Sopesó que habían tardado varias horas en el proceso, pues ya caía la tarde. Sin embargo, no era por eso menos odioso. Examinó el río y determinó que en efecto había habido una crecida. Ahora no quedaba más que hacer que velar a los niños.
El velatorio fue público, pero de pequeña concurrencia. Solo un montón de chicos llorando, llorando la pérdida, llorando el olvido. Llorando porque, rompiéndose por un momento la ilusión en que vivían, solo les quedaban dos cosas: Llorar y morir.
Escuchó el joven, llamado Gauss, que a la niña le faltaba un ojo. Tan mórbido detalle no hizo más que causarle un dolor de cabeza. ¿Cómo podía ser...? ¿Qué clase de cruel manifestación acuática habría quitado el ojo a la pequeña...? De por sí era un doloso remiendo. Él la había visto de cerca, y el agua había sido impiadosa.
Ahogar es una de las peores formas de morir. Sea aplastado por las mareas del agua, o perdido en la maraña del olvido. Él lo sabía, y por eso le dolió más ser quien echaba tierra encima de los cuerpos. Sin adultos para ocuparse, solo quedaban ellos mismos para hacerlo.
El funeral de lágrimas terminó, y la sepultura, cristiana por mera herencia de quienes les abandonaron, había sido finalizada. Fueron dispersandose. Algunos volvieron a la ilusión tan rápido que, aún con lágrimas en los ojos, comenzaron a jugar y reír.
Gauss no supo si eso era mejor o peor. Él volvió al café, para encontrarlo desatendido. La bruja se había marchado. Era típico, sin embargo. No era más que el pan de cada día. Gauss se preguntó si no sería alguna clase de encanto el que habría usado la bruja para convencerle de que le dejase ocuparse. Debería ya haber aprendido la lección para la enésima vez que sucedía. Inseguro, recorrió la barra con una de sus manos, buscando cobijo en la suave sensación de la madera.
Suspiró con voz tenue. Habiendo atendido a los clientes que se habían presentado (siempre los mismos, siempre a la misma hora, siempre pidiendo la misma cosa), Gauss se retiró al cuarto de atrás. Allí se sentó frente a una mesa y comenzó a garabatear, tachar cosas en un cuaderno.
¿Qué era, se preguntarán...? Les sorprenderá saber que se trataba de todos los métodos que él podía pensar para salir de Vanaluz. Por barco, por el bosque, por las calles destruidas, por el cielo, por bajo la tierra. Cada idea, por más tonta, más ridícula, había sido considerada, solo para ser descartada.
De entrada, obviamente no quedaba en la ciudad alguien con la capacidad para ingeniar algunas de las ideas más elaboradas. Y las sencillas resultaban simplemente terroríficas. Las calles no habían sido limpiadas en años. Tal vez fruto de algún resentimiento, los jóvenes se habían conformado con dejarlas así. Se decía habían bandidos y asesinos en el bosque limítrofe. Solo el Alcalde Evergreen les mantenía alejados.
El río no era una opción. Las crecidas eran notorias y el cauce traicionero. No hacía más falta que ver el destino de los niños para darse cuenta. E incluso entonces, nada garantizaba que más allá en el río no fuese a haber un problema.
Gauss suspiró una vez más, derrotado. Garabateó algo en el inferior de la página y se levantó una vez más. Se dispuso a cerrar el café y salir a caminar, como siempre lo hacía. Siempre a la misma hora. Siempre la misma ruta.
Pero hoy sucedería algo extraordinario en su camino. Y es que al paso de Gauss saldría una persona. ¿Quién podría ser...? De nuestro cast de sospechosos, resultó ser la joven Myrla, con los ojos anegados.
Gauss se acercó con un pañuelo, para limpiar sus ojos. La trataba como una hermanita. Todos en el pueblo eran hermanos, después de todo. Ella se aferró, sollozando en su pecho, musitando palabras vagas. Gauss temió lo peor.
"¿Ha hecho algo tu amigo Careta...?"
"¡No está! ¡Mi amigo Careta no está!"
Respondió ella, con audible dolor. Gauss abrió los ojos como platos. Pero, mientras Myrla pensaba en el dolor de la pérdida por vez primera, él temía por sus hermanos y hermanas.
Era sabido que el joven era peligroso, bastante. Y su ausencia no podía ser un buen augurio para la ciudad.
Pero fue antes de que tomase la decisión de actuar que una figura nueva salió de entre los edificios. El escándalo de Myrla había llamado ya la atención de mucha gente, pero quien apareció esta vez era... La bruja, Agravialle.
"No han de buscarle. Él regresará."
"... ¿Cómo lo sabes...?", preguntó Gauss, con cierta impaciencia.
"Lo he visto. Estará bien." Respondería la bruja.
"¡Careta! ¡¿Dónde está Careta?!", preguntaría Myrla.
"Más bien. Se acerca la hora.", respondió ella, ignorandole.
...y fue en ese momento que sonaron las campanas. ¿El Alcalde... llamaba a una reunión? La gente del pueblo comenzó a encaminarse. Si había algo que podía sacarles del trance de la rutina, eso era un llamado del Alcalde.
Mientras Gauss se encaminaba, Agravialle se le acercó, con palabras alarmantes.
"Tu hermana..."
"Lo sé."
"No lo sabes."
"¿A qué te refieres?"
"Exacto. Tu hermana... "
Por un segundo, el corazón de Gauss se detuvo. Lo presentía, veía venir el golpe. Pero lo compartía, lo aceptaría. Seguiría adelante. Era lo apropiado, lo correcto, lo que debía hacer. ¿Verdad...-
"- quiere destruir el Sombreado Gutural."
Por segunda vez en poco tiempo, los ojos de Gauss se abrieron como platos. Y es que... ...no podría haber estado más equivocado.
Su hermana, mientras tanto. Había ido a buscarle para salir juntos a ver al Alcalde. Solo para encontrar, con una expresión dolida. Un papel con la siguiente inscripción:
"Mi hermana no quiere vivir aquí."
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