Tenía el mismo sueño todas las noches. Algunas veces, éste le hacía sentirse seguro, como en casa; otras, la mayoría de ellas, le aterraba lo que en él veía debería.
No tenía el más mínimo sentido pero, así son los sueños, ¿no?
Aquello, sin embargo, no era lo peor de la situación. Lo peor era su incapacidad de contarlo, su absoluta ausencia de habilidad para describir con palabras las escenas una y otra vez vistas, culpables de sus ojeras y cuerpo perpetuamente agotado.
Un día, algo cambió.
Comenzó a cantar en el sueño, una vieja melodía, con una voz profunda que no reconoció como propia.
Desde entonces, la humanidad entera comparte su sueño.
Desde entonces, la humanidad busca mil y una maneras para evitar dormir.
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