Thomas estaba HARTO. Hay un número de bromas pesadas máximo que se te pueden gastar antes de dejen de ser bromas y pasen a ser, simplemente, pesadas.

Al principio, no tenía ni idea de lo que  ocurría. Hasta que olió el azufre.

Todo el mundo sabía lo que  quería decir el olor a azufre.

Bueno, todos menos la chica de sonrisa de suficiencia y ojos escalofriantemente ancianos a pesar de no aparentar tener si quiera edad legal para beber que le abordó cuando fue a comprar los ingredientes para el ritual que mantendría apartada a la criatura de su hogar.

- ¿Estás seguro de que quieres comprar eso? –le preguntó, alzando una ceja. –Los demonios no suelen molestarse en atacar casas de tíos random.

Por alguna razón, Thomas no se cuestionó cómo sabía cuál era su situación exacta, y tan sólo se encogió de hombros.

- Igual soy especial.

Ante esto, la chica se había reído mientras jugueteaba con el pañuelo rojo que llevaba al cuello.

- Siento decirte; nadie lo es.

Terminó de preparar todo; si no se había equivocado, el demonio aparecía  en el centro de la figura geométrica que había indicado el manual (creo que es un romboide, pero la geometría nunca ha sido su fuerte) y sólo tendría que apuñarlo en el punto exacto…

Una figura de apariencia canónicamente masculina apareció y, sin pensarlo, clavó el puñal hechizado.

La figura se rio.

- Thomas, Thomas…me caías bien; pero al de arriba no le gusta cuando alguien nos detecta.

               >>Ya lo siento.

Las piezas en el cerebro del hombre terminaron de encajar.

- Espera, ¿el de arriba…? Entonces, ¿eres…?

- ¿Un ángel aburrido? Exacto –le dedicó la sonrisa más encantadora que hubiera visto nunca. –Y también tu asesino, ya lo siento.