Cada día se levantaba en un avión distinto, con un destino distinto, conversaba con un pasajero distinto y llegaba a conclusiones muy similares sobre el mundo exterior.
Sabía que sólo había una forma de lograr escapar de aquel bucle sin fin en el que un brujo le había atrapado, envidioso de que fuera más poderose que él.
Sin embargo, la cosa era, Ter había aprendido algo tras años y años interactuando con toda clase de individuos: la humanidad jamás perdería su potencial de mejorar.
Por ello, no era capaz de hacer que ninguno de aquellos aviones se estrellara allí donde más almas pudiera consumir.
Puede que algún día cambiara de idea pero, si esto sucedía, sólo se podría entender de una manera: había dejado, total e irredimiblemente, de ser elle misme.
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