El Carrusel más grande de este planeta es, como se ha recordado en diversas ficciones (y de vez en cuando incluso publicitado en televisión), La Casa Sobre La Roca, en Wisconsin. Sin embargo, teniendo en cuenta las dimensiones que tenía la Atracción 15 para ser un divertimento con esperanza de vida fija de poco menos de un mes, creo, honestamente, que debería robarle el puesto a este lugar.
Se alzaba, imponente y recubierta por metros y metros de algún tipo indeterminado de tejido impermeable, en uno de los laterales del conjunto. La había visto de día, abierta al público; dos hileras de animales tan realistas que, de no ser por su tacto metálico y la estoicidad con la que aguantaban las pataletas de los niños que en ellos se montaban, hubieran podido pasar perfectamente por criaturas silentes en perfectas condiciones de salud.
No solo por su nivel de detalle, sino también por sus ojos, vívidos; no agresivos ni nerviosos, pero tampoco felices y tranquilos. Tan solo…vivos.
Entre esta curiosa versión de las Naciones Unidas, edición Reserva Animal, había vagonetas decoradas correspondiendo cada una de ellas a los estilos arquitectónicos más fácilmente reconocibles por cualquier persona que recordara con suficiente claridad sus años de instituto. Normalmente se llenaban menos, pues cualquiera (independientemente de su edad física, mental o aquella con la que pretendiera encajar socialmente) se veía llamado con demasiada fuerza ante la posibilidad de haber montado en panda, lobo gris gigante (casi un mitológico huargo), en una pantera tan negra como la noche ahora sobre nosotros…no en un cuenco que imitaba a una catedral poco memorable del Románico.
Salvo cuando se trataba de grupos grandes, claro está. Esos amigos en plena pubertad (adelantada, atrasada o, en algunos casos excepcionales, justo en su momento preciso) que parecía fueran a arder en el Infierno si pasaban más de diez minutos separados, así como las familias en las que al menos dos de los miembros parecían estar ya compartiendo calefacción con Lucifer de lo cómodos que parecían.
Dándome cuenta de que mi mente empezaba a divagar en torno a la atracción, Julian me dio un leve golpe en el hombro y, con un movimiento de su barbilla, señaló el interior.
-Lo oyes, ¿no es así?
Al principio, no supe a lo que se refería…pero, entonces, lo capté. El lejano e impreciso ruido del que casi consigue mantenerse en silencio absoluto.
-Hay gente.
Gaby asintió.
-Es el único tipo de emergencia que de verdad me preocupa a estas horas… -respiró hondo. –No creo que nada de lo que veamos te sorprenda de verdad; pero, por si estoy equivocada, yo…siempre compenso a mis invitados –dijo aquello con un deje clásico, casi retro, como si estuviera imitando un discurso bien aprendido; pero, a pesar de ello, supe que era sincera; o, mejor dicho, necesité que lo fuera y entonces así lo fue.
Sonreí débilmente.
-Let’s go[1].
La caballería que Gaby había preparado entró primero, nosotras justo después; para encontrarnos con tres chicos de no más de veinte años en medio de la ardua labor de acertar con botellas de licor vacías, que posiblemente acaban de llevar a dicho estado.
Al vernos entrar, el grupo se giró hacia nosotros, soltando el que parecía liderar aquel minúsculo ejército de alborotadores una risa que denotaba su considerable embriaguez.
-Vaya, así que la Misteriosa Señora Julian se ha dignado a bajar a los infiernos con unos cuantos gorilas para acabar con unos chavales de barrio bajo y buenas razones para quejarse, ¿eh? –hizo una pausa que intentaba ser dramática, alargada por culpa del llanto que lo poseyó repentinamente. -¡Este maldito tiovivo se comió a mi perro! ¡Puedes venir con La Marina entera, no conseguirás detenerme!
Su interlocutora ladeó la cabeza y un brillo nuevo apareció en sus ojos; un centelleo frío y profesional, que había visto antes en mucha gente; toda ella con el único denominador común de no sólo ser peligrosos, sino de conocer también el peligro que suponían mejor que nadie.
-Oh, ¿crees que ellos son para ti? –las comisuras de sus labios formaron un amago de sonrisa que me recordó a Retrato de Mrs. Bush, un cuadro de Tamara de Lempicka con el que había estado obsesionada una buena temporada. –Todo sería más fácil si así fuera, ¿no es así?
Casi como si hubiera sido orquestado por la propia Julian, las luces se fueron mientras su ‘í’ expiraba.
El caos comenzó.
Lo primero que oí fue un rugido claramente felino, si bien no me vería capaz de determinar la especie exacta; muy rápidamente acompañado por una orquesta de idiomas animales, sonidos de piezas metálicas desencajándose y movimientos bruscos en mitad de la oscuridad absoluta.
Lo que siguió me hizo entrar en un estado de pánico del que no podría sentirme más avergonzada, buscando a tientas refugio en la dirección que me había parecido ver el panel de la atracción al entrar.
Se trataba de gemidos humanos. Más concretamente, gemidos de jóvenes muchachos humanos demasiado asustados como para procesar lo que fuera que les estaba pasando.
Aquella sinfonía de pesadilla continuó; yo escondida con los ojos inútilmente cerrados creyendo estúpidamente que, si limitaba aún más mi capacidad visual, estaría más segura.
Para mi desgracia y fortuna, mi cerebro decidió utilizar aquel lienzo vacío que era ahora mi visión, ofreciéndome la imagen de Gaby, menos de una hora antes, escuchando uno de mis relatos con genuina atención, haciéndome sentir importante, especial, como algo más que una pieza en un engranaje mucho más complejo que cualquiera de sus partes (especialmente de una como yo). Haciéndome sentir CAPAZ.
Poseída por este recuerdo y la autoestima que ligada a él estaba, me forcé en abrir ambos ojos (un párpado tras otro) y acostumbrarme a la oscuridad lo suficiente como para que la leve luminiscencia de las teclas del panel de control las hiciera legibles.
Vi el botón que reiniciaba el sistema y, deseando que no estuviera desactivado o protegido, lo pulsé.
La luz volvió, desvelando algo muy distinto a lo que hubiera cabido esperar por los sonidos que hasta segundos antes habían llenado el ambiente.
Tirados en el suelo estaban los tres chicos y uno de los hombres de Gaby sobre ellos; curiosamente, el que menos imponente de todos me había resultado. Todos los amigos tenían heridas de aspecto bastante serio, pero en ningún caso ser mortales y, viendo el teléfono que tenía en la mano el trabajador de Julian, deduje que pronto estarían en una ambulancia camino al hospital.
En lo que respectaba al resto de empleados de la Feria…desaparecidos y, con ellos, todos y cada uno de los animales del tiovivo; ni el más mínimo rastro de que jamás hubieran existido más allá de los espacios ahora vacíos en la atracción.
-Una pena, esperemos que no más mascotas desaparezcan en la Feria. No sólo por la prensa. Siempre he sentido mucha empatía por las mascotas, ellas no eligen lo maleducados o incompetentes que son algunos de sus dueños, ¿no es así?
Di un respingo; Gaby había parecido tras de mí, con el vestido prácticamente intacto y apenas un arañazo en su marmoleo rostro.
Me encogí de hombros.
-Bueno, ya no están los animales, así que ya no podrá volver a pasar.
Ella me miró, primero confusa por mi deducción y luego… ¿divertida? Por la misma.
-Oh, pero ellos nunca se acercaron a los animales, ellos iban en una taza.
Tras este comentario, se despidió de mí; disculpándose por las molestias y agradeciéndome que, casi sin quererlo, hubiera salvado todas nuestras vidas.
Justo al ir a marcharse, volvió a llevarse la mano al cuello, como tantas veces había hecho a lo largo de aquella interminable velada. El pánico invadió su rostro al instante.
El collar no estaba.
-Mi…no…no puedo…es…
Intenté calmarla, haciendo ella caso omiso a mis palabras, se tiró al suelo y empezó a rebuscar frenéticamente, como si el simple hecho de remover el arenoso pavimento pudiera materializar la cadenita con una letra D como único adorno.
-No, por favor, no… -estaba al borde de la histeria, lágrimas inundando sus ojos, manteniendo una compostura más falsa que la sonrisa del perdedor de un premio que cree merecido.
Grité, agachándome junto a ella.
-¡Julian! ¡Gaby! Yo… -me llevé una mano al bolsillo, sacando el ansiado collar del mismo. –Lo vi caer justo antes de que la luz se fuera y…lo recogí mientras me arrastraba hasta aquí.
Ella sonrió y musitó un gracias; su estoicidad recuperada en menos tiempo del que debería ser humanamente posible.
Nos levantamos a la par y la observé mientras se colocaba de nuevo el desparejo adorno del cuello.
-Gracias de nuevo, te compensaré. Es una promesa. Ahora, descansa, ha sido una noche agotadora, ¿no es así?
Tras decir aquello, se marchó junto a los atacantes heridos y su guardia; dejándome fascinada por el hecho de que la única cosa que hubiera logrado turbarla de todo lo ocurrido fuera la simple noción de no volver a ver aquel colgante.
Apenas la conocía, pero ya podía asegurar sin lugar a dudas que Gaby Julian era uno de los seres humanos más desconcertantes que llegaría jamás a conocer.
Y una parte de mí se había decido a lograr que mi mente moldeara un hueco en su justa y única medida.
[1] Allá vamos.
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