La claridad con que podía ver mis manos en las tuyas aún cuando no estabas ahí comienza a formar parte de mi locura a tu ausencia, el vacío que se expande desde el centro de mi pecho ha querido llenarse de recuerdos e ideas que siempre terminan por llevarme a ti. Hoy, por ejemplo, te busqué con una noticia vaga en la punta de la lengua, una de las nimiedades que me hacen extrañamente feliz pero al comenzar a escribir recordé que ya no estabas y la felicidad se volvió amarga.
Pero la amargura comienza a ser habitual.
Ahora que no estás te he deseado tantas cosas que no pude decirte, cada día te digo adiós pero mi puño se cierra aferrandose a lo que queda de ti en mi volviendo la cadena de despedidas aparentemente interminable. He intentado cada mañana olvidarte con una serie de rutinas absurdas que terminan en nada, todo intento se opaca con la bruma del inevitable anhelo y me desespero ante el poco control que tengo de mi.
Esta vez he decidido no intentar olvidarte, abrazar tu recuerdo un poco más en una despedida que se une a las otras como una nueva rutina que me permita soltarte, y así, estoy segura que nos quedan más.
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