Primero eran hojas. Luego eran ramas. Luego los troncos mismos de los árboles. Cuanto más se alejaba de Vanaluz, más parecía que el sitio mismo buscaba retenerle. Pero él no miraba atrás. No dejaba de correr, de desesperarse en alejarse lo más posible del, seamos francos, horripilante sitio.
La rutina y la tranquilidad disfrazaban la más fuerte melancolía, y eso a él finalmente le había roto. Tal vez no tardaría demasiado en romper a otros jóvenes, que intentarían lo mismo que él. Huír, infructíferamente. Para ser asesinados, descuartizados, torturados por el mundo fuera.
Porque Vanaluz era horripilante, pero era también un paraíso. Pero ya no lo era para Careta. Para Careta no era más que un infierno. Tal vez El Infierno mismo. ¿Por qué, se preguntarán...?
Pues hemos de señalar que hace mucho tiempo, Careta vivió en una casa en medio del bosque. Pero, su hogar se vio invadido por el que llaman el Sombreado Gutural, cuando su padre falleció. Su madre se quitó la vida y él, quedó solo. Solo huyó, entonces. Y dicen por allí que es el único que alguna vez consiguió escapar de la sombra.
Y lo logró, es lo peor. Pero desde entonces lleva cuernos en su cabeza. Careta se sentía orgulloso de ellos, como si fuese un reconocimiento del abismo. Aunque lo más probable es que el abismo hubiese estado a mitad de convertirlo en algo más.
De un modo u otro, Careta pronto habría llegado a Vanaluz, donde se había refugiado. Había encontrado una gran compañía en Myrla, su Guardiana. Una gran amistad y tal vez alguna cosa más que su inocente corazón no llegaba a elucubrar.
Pero, pese a todas las alegrías, había una triste realidad. Y es que Vanaluz había caído también víctima del Sombreado Gutural.
Él al principio no lo notó. No lo notó, hasta que Myrla pronunció unas palabras fatídicas, que inevitablemente le trajeron el recuerdo de su madre.
"Hace años que no veo el sol."
La tristeza de tales palabras le hizo desear poder hacer algo por ella. En ese momento, sin que ella entendiera por qué, había corrido a abrazarla.
Pero, ella no pareció entenderlo, y le abrazó de regreso como una hermana mayor, con ese cariño y calidez familiar que a él le gustaba y, conforme entraba en la pubertad, comenzaba a desesperar.
Nadie podía huir de Vanaluz. Eso él lo sabía. Pero pensó que, tal vez, si lo había logrado una vez, podría hacerlo de nuevo. Pero dejar atrás a Myrla...
Esa era una bestia distinta. Un dolor que no puede describirse comenzó a llenar sus ojos. Estos se nublaron. Él no los vió tornarse rojizos. Pero lo hacían, fruto del continuo llanto.
Rabioso, intentó algo que nunca había hecho. Comenzó a tirarse de los cuernos, a intentar arrancarlos, a provocarse a sí mismo daño y dolor. Sus gritos eran notorios, y su expresión cargada de miseria. Pero no se detenía, lo hacía con odio, con dolor, con sufrimiento.
"¡Detesto esto!", dijo él. Furioso, iracundo. Comenzó a pisotear el suelo, una y otra vez. Su fuerza era sobrehumana, pero esto tampoco lo sabía él, así que no se detuvo hasta haber hecho un buen pozo en el que se encontraba hundido.
Él lloró desconsoladamente, ahora atrapado por su propio pie. Pero aquella maldición, pronto sería también su bendición. Puesto que...
"¿Hola...? ¿Hola...?"
La voz de una joven. Careta la reconoció como la voz de uno de los dueños del café. Parpadeó, varias veces, cortando el llanto.
"¡Vete!", gritó, sin reparar en que rechazaba su única posibilidad de salida.
"¡Pero... Careta! ¿Qué ha sido de tí...?", la joven exclamó, acercándose al pozo.
"¡Déjame en paz!", respondió él, enfurruñándose cual niño pequeño.
Ella rió, incluso, pero no con malicia. Sino con una suerte de instinto maternal. Le extendió la mano, para ayudarle a salir. Y él, pese a su reticencia, acabó aceptándola. Así fue como Careta salió del pozo en que se encontraba.
Se vieron fijamente, uno pelirrojo, la otra pelicastaña. Ella le sonrió. Él miró a otro sitio.
"¿A dónde ibas, siquiera, que me oíste...?", Careta
"Necesitaba pensar.", Kanthia.
Ambos guardaron silencio, por varios segundos.
"Tu hermano quiere que te vayas.", dijo Careta, de pronto.
...ella asintió, sorprendida. ¿Acaso era un secreto tan difundido...?
"Ven conmigo.", dijo de pronto, y le tomó de la mano, corriendo- en dirección al bosque, una vez más.
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