Tal y como me había prometido el día anterior; dediqué todas mis horas de vigilia del día siguiente a terminar mis bastante avanzadas (pero nada organizadas) indagaciones sobre Tomás-apellido indeterminado.
Todavía no os he contado nada sobre él, centrándome sólo en la parte de esta etapa de mi vida que realmente creo merece la pena recordar; pero lo cierto es que Tomás era un personaje cuanto menos, curioso. En el peor sentido posible de la palabra, pero curioso después de todo.
No era como Gaby, yo o, si nos ponemos, la mayor parte de la población sobre la faz de la Tierra. No respondía ante un jefe, organización o gobierno propiamente dicho; dedicándose a vagar de país a país sin aparente agenda propia.
Ni siquiera parecía ser un FreeLancer como tal, pues en más de una ocasión sus propias acciones parecían ir en detrimento de su persona, no sólo de aquellos a su alrededor.
Sólo había una cosa que se pudiera asegurar que le motivara, un elemento en común en todas y cada una de las apariciones registradas que había del mismo: caos, duda, tensiones entre personas que nunca antes habían tenido problemas entre ellas. De hecho, esto fue lo que en un primer momento había llamado la atención de mi organizaciónl…
…Digamos que mi jefa quería ayuda para lograr que cierta parte de la población de cierto país se pusiera nerviosa y decidiera presentarse a las urnas con un voto particular, requerido por sus contratantes. Ni más ni menos que el tipo de misión que podría interesarle a un individuo como Tomás.
Sin embargo, en el trascurso de la misma (y tras haber aceptado y gastado una cuantiosa cantidad de dinero, toda ella suministrada por parte de sus clientes), el hombre (al menos, asumo que es un hombre por lo que se me ha contado, puesto que ni siquiera su palabra vale para poder aseverar absolutamente ningún dato sobre el sujeto) decidió que sería muchísimo más entretenido ser un agente del caos para otra opción política, creando una mancha en el, en cualquier otro aspecto, perfecto expediente de mi organización.
Así que allí estaba yo, observando desde las sombras a un experto en habitarlas; desenmascarando todo lo que pudiera de su persona para comunicárselo a gente a la que no me gustaría cruzar ni en sus días más generosos.
Y no me gustaba nada lo que estaba descubriendo.
A primera vista, no había nada mínimamente resaltable sobre la presencia de Tomás. Era un hombre de mediana edad, piel blanca sin llegar a una palidez preocupante, aburridos ojos de un marrón uniforme de tonalidad intermedia, ni bajo ni alto, ni gordo ni delgado…
Incluso sus rasgos resultaban anodinos: no era ni atractivo ni guapo bajo ningún barómetro conocido, pero tampoco resultaba feo o desagradable a la vista de manera alguna.
Su vestimenta seguía el mismo patrón rozando lo tedioso: chaquetas oscuras, camisas blancas ligeramente arrugadas, pantalones de traje lo bastante informales como para no parecer que en su agenda del día hubiera ningún tipo de reunión importante y zapatos marrones lo bastante desgastados para darse cuenta de que eran usados habitualmente pero no lo suficiente como para plantearse si quiera que fueran su único par.
Incluso si llegabas a entablar más de una conversación con él sin estar sobre alerta, te parecería un personaje de lo más olvidable. Su voz era un poco más melodiosa de lo esperable, sus pausas alog más elaboradas de lo que una conversación casual requiere; pero nada parecía subyacer detrás.
Pero si sabías lo que buscabas…encontrabas mucho más.
Lo primero eran comentarios sencillos, anecdóticos casi, pero que siempre, siempre, constituían la perfecta mecha para que su interlocutor replicara con un dato que se acercara más al terreno personal de lo que cualquiera pretendería con un casi desconocido.
Tras estas primeras inquinas, desapercibidas para la mayoría de la gente, algo extraño aparecía en sus ojos, una inteligencia que no sabría describir salvo como cruel y avara; que le llevaba a ciertas aseveraciones encubiertas como preguntas sin malicia alguna que empezaban a poner a su potencial víctima en un tren de pensamiento que, sin mucha ayuda ya por su parte, acaba desembocando en el malestar que deseaba generar. Malestar que, si bien en ocasiones sólo tenía como conclusión la trágica ruptura de alguna joven pareja que posiblemente hubiera tenido sus días contados igualmente sin ayuda externa, en otras podía concluir en crímenes que en lugares como Tejas te costaban legalmente la vida.
El porqué de este modus operandi era algo que, admito, no lograba comprender porque, salvo por el éxtasis que evidentemente sentía cuando observaba desde cierta distancia el fruto de su trabajo, no parecía haber ninguna otra consecuencia a su favor. Y, cuando por fin conseguí acercarme lo suficiente a él, descubrí que no solo no parecía haberla, sino que en verdad no existía ninguna ganancia para él (no entraré en detalles de cómo logré confirmar esta información, puesto que la legalidad –y moralidad- de mis actos es más que cuestionable). Esto era un verdadero problema; ¿qué puedes usar en contra de alguien cuyo interés es hacer sufrir a los demás, a veces incluso costándole a él mismo acabar en un estado prácticamente hospitalizable?
Una respuesta excesivamente optimista que podría llegar a cruzársele por la cabeza a alguien que hubiera tenido una vida diametralmente opuesta a la mía sería, evidentemente, demostrarle que era incapaz de afectarte; que no iba a poder, por mucho que lo intentara, corromper tus pensamientos ni los de nadie a tu alrededor…
…ni siquiera sé por dónde empezar a explicar por qué esto era lo más lejano posible a un plan de acción plausible.
Sin embargo, sí que descubrí algo. Algo que me resultó, si soy totalmente sincera, más que decepcionante.
Había una única forma de herir a Tomás, una forma de lograr hacerle daño real; la forma más básica de todas.
El cuerpo de Tomás era total y absolutamente mortal.
Recuerdo terminar el correo, páginas y páginas de descripciones e interacciones que había ido observando y recopilando para acabar concluyendo mi informe con una única y sencilla línea:
“La única manera de lograr óptimamente la terminación de Tomás es causar un daño físico irreparable a su cuerpo.
El asesinato es la única vía plausible.”
Lo que pasara a raíz de la recepción de mis conclusiones, ya no estaba bajo mi control.
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