
All control
Our indignation to every tainted soul…[2]
Me sobrevino un ligero escalofrío; era la primera vez que me paraba a escuchar atentamente la letra de la canción y jamás me hubiera imaginado que tuviera ese toque ligeramente siniestro…
…el olor de la comida se intensificó, por fin estaba aquí.
Olvidé por completo la música y dejé que me sirvieran, fascinada de como todo parecía en su cantidad precisa y exacta; nunca la comida escasa o excesiva.
-Espero que te guste –di un respingo al oír su voz, sonrojándome al instante por mi falta de decoro y maldiciendo que me hubiera pillado tan desprevenida su intervención; desde el ofrecimiento de un vaso de lo que fuera estuviera bebiendo, no había vuelto a pronunciar palabra.
-Mientras no haya brócoli –bromeé, recordando el relato de Tabasco mientras trataba de no mostrar el hambre casi animal que sentía, comiendo con una parsimonia que en privado pocas veces mostraba.
Ella volvió a reír, ahora dando la impresión de estar improvisando, aunque fuera ligeramente. Igual fue por nuestro acompañamiento de fondo, pero su risa me recordó al jazz en sí misma: una variación improvisada en el momento sobre una partitura bien conocida.
-Tranquila, estoy casi completamente segura de que ya no estás en necesidad de tener a alguien que vigile que tengas una alimentación completa y variada…ninguna de las dos lo necesitamos, ¿no es así? –se llevó una mano al cuello en un gesto que, en aquel momento me di cuenta, llevaba repitiendo continuamente desde antes incluso de montarnos en el ascensor, tocando casi como si de un talismán se tratara un collar que contrastaba con su estética brutalmente; una “D” que parecía más propia de un niño que de una mujer adulta.
Suspiró, probando un bocado distraídamente.
-Supongo que te preguntas el porqué de esta invitación. Verás, dirigir esta Feria es…agotador, y llevo haciéndolo muchísimo tiempo; me atrevería incluso a decir que demasiado. Estoy sola, aburrida y en gran necesidad de una compañía a la que no pague por aguantar mi presencia; y, hasta ahora, te has negado por completo a recibir compensación monetaria por ocupaciones mucho menos agradables, por lo que parecías una candidata perfecta para el puesto, Pat.
>>Además, eres…curiosa; no me quiero inmiscuir mucho en tu historia personal pero…has dejado caer que no tienes piso fijo en ninguna parte, ni familia, y de tu trabajo has dicho en varias ocasiones ya que es “demasiado complicado y poco importante como para explicarlo”. Oh, no me mires así; mis trabajadores me lo cuentan todo, la sinceridad es una parte fundamental en cualquier relación, tanto personal como profesional, ¿no es así?
>>Pero, tranquila, no voy a preguntarte nada. O, mejor dicho, no voy a preguntarte nada que vayas a tener que responder. Y, para compensar e, igual, lograr que me consideres tú a mí lo bastante interesante como aceptar futuros encuentros, también eres libre de preguntar cualquier cosa, ¿te parece?
Asentí; no me gusta que la gente hable de mí a mis espaldas pero, con los años, me había resignado a ello como algo casi natural y, después de todo, no es como si tuviera algo mejor que hacer hasta que pudiera seguir observando a Tomás al día siguiente (y jamás he necesitado dormir demasiado).
Durante las siguientes horas, Gaby relató una vida llena de benefactores misteriosos, negocios de los que no podía hablar con total honestidad, encuentros curiosos, trágicas relaciones de todo tipo y orígenes humildes que no pude evitar interpretar como una simple fantasía encubriendo algo mucho más desagradable para cualquier audiencia imaginable.
Una vez bien entrada la noche, tras varias copas de aquel licor –que resultó ser un whisky sorprendentemente suave, pero potente al mismo tiempo- mi lengua también empezó a soltarse y le conté algunos detalles sobre mi pasado, presente e incluso fantasías de, algún día, poder narrar lo que quiera como quiera; y no solo las versiones que más favorables le sean a las personas sobre mí. Por supuesto, en todas mis cortas intervenciones (mi capacidad como narradora a viva voz era muy inferior a la suya y hasta mi vocalización se me hacía pobre a su lado, por lo que trataba de generar el menor agravio comparativo posible) omitía aquellos detalles que no podía, debía o deseaba recordar y, aunque los ojos de mar tormentoso de Julian evidenciaban que era totalmente consciente de este hecho, no hizo absolutamente nada al respecto.
Teniendo en cuenta la más que cuestionable veracidad de aquello que ella misma relataba, tampoco es que pudiera hacerlo con la consciencia limpia, supuse.
Porque eso era algo de lo que, a través de sus palabras y las historias que ellas conformaban, me había dado cuenta: Gaby Julian tenía un sentido del honor férreo, que podía llegar a traicionar en ciertos contextos, sí; pero nunca en una conversación privada con alguien que igualmente se estaba abriendo a ella.
Dejé que la noche corriera, atrapada en el hechizo de mi anfitriona, empezando a creer –por ridículo que sonase- que el estado tan bueno en el que la Feria siempre se encontraba, el entusiasmo que generaba entre las gentes de cualquier ciudad en la que apareciera, era por el propio aura de su organizadora.
Lo único que me desconcertaba, lo único que hacía que mi mente y sentidos se distanciaran de la velada en sí misma una y otra vez, era aquel tosco collar.
Aquella D, aquel talismán tan aparentemente fuera de lugar pero al que Gaby parecía atada como si de una extremidad más se tratara.
Envalentonada por una mezcla de la inhibición provocada por la bebida, el confort de sentir el estómago lleno de algo que –por primera vez en meses- no provenía de una lata o de un restaurante cuya cocina prefería no llegar a conocer nunca y la sensación de bienestar casi absorbente que la presencia de la otra mujer causaba en mí, abrí la boca. Estaba preparada para preguntar acerca del mismo cuando la melodiosa voz de Francis nos interrumpió.
-Señorita Julian, tenemos un problema, es la Atracción 15.
La expresión de la aludida cambió totalmente, convirtiéndose en una máscara de preocupación y algo muy (demasiado) cercano al pánico.
Se levantó y, antes de prácticamente correr hacia el ascensor, se giró hacia mí; volviendo a tenderme una mano, tal y como había hecho al verme por primera vez.
-Pat, estamos ante una emergencia MUY SERIA, necesito toda la ayuda que pueda. Y tú siempre estás dispuesta a ayudar de la mejor forma posible, ¿no es así?
Nos miramos a los ojos.
No hizo falta que respondiera.
[1] Inteligencia Artificial (me parecía más coherente en la narración que Pat se refiriera a Francis como IA, pero añado a qué corresponden las siglas por si acaso).
[2] Las denominaciones ceden todo su poder/A la chica que amas/Todo su poder/Nuestra indignación hacia todas las almas podridas (es una interpretación un poco libre, intentando más conservar el significado que la literalidad). De Girl That You Love (Panic! At The Disco)
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