Como toda buena fantasía, hoy nos concierne la que es llamada una bruja. De nombre poco convencional, una tal "Agravialle", a la que se le decía tan pérfida como absolutamente encantadora. Poco se sabe con certeza de tan extraña figura, pero figuremos que es un peligro para aquel que se la encontrase.
En pos de demostrar nuestro caso rebobinemos, sin ir más lejos, a la mañana previa a la llegada de Caitlyn a Vanaluz. Los niños jugaban ya desde la madrugada. Era extraño, pero uno de los pocos hábitos que habían conservado desde la partida de los padres.
Solían acostarse y levantarse temprano, como si tuviesen que ir a la escuela u obedecer alguna clase de rutina al otro día, cuando en realidad estaban a unas prendas y un módico de educación de ser algo similar a salvajes.
Los mayores, compadecidos, eran quienes les guiaban y protegían. Especialmente el joven alcalde, que había tomado las riendas poco después de que el llamado a la guerra hubiera sido hecho. Decenas de padres habían partido a la batalla en el esfuerzo final por defender la tierra. El resultado eran cientos de huérfanos.
Nadie sabe cómo fue que en este pueblo no quedó ningún adulto, cómo nadie llegó a siquiera considerar el mal que estaban haciendo. Pero, lo cierto es que estamos mintiendo parcialmente. Quedó una persona que podrías considerar adulta. Si es que podías considerarla persona.
Hay quien le decía fantasma. Hay quien decía que era un cadáver andante. Hay quien decía, que era el demonio encarnado en una mujer. Creyeras lo que creyeras, lo cierto es que Agravialle era muy agradable a la vista, capaz de desarmar hasta al más vivaz escéptico.
Sin embargo, todos los chicos tenían por costumbre no acercarse. Los adolescentes solo hacían trato con ella cuando sabían en qué se metían (o creían saberlo). Los más "adultos" solo la ignoraban, a sabiendas de que sin atención era poco más que una vagabunda.
Pero ella sabía ganarse la atención, y tal fue el hecho de aquella mañana, que en el bar o el café del pueblo, apenas se abrieron las puertas, llegó la mujer andando con un ritmo difícil de precisar, pero no por eso menos hipnótico. Como si tuviese la cadencia perfecta, la sintonía apropiada para llamar la atención de los ojos y los sentidos.
Se sentó frente a aquel que atendía, que por cierto se llamaba Gauss, y viéndole fijamente, le dijo con la sencillez propia de quien disfruta de dar malas noticias.
"Los niños de la esquina han muerto." Dijo, con una sonrisa, viendo fijamente al joven que reaccionaría horrorizado. Contaría entonces la bruja cómo fue que les vió jugando cerca al río, solo para caer trágicamente en este en medio de una crecida a mitad de la noche.
Añadió que era una lástima no tuviesen los buenos hábitos de sus hermanos y hermanas del pueblo de irse a dormir temprano, y que tal decisión les había costado caro.
Gauss lamentó profundamente la pérdida de los niños, y pidiéndole permiso a la bruja, se encaminó para buscar sus cuerpos y velarlos. La bruja tomó entonces su lugar en el café, y atendió a los primeros clientes de la mañana.
No hubo alguno que no reaccionara con suspicacia al verla. Después de todo, había incluso en su apariencia una cierta perturbación. Se ha hablado mucho en tiempos de modernidad del valle inquietante, y podemos decir algo parecido de esta mujer.
Era tan cercana al ideal de belleza que no parecía sino una suerte de simulacro, una trampa evidente, esperando a aquel que cayera en su anzuelo.
Prudentes, todos, fueron vigilantes de cómo ella preparaba los pedidos y se negaron a cualquier sugerencia o extraña idea que la temible mujer llegase a presentar. No fueron pocas, ha de señalarse.
Y no era nuevo, tampoco. Hacía tiempo que estaban acostumbrados al hecho de que aquella persona parecía tener para todos un destino escrito, fijo en piedra, y acaso sin que ellos lo notasen les empujaba suavemente en tal dirección cada día.
Pero, hoy la mujer rezongó. Nadie atendía a sus sugerencias. Nadie venía a buscarle. Estaba sola, y sola se habría quedado, de no ser por algo que llamó poderosamente su atención.
Algo malo, verdaderamente. ...pues había una niña andando sola, y los niños solitarios son, como todos sabemos, el pan de cada día para las brujas hambrientas. Hacía tiempo que no veía a un joven andando solo a plena luz del día. Toda la gente del pueblo había aprendido por las malas a estar siempre en grupo, con tal de evitarse problemas con ella.
Pero, esa niña no era de por allí. Ella lo supo pronto, y se encaminó en su dirección, dejando atrás el café como a quien sus responsabilidades no le importan. Sus ojos algo desenfocados, por un momento, un semblante oscuro y temible hizo dubitar a cualquiera que intentase detenerla, recordarle de su compromiso de cuidar el sitio.
La bruja se dirigiría entonces al parque. Allí, una niña lloraba de rodillas. Aceptaba la pérdida, y la bruja podía leerlo. Algo en aquello pareció llegar profundamente a la bruja, que vió fijamente a la pequeña, con atención de madre. Incluso intentó posar una mano en la cabeza, cosa que ella resistió, alejándose.
Por unos momentos. Las sombras que alteraban la ciudad cubrían también los ojos de la bruja. Ella sabía lo que era desconfiar. Conocía muy bien los pormenores y los dolores de coexistir con una ausencia. Y es que, allí donde sus seres queridos habían procedido al olvido o lo que hubiera más allá, a ella le habían dejado atrás. ¿Era casualidad...? ¿Fue por algo que hizo...? ¿Fue un dejo cruel del destino...? Nunca lo supo, pero... Se forzó a volver al presente. E iluminar, una vez más, su rostro.
"Bienvenida a Vanaluz.", había dicho, con una amigable sonrisa y su rostro más encantador.
"¿Vana...luz? ¿Así se llama este sitio...?", la jovencita preguntó con cierto temor en su voz.
"Tal es su nombre. Puedo ver el desconsuelo en tus ojos y en tus gestos, querida. Déjame adivinar. ¿Quisieras ser vista por quienes aquí habitan...?", los ojos de la catorceañera brillaron, como si su mente hubiera sido leída.
"... claro que sí. Pero, ¿por qué? ¿Por qué no me ven...?", preguntó, cabizbaja una vez más. "¿Qué es esta sombra que todo lo cubre y lo impregna...?"
"La sombra ha estado con nosotros desde que los adultos marcharon, jovencita. Los jóvenes la han traído consigo, en su melancolía."
"... ¿Por eso no pueden ver...?"
"¿Qué tienen necesidad de ver...? ¿Abrirías tus ojos, si la soledad fuese todo lo que te aguardase...?"
"..."
Enmudeció, Caitlyn. No lo había pensado de ese modo. Y sin embargo, tenía todo el sentido del mundo. Ella también había dejado de ver cuando sus padres se fueron. Había perdido su empatía y su conciencia de los demás.
Ahora que lo pensaba, era tan evidente como natural, que allí sucediera algo como eso. ¿Sus padres, se habían ido...? ¿Habría sido, a la guerra, también...?
Tal vez tenía más en común con ellos de lo que inicialmente creía. Tal vez su arrogancia descarada había sido inmerecida.
"Por favor. Quiero que puedan verme.", pidió.
De pronto, todo lo que quería era un abrazo. Agravialle sonrió. Y sonrió de un modo tal que encandiló a la joven. Se inclinó, suavemente, para ponerse a su nivel, los ojos fijos en los de ella.
"Necesitaré que tomes esta botella y la llenes de agua del río. Una vez hayas terminado, has de entregármela y cerrar tus ojos, seguir mis instrucciones."
Junto con las palabras vino una botella sencilla, de vidrio. A Caitlyn le recordó a aquellas que los químicos usan para almacenar sus extrañas pócimas. Le fue evidente, entonces, que aquella mujer era alguna clase de científica, y por tanto iba a hacer uso de sus conocimientos para aliviar su malestar.
Agradeció, llevando una mano a su pecho, la suerte de contar con tan especial aparición. Agravialle aguardó calmadamente mientras la joven bajaba hacia el río, moviéndose con cuidado entre los surcos que el agua dejaba en sus crecidas. Se inclinó sobre la corriente, y comenzó a llenar la botella de agua.
Pero, por más que lo intentaba, siempre quedaba un poco por llenar. Sea que el agua se rebalsara y cayera. Sea que de algún modo inexplicable desapareciera. Nunca parecía estar del todo lista.
...la jovencita lo repitió, una y otra vez. Finalmente, encontró una solución para el problema. Juntó agua en una de sus manos y llenó el frasco con esta, completando su relleno.
Algo de ingenio nunca viene mal y lo cierto es que, por fortuna o desdicha, a esta niña no le faltaba. Con la botella llena, regresó donde la mujer, que le veía con una sonrisa.
Entregó la botella y cerró inmediatamente los ojos, alistándose para seguir sus instrucciones.
Escuchó entonces murmullos, palabras musitadas que no podía comprender, pero aún así le hablaban de sombras y males, de dolores, esperpentos, sacrificios y sufrimientos. Ella tembló en el sitio. Pero algo le dijo que todo aquello no eran más que sus ideas.
Después de todo, ¿qué prueba tenía? Aquella mujer no había sido sino lo más buena posible con ella y allí iba ella, Caitlyn, a quejarse, a verle en mal, a juzgarle, solo por no conocer el lenguaje que hablaba.
Ya había juzgado erróneamente a la gente del pueblo. No quería hacer lo mismo con la única persona que podía verle.
Así que, cuando Agravialle le dijo que tomara de la botella que le entregó, y ella lo hizo, no dubitó. No dubitó cuando sintió un sabor más bien ácido ni la espuma y el sonido de la efervescencia.
No dudó tampoco cuando su cuerpo comenzó a temblar, o cuando sintió un objeto esférico ingresar a sus labios desde la botella. La mujer le dijo que debía tragarlo, y ella lo hizo sin dudar.
Abrió pronto los ojos. ¿...el sitio, ya no tenía sombras? Todo se veía, clara y perfectamente. La gente moviéndose, los juegos, las personas. Algunas, incluso, voltearon a verla, con curiosidad y amabilidad.
Caitlyn sonrió, sus ojos se anegaron, como atestados de aquel deseo por fin cumplido. Algo en ella se satisfacía, estaba por fin en un sitio en que quería estar. Pensar que había dudado tanto en bajarse de aquel coche, de aquel sitio, en aquella ciudad, Vanaluz.
No fue sino hasta que estiró la mano que descubrió que algo andaba mal. Seguía siendo suya, pero la ropa era distinta. Parpadeó, y se vió a sí misma. Se reconocía, y no se reconocía a la vez. De hecho, de pronto dudaba de si su nombre era realmente Caitlyn.
... de hecho, ¿no era ese el sonido del carro con su servidumbre saliendo? De hecho, ¿...por qué le importaba poco y nada?
Pronto identificó a la bruja, que le veía sentada en una banca. Ella le sonrió.
"Te he dado una pócima para ver. Todo lo que antes te era negado, ahora te es cierto."
"Pero, ¿por qué? ¿Por qué si puedo ver con claridad, todo lo que tuve se ha desvanecido?", preguntó la joven, dolida.
"Tal es el precio a pagar cuando tomas la Pócima de la Mentira. Ahora, ¿por qué no decides? ¿Qué vale más...? ¿Lo que has ganado, o lo que se ha ido?"
La joven, honestamente, no supo responder.
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