“Me gusta tu sombrero”.
Ese era el comentario que más oía.
A todas horas, todos los días; muchísimos desafortunados viandantes reparaban en mi brillante cabellera esmeralda y, a continuación, en el ajado sombrero de cuero sobre él.
“Oh, gracias, ¿te lo quieres probar?” les solía responder; si eran lo bastante jóvenes.
Y lo hacían, y la luz empezaba a desvanecerse de sus ojos; lo suficiente para que yo supiera que había funcionado, pero no para que fueran conscientes de que algo iba mal.
Esa misma noche, las noticias se hacían la aparición del cadáver de una persona de muy avanzada edad en un domicilio que no le pertenecía
Las caras de espanto de la familia, una vez empezaban a entender que ha pasado, nunca se pasarán de moda.
Os habréis dado cuenta de que hablo de todo esto en pasado, como si lo hubiera dejado atrás. Bueno, mirad mi sombrero.
Mira las letras en él inscritas, como si de un viejo pergamino se trataran. Las vidas de tantos...y todas son mías (sin sus malas decisiones, claro está, volviéndose lo más largas posibles).
Tres eones me esperan; aunque, supongo, podría hacer hueco para unos ochenta años más…
¿Te lo quieres probar, verdad?
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