No llegué a enviar el correo a mis superiores. En su lugar, me pasé el resto del día en un estado de furia desprovista de verdadera emoción; contemplando todo y nada en particular con una mirada tan iracunda como apática.
Si alguna vez había entendido de verdad mis sentimientos y relación con Gaby Julian, los eventos de aquella mañana habían desmantelado toda compresión que pudiera tener en la materia.
Lo único que podía afirmar con certeza era que, en aquellos momentos, la poseía el profundo deseo de ser capaz aborrecer a la otra mujer. Así como mi total incapacidad para hacerlo.
El tiempo no parecía pasar linealmente en aquellos momentos, sucediéndose aleatoriamente instantes eternos y horas voladas; como hacía décadas que no me sucedía.
El mundo en el que había aceptado existir fue desapareciendo paulatinamente en torno a mí.
Hicieron falta varios minutos de los exaltados chillidos casi en falsete de Tabasco para sacarme de aquel trance.
Me quedé mirando al niño, sus vivarachos ojos oscuros clavados en mí con exacerbada preocupación.
- ¿Te has enterado?
Mi expresión debió ser lo bastante clara para dejarle claro que, fuera lo que fuese de lo que debía estar informada, esto era un verdadero misterio para mí.
- ¡Han reabierto El Jardín del Terror! Ya sabes, ¿el que está en una esquina del parque y que tiene mogollón de espejos? (Y plantas, supongo…me interesan menos, la verdad). ¡Es famoso!
Le dediqué una sonrisa cansada; tenía pocas ganas de todo en general pero, de pasármelo bien (sobre todo si esto involucraba incluso la más mínima con Julian), menos aún en particular.
- Lo siento, kid. Ve tú y disfruta, alright? [1]
- Yes, ma’am.[2]
Dicho esto, salió corriendo. Posiblemente habiendo aliviado la pequeña pizca de culpa sentida por dejar de lado a su pseudo-ejemplo a seguir –aka, una servidora- para semejante aventura.
Suspiré y miré el fonógrafo, junto al que había vuelto prácticamente por inercia tras mi nefasta charla con Gaby y, sacando una moneda de mi pantalón vaquero, me aproximé hasta la ranura donde introducirla con cierta actitud resignada.
-Bueno, mister, supongo que ya va siendo hora de que me digas algo porque yo quiero y te lo pido…
Metí la moneda. La grave y penetrante voz masculina claramente pregrabada a la que empezaba a acostumbrarme llenó la estancia.
[Eh, ¿tú? Sí, tú, la única que escuchaba las frases hechas de su padre, aunque fuera para poder contradecirlas después…Es cierto; se cazan más moscas con miel que con hiel pero, si todos los demás somos alérgicos a la miel, ¿de verdad te parece una buena idea?]
Mis pies se anclaron al suelo y es el propio shock que quiere que caiga redonda el que me mantiene vertical. La expresión hecha estaba mal…
…tal y como la decía mi padre. El mensaje era para MÍ, ahora no había forma humana de negarlo.
El Jardín del Terror…
…una atracción siempre cerrada, pero siempre mantenida; a pesar de lo costoso que es tener un microbotánico ambulante.
Pienso en todos los incidentes que ha habido en las últimas semanas. En como en todos ellos tanto Gaby como su personal parecían saber lo que estaba pasando pero, a la par, verse sorprendidos por el grado en el que lo hacía…
…y, por fin, entendí por completo el juego de Julian; del que la apertura sorpresa a meros días de la clausura de la Feria no era sino un desesperado último movimiento contra Tomás. De atraerle a un hervidero de gente lo bastante desestabilizada de primeras para que se sintiera lo más a gusto posible; buffet libre.
Decidí hacer caso al antiguo reproductor y dejar, esta vez de forma concluyente, mi papel narrando en los márgenes de las historias de otros y tomar la voz narrativa.
Noté el pánico a equivocarme, a echar todo a perder si salía mal (incluso si no tenía muy claro si ese todo realmente existía), a que mi persona resaltara pero no de la forma que yo había previsto…pero conseguí sobreponerme a todos aquellos supuestos; temor y ansiedad clavándose en mí como mil cuchillas a cada paso no sólo que daba, sino también con todos y cada uno de los que visualizaba mentalmente.
Daba igual; tenía que hacerlo, tenía que intervenir para evitar que le pasara algo irremediable a Tabasco y -me di cuenta entonces- también a Gaby.
Puede que debiera odiarla o, al menos, no desearla. Pero la situación era; no podía, y debía asumirlo antes de que todo por lo que yo sentía un mínimo de conexión en aquel punto de mi vida desapareciera para siempre por parte de la propia persona a la que más pensamientos dedicaba.
En mi existencia he visto pocas cosas más tétricas que el Jardín del Terror. Un edificio prefabricado para mayor comodidad de montaje y desmontaje; totalmente recubierto de pintura de un negro mate que permitía reflejarse en el mismo, con ventanales tras los cuales se intuían ramas enroscadas sobre sí mismas y flores con morfologías peculiares y colores difíciles de procesar para el ojo humano.
La puerta estaba abierta de par en par, dando paso a un recibidor de aspecto muy inocente, pero con una llamativa ausencia de ningún tipo de miembro del personal de la Feria para atender a los clientes.
Clientes que entraban, entusiastas ante el tétrico nuevo entretenimiento que acababan de descubrir como si se tratara de la Panacea. Sin embargo, no salían; ni uno solo de elles.
Me precipité al interior del edificio, llamando a Tabasco a gritos. Primero, lo pondría a salvo de lo que allí estaba teniendo lugar (fuera lo que fuese). Después ya me ocuparía de parar a Julian antes de que sus actos se volvieran demasiado definitivos.
Nadie respondió, mirándome los pocos que parecían molestarse en admitir mi presencia como si estuviera poseída.
Maldije con insultos que harían al más soez de los camioneros sonrojarse y decidí meterme en las habitaciones laterales propiamente dichas; rezando a dioses en los que prefería no creer por encontrar al muchacho sano y salvo.
Nada más abandonar el recibidor, encontré lo que tan sólo se puede describir como material para pesadillas; pesadillas que, aún a día de hoy, mientras escribo estas líneas, continúan conmigo.
La disposición interior recordaba a un laberinto. Tan intrincada que, a pesar de ser un edificio relativamente pequeño en sus dimensiones totales, hacía la pérdida por el mismo casi segura. A esto ayudaban una serie de ventanales con persianas rotatorias, que hacían que, cada vez que volvías sobre tus pasos, la disposición de la luz hubiera cambiado completamente y, con ella, incluso la propia identidad de la sala.
Las plantas no se parecían a nada que hubiera visto antes. Algo similar les ocurría a todos los clientes (si en verdad se les podía llamar así) que por aquellos pasillos iba encontrando, pues se congregaban en torno a las mismas, un extraño destello verde en sus ojos, acariciándolas como si se trataran de adorables cachorrillos, sin ser conscientes de que las raíces de las mismas los empezaban a ligar al suelo. De hecho, lo único de lo que estos individuos eran conscientes a parte de la planta como tal, era de aquellas personas entorno a ellos, a los que veían como potenciales ladrones de sus plantas; llevando esto a gritos, acciones violentas y frases personales que dolían más que ácido quemando la piel.
Pero esto no era lo peor, lo peor era la gente que había preferido los espejos a las plantas; gente que ahora me miraba desde dentro de los mismos…mientras su reflejo permanecía de pie, una versión bidimensional de sí mismos, frente a ellos, ganando volumen por segundos mientras aquellos que habían sido reales hasta minutos antes se empezaban a desdibujar en su profundidad, ecos de un pasado demasiado cercano. Me recordaron dolorosamente a la propia Gaby Julian; viviendo para ser un mero reflejo de una parte de sí misma hasta el extremo de estar dispuesta a perderse a sí misma por el camino sin con ello conseguía su objetivo final.
En muchos de ambos casos, si no en todos, reconocí también algo más.
Algo más allá de la acción que lo que la atracción en sí misma estaba ocasionando: la duda y ocasional resquemor que dejaba Tomás a su paso.
Aquello tenía sentido, por supuesto. Este lugar debía de ser mejor que Disneylandia (nunca mejor dicho) para él; y, después de todo, ahora tenía claro que el objetivo de Gaby no era otro que el de atraerlo hasta ella.
…Estuviera donde estuviera.
Suspiré y miré mi reloj, casi esperando que hubiera dejado de funcionar, para ver que llevaba casi una hora rondando a aquellas pobres almas condenadas en vida; preguntándome si realmente veían plantas; o si en su lugar veían aquello que siempre habían querido y nunca tenido, o aquello que realmente se arrepentían de haber perdido…
¿Qué vería yo si cedía ante ellas…?
Entonces, las vi. Las únicas flores comunes de la atracción: margaritas. El vívido recuerdo de Gaby y yo hablando sobre nuestras flores favoritas vino a mí, trayéndome la vívida visión de la otra mujer hablando de como la falsa simplicidad de una margarita siempre le había parecido fascinante.
Y allí estaban; un reguero de margaritas que conducían hasta la única puerta que, por alguna razón, no se me había ocurrido abrir hasta entonces.
Me sentí estúpida: era la puerta del baño. Posiblemente, uno de los sitos más obvios por los que empezar a mirar.
Giré el pomo.
El final de todo aquello se cernía sobre mí, ya nunca más una espectadora. Todavía por decidir si protagonista o víctima como nota al pie de página.
Gaby Julian estaba en mitad de la habitación, suspendida, como flotando sobre aguas calmadas; ojos cerrados. Dormida, o muerta.
A su lado, Tomás sonreía. Esa misma sonrisa que había estado espiando desde la sombra durante días.
Grité; no sé el qué, pero grité. Grité todo lo que siempre había guardado dentro de mí y más. Debí patalear también, y, finalmente, para cuando quise darme cuenta de qué sucedía, estaba sobre Tomás; habiéndolo derribado con una fuerza que no sabía que tenía.
- ¿Qué le has hecho?
Él rio.
-Nada, creo que…se emocionó demasiado intentando atraparme –supe al instante que, si le dejaba seguir hablando, llegaría hasta mí. Así que le cerré las mandíbulas todavía henchida con una fuerza que no comprendía y golpeé su cabeza contra el duro suelo, dejándolo inconsciente.
Me alcé, empezando a zarandear a Gaby.
Hora de tu monólogo protagonista; me dije.
- Gaby…soy Pat y…eres lo mejor que me ha pasado nunca. Y sí, ya sé que ahora mismo seguramente debería estar hablándote de muchas otras cosas antes que de mí misma, pero como no lo haga ahora mismo sé que me retractaré y hay cosas que, simplemente, no puedo dejar sin decir…decidí hace mucho abandonar a mi familia por su propio bien; no preguntes más, espero que salgamos de ésta y algún día te lo pueda contar sin un potencial-monstruo-y-o-absoluto-psicópata tirado en el suelo. La cosa es y, lo siento, ya sabes que no soy tan hábil con las palabras como tú…dejé a mi familia y, desde entonces, he intentado ser invisible.
>>Hago mi trabajo y fin. No hay nada más.
>>Pero tú…incluso si me estabas usando…me escuchabas; sé que lo hacías. Y no sólo escuchabas, sino que compartías; yo te merecía que compartieras. Si no fuera por ello, seguramente no estaría aquí ahora mismo…
>>…y aquí entran los demás. Como ya te he dicho, te he visto y sé que no eres precisamente una santa, puede que ni siquiera seas buena, pero no eres tampoco mala y toda esta gente…Lo entiendo, has hecho que en una Feria en la que siempre, de forma tan discreta que nadie lo nota, pasan cosas que no deberían pasar (en todas las acepciones del verbo deber), ahora ocurran a niveles que no pueden pasar desapercibidos a cualquiera que decida mirar. Y sabías que Tomás iba a mirar.
>>Pero, ¿ha merecido la pena? Toda esta gente inocente. Toda esta gente que, puede que incluso, sin saberlo, estás matando ahora mismo no merecen esa suerte porque un pobre y triste hombre reciba lo que se merece. Tú no mereces matar todo lo que hay en ti por lograr atraparle a él.
>>Así que, por favor, sigue mi voz, vuelve a mí. Bueno, quiero decir, sólo si quieres, si no me quieres a mí…simplemente, vuelve. Pero, Gaby Julian, debes volver y hacer las cosas bien de una vez, ¿no es así?
Sonreí y me aferré con fuerza a su brazo, al borde de las lágrimas.
No sé si fueron apenas unos instantes o varios minutos; pero, poco después, Gaby volvió en sí, cayendo al suelo al hacerlo. Me arrodillé a su lado para asegurarme de que no se había hecho daño, encontrándomela en perfecto estado de no ser por unas ojeras que nunca antes habían estado en su pálida piel.
Miró en rededor, y yo con ella. Todo el edificio había alcanzado un estado de normalidad que casi se antojaba antinatural, comparándolo con cómo era hasta hace prácticamente un suspiro.
Gaby me miró. Yo la miré.
Creyó entender lo que yo quería decir; creí entender lo que ella quería decir.
Nos sonreímos.
- Has vuelto.
- He vuelto a ti.
La sangre me subió hasta las mejillas en borbotones.
- ¿De verdad?
- No todos los días alguien te rescata de un trance místico en busca de venganza usando tu propia frase, ¿no es así?
A pesar de todo, me reí.
- Supongo –mi vista se fue al cuerpo todavía inconsciente de Tomás. –Ya no podemos volver a ser lo que éramos, ¿verdad?
- Definitivamente no, tendremos que reformarnos.
- Costará.
- Mucho.
- ¿Una última mala acción? –ella asintió.
Suspiré.
- Sé cómo acabar con Tomás…
[1] Chico; ¿de acuerdo?
[2] ¡Sí, señora! (Os vais a reír but…tengo serias dudas de dónde iría la coma en castellano)
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