Los reinos con más de una soberana eran comunes. Bien por casamiento, hermandad, poderes divididos o pactos estratégicos entre lo que antes eran naciones separadas.

Sin embargo, lo que no era tan habitual era que estas reinas encerraran a los torpes caballeros novatos que traían cartas de países vecinos en sus habitaciones privadas y empezaran a cantar una canción tan común como inolvidable a éstos.

William empezó a sudar bajo la pesada armadura; las reinas no eran como las sirenas, pero estaba claro que le estaban haciendo algo.

¿De verdad era necesario? Sólo había hecho un comentario no muy educado (pero muy divertido, si alguien se molestaba en pedirle su opinión)  sobre una de las criadas; ¡de las criadas!

Las mujeres seguían cantando. No sabría determinar si se trataba de una pieza especialmente larga o si estaba empezando a reproducirse desde cero.

Notó algo subir por su garganta, y lo expulsó a base de violentos escupidos al suelo, dejando a la vista…oscuridad y…algo más, algo con una luz como nunca antes la había visto.

Las mujeres hablaron sobre él; a pesar de no ser perfectas, William se preguntó cómo no se había fijado antes en su belleza.

- Ahora eres un alma pura…nuestra alma pura. Nos pertenecerás hasta que el universo implosione de nuevo.

>>Igual también después, ya veremos sobre la marcha.