Y es verdad que fue hace mucho. Pero, no sabía cómo responderte. Nos miramos a los ojos, un poco idos, un poco dudosos. Me mostraste tu sonrisa, tan sincera, tan amable. Y mientras te daba tu flor favorita, me sentí un poco más en casa, aunque estábamos tan, tan lejos.
Y un día fuimos padres, y tuvimos dos bellos jóvenes, dos preciosos hijos. Fue hace tanto tiempo, tanto tiempo que me cuesta recordarlo. Las mareas del Otoño van y vienen. Me nublan el pensar. Recuerdo más o menos que un día me sonreíste. Me aseguraste viviríamos por siempre. Y capaz que es cierto. Pero, hoy ya no estás conmigo.
Se siente un poco mentira. Se siente un poco mentira vivir por siempre si ya no estoy contigo. Pero supongo que en la persistencia encontraré un remedio, un atisbo de cordura para aliviarme el absurdo.
Y mientras te extrañaba, se me fueron también los chicos. Perdidos por el espacio y el tiempo, reductos de nuestros deseos, herederos de nuestros fallos y portadores de nuestros sueños. Y al mismo tiempo, tan distintos, tan propios.
Te veo a tí en sus ojos, y a la vez no les reconozco. Sé que pese a todo en su mirada puedo volver a encontrarte. Pero también sé que sus almas están ligas por delante de las nuestras. Me gusta pensar que nuestra labor fue darles un sentido que no pudieran perder.
Y tal vez, tal vez desde su perspectiva, yo también me he ido hace tiempo, como tú te has ido para mí. Y me toma la tristeza, me encierra bajo las tablas. Me esconde de nuestros retoños y me muestra su dolor, su miedo, su preocupación.
Les veo separarse, distanciarse. Les veo sufrir y construir sus propios futuros. Crecen, y son siempre jóvenes en mis ojos. Y yo no sé si soy Dios. Si soy un hombre durmiendo. Si estoy muerto, o si algo de esto tiene algún sentido.
Solo sé que, el día de la locura, la epítome de nuestra catástrofe. Tú ya no estabas allí, y yo tardé mucho en encontrarte. Y ellos, ellos tuvieron que lidiar solos con eso. Y cuando tuvieron miedo, pude verlo. Mi corazón delator, fantasma de un pasado protector, les hizo saber que seguíamos con ellos.
Mientras les ví sobrellevar el dolor, pude oírme decirle a cada uno las mismas palabras que tuve de tus labios el día que desapareciste:
"No me olvides."
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