"Venimos de Thar-Abbys"—dijo firmemente Mina. Los otros dos levantaban la mano en señal de llegada.
"Okay... okay… quédense justo ahí, iremos por ustedes"—.
Un hombre de avanzada edad, portando una espada oxidada y un peto de cuero comido por polillas, caminaba hacia ellos. De cuerpo corto pero muy fornido, se aproximó al grupo y, acercando una lámpara de aceite, trató de exprimir lo más que pudo su cansada vista, y apenas dilucidando lo que tenía frente a él, dijo:
"Por favor, muestren sus medallones, uno no puede ser demasiado precavido por estas tierras"—dijo el hombre mientras los veía con sospecha.
Mina y Jacob levantaron sus medallones mientras Íthil levantó un rollo de pan glaseado.
"Ya veo… ya veo… dos de madera y uno de plata. No saben cuánto alivio nos da ver el nivel de la gente que nos fue enviado, el pueblo podrá descansar mejor a partir de hoy. Sus anteriores amigos se fueron y dejaron el pueblo así nada más, espero que ustedes no huyan"—.
Mina miraba a Íthil con reproche mientras Jacob apenas sostenía su risa. Se encaminaron por una vereda angosta que pronto los llevó a un pueblo. La neblina rondaba las secciones del bosque circundante como un animal acechando a su presa. Los edificios de ladrillo rojo y tejas de piedra se levantaban sólidos e inamovibles ante el bosque alrededor, ofreciendo un refugio ante la niebla exterior.
"¡Tres muchachos grandes y fuertes llegaron desde la academia, asegúrense de ayudarlos en lo posible para resolver nuestro problema!"—gritó el anciano. Jacob e Íthil reían en silencio, al ver a Mina enfadarse.
"¿Puedo golpearlo? Solo un poco, será rápido, no sentirá nada, lo prometo"—Mina murmuraba una maldición mientras apretaba el puño.
Momentos después y ya con la mayoría del pueblo reunida, todos se juntaron en la plaza central donde se encontraba un quiosco.
Alrededor de este se reunió lo que parecía ser casi todo el pueblo, varias personas, todos entre 6 y 45 años, casi en su totalidad compuesto por jóvenes y adultos varones. Los menores de 20 eran niños en su totalidad, mientras que en el quiosco se sentaban 4 adultos mayores, uno de ellos era el vigía.
"Mucho gusto en tenerlos aquí, aventureros, nos alegra que Thar-Abbys por fin nos dé turno. Esperamos arreglen nuestra situación lo más rápido posible, no duden en consultarme a mí o a cualquier otro integrante del pueblo"—dijo una mujer aparentando unos 50 años, con un cuerpo ya algo reducido. La señora aún se movía vigorosamente y sin problemas; su voz, claramente experimentada, daba la sensación de una trabajadora ruda y con mucho liderazgo. Los aventureros no pudieron más que sentirse un poco empequeñecidos con tan imponente presencia.
"Mi nombre es Regis, nuestro vigía al que ya conocieron es Raya. Estos son Laurel y Merril, somos los líderes del pueblo de Theos"—los cuatro mayores saludaron a los aventureros.
"Como sabrán, estamos lejos de todo, temíamos que no mandarían a nadie después del incidente del año pasado"—dijo Merril, una señora ya grande con semblante alegre y ropas cómodas.
El pueblo estaba en medio de pláticas a voz baja mientras varias miradas juzgaban a los aventureros.
"¡Thar-Abbys nos mandó y queremos ser de completa ayuda, no se preocupen, estamos con ustedes!"—dijo Mina mientras en la gran mayoría del pueblo se veía un descanso en sus miradas con la noticia.
Los 4 jefes de la aldea sonrieron.
"Nos alegra ver su disposición al trabajo. El pueblo y nosotros estábamos preocupados; los últimos compañeros suyos que vinieron dejaron el trabajo y huyeron del pueblo sin hacer ni un solo avance"—dijo Raya, apoyado de varios pueblerinos que expresaron su enojo.
"Sentimos mucho la actitud de nuestros compañeros, esta vez les ayudaremos usando lo mejor de nuestras habilidades"—afirmó Jacob.
"Muy bien, díganos el verdadero problema que tienen"—Íthil se dirigió lo más cortésmente que pudo. En ese instante, la mayoría del pueblo permaneció callado mientras Regis empezaba a hablar.
"Como pueden percatarse, tenemos un problema de población. Nuestro pueblo no es muy grande… y hay pocos jóvenes de por sí. Sabemos que hay incursiones de otros países para llevarse de manera forzosa a los jóvenes, pero casi siempre son los de mediana edad y no tienen vergüenza, no les importa ser descubiertos, lo hacen a plena luz del día. Desgraciadamente, nosotros tenemos un problema mayor: como se habrán notado, no hay jovencitas ni mujeres jóvenes. ¡No tenemos idea ni de quién es el culpable ni de dónde se encuentran!"
Un increíble sentimiento de hundimiento llegó de golpe a los 3 aventureros.
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