La palabra que más habían usado para describirla era ambiciosa. Una, y otra, y otra vez. Era algo innegable, eso lo sabía; pero aquello no quitaba que fuera muchas más cosas. Odiaba las connotaciones que tenía decir que “oh, eres una joven muy ambiciosa” mientras era observada por un puñado de hombres mucho más mayores (y mucho más blancos) que ella. Eso era todo lo que era, la joven muy ambiciosa provenientes de lo más bajo de la escala social, un cliché aún más grande que ellos mismos.

Si pudiera cambiar algo en su vida, sería eso. La forma en que el mundo la percibía. No era sólo una joven ambiciosa, tu chica extremadamente trabajadora y servicial que quería llegar lejos a la vida. Tenía talento, imaginación, sueños de poder dedicar tiempo a sus propias aficiones extraprofesionales.

La gota podía cambiar eso. Sabía que tenía riesgos, había visto a varias parejas suyas tomarla y perderse en la nueva identidad que les ofrecía. Convertirse en su papel.

Aquello no le iba a pasar a ella. Había negociado un precio, un precio que aseguraba que, en su interior, Willa no dejaría de ser ella misma.

Acarició la cara de Warner, había sido entretenido salir con él; casi tanto como con  Cordelia, pero ella había decidido tener un accidente antes de podérsela ofrecer al niño-hada.

- ¡Charlie! –a su grito, el cuerpo de Warner empezó a cambiar, transformándose poco a poco en una ardilla de tamaño humano. Sonrió, tratando en vano que el nerviosismo no se notara en su voz. –Supongo que esta vez te ha gustado la ofrenda.

Como toda respuesta, una gota de un denso líquido cuyo olor recordaba a un buen chocolate caliente apareció en el vaso vacío que sujetaba en una mano.

Sonrió y bebió.

Una nueva vida la esperaba.