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Cuentos De Khuarhya

—Dremoria— (parte 1)

—Dremoria— (parte 1)

Nov 29, 2021


La brisa de la bahía humedecía las ventanas de los edificios del muelle de Balerno, y en las salas de espera resonaba un reloj con un sonoro tic-tac, anunciando las llegadas de barcos de otras tierras. Estos llevaban especias y otros materiales. El personal de los muelles manejaba con destreza y cuidado las llegadas y salidas. Entre ellos, el último barco de pasajeros del día se bamboleaba apacible entre los muelles, flotando sobre la superficie del agua. Este era impulsado por tres cristales de amatista que pulsaban gentilmente, aferrados a un gran soporte inferior metálico, adornado con detalles de granito blanco y relieves en basalto musgoso. En una enorme placa de madera, al lado del casco, se podía leer "La Corona" tallado en letras de bronce.

— ¡Por fin llegué! — dijo Íthil mientras bajaba del barco de transporte. Tomó su bolsa desgastada y descendió por las escaleras. El barco se alejó flotando sobre las olas, no muy alto, solo lo suficiente como para procurar un desplazamiento suave sobre las aguas de las costas del puerto, mientras se dirigía a su siguiente parada en la región.

Íthil siguió su camino después de dejar el puerto, llevando en la mano solo una maleta tipo saco militar. Mirando al horizonte y sin bajar el paso, observó los bosques que, usualmente verdes, se encontraban teñidos de rojo en esos meses. Esto se combinaba con un fantasmal reflejo en el aire que bailaba como si fueran brasas de una hornilla.

— Todo está en llamas — pensó Íthil mientras caminaba por los senderos del puerto de Balerno y miraba el paisaje único que lo recibió.

— ¡Cierto! ¡Lo olvidaba, es el mes de Zosma, la Luna Roja! — Íthil se acercó a una carreta-tienda que se encontraba a un lado del sendero y tomó una canasta de frutos rojos, pagándola con una moneda de bronce. Manzanas, moras, camotes dulces, así como calabacillas en dulce y adornos de canela y especias de clavo rebosaban en una cestilla de mimbre.

— ¡Gracias por su compra! — una jovencita alegre tomaba el pago de Íthil mientras un chico, en la parte de atrás, llenaba el carromato repleto de lo que parecían ser corales cristalinos de varios tipos y formas. Estos fulguraban teñidos de rojo como si reflejaran el color de los follajes.

— ¿Están recolectando los Manaquistos? — preguntó Íthil, apuntando con su dedo al chico que pasaba atrás.

— ¿Eh?, oh… ¡sí! ¡Son muy populares en esta época! Mi hermano y su mujer preparan lámparas con ellas; solo tomamos los botones maduros y duran solo un mes, pero son muy apreciadas por los Mageias — replicó la jovencita, alegre, a Íthil.

— ¡Además, los botones de los Manaquistos se venden muy bien para hacer Lumarias! —

Íthil se llevó la mano al pecho y tomó un frasco chico que colgaba en su cuello, cuya tapa tenía un mecanismo de retícula hecho de plomo, con una pequeña palanquilla.

— ¡Lumarias!, claro, son esenciales para cualquier Mageia — respondió Íthil con la sonrisa más amable que pudo.

— ¡Claro! Las Lumarias evitan el envenenamiento por maná; en los Mageias es totalmente indispensable, es un buen negocio — le dijo sonriente aquella chica a Íthil. Este agradeció y prosiguió su camino en el sendero.

— Sí, sin esta baratija el maná invadiría mi cuerpo al realizar encantaciones y me mataría si no lo tratase. A veces olvido esas cosas — pensó Íthil al ver su dije colgado al cuello. Accionando la palanquilla, la retícula se abrió y, dentro de este, el pequeño botón cristalino desplegó un pequeño abanico de barbillas que pulsó como si respirara, hinchándose un poco. Inmediatamente después, empezó a emanar un ligero y fantasmal brillo rojizo como los manaquistos que el chico traía en el carromato.

— Bueno, mejor apurémonos, el festival de la Flama y el Martillo no me dejará dormir — Íthil caminó por el sendero unos minutos más hasta llegar a la estación de diligencias, donde tomó una directo a Nher Vael Arhym, la ciudad capital de Dremoria y lugar donde se encuentra la Casa de la Luna Ocre, la academia de Mageias.

El paisaje inolvidable de Dremoria pronto se reveló ante Íthil. Serpententes y coronados por abanicos y penachos, los manaquistos saturaban caminos y calles, mientras el cielo empezó a tornarse en el eterno atardecer que caracterizaba el centro de Dremoria. Bancos de neblina resplandeciente y el olor del petricor constante, proveniente de estos, inundaron los sentidos de Íthil. Sus años de estudiante regresaron a su mente al ver a los chicos correr por las calles ataviados con las capas impermeables de piel, características de la Casa de la Luna Ocre, la renombrada academia de Magicers.

Pronto llegó a la entrada principal. Las empedradas plazuelas, adornadas con arreglos de piedra blanca y negra, patrones de circuitos mágicos de protección para la academia y a sus estudiantes, palpitaban en guarda en sus calles.

— ¡Haaaaa!… No recuerdo que tuviéramos tantas escaleras — Íthil subía por el inclinado frente del segundo ziggurat. A cada lado de la escalera se encontraban pasillos techados por arcos de madera; estos se recubrían por plantas y un arreglo de Manaquistos que iluminaban gentilmente las calles y caminos. Aquellos pasillos conducían a los salones que rodeaban al edificio principal. Más que salones, eran casonas de ladrillos rojos con tejas de piedra y una chimenea. Sus dos pisos se componían por un salón en el piso principal con sillones mullidos, mientras que arriba una pequeña librería y mesas se acomodaban alrededor en balcones por los cuales el piso inferior era visible. Afuera de un salón que decía, en una placa de madera, "Iniciados de la Luna Negra: Ritos Básicos y Teoría", tres jóvenes con apariencia de buscapleitos molían unos trozos negruzcos de lo que parecía ser ramas chamuscadas en un mortero.

— ¡Te dije que se darían cuenta! ¡Estás torpe, Rein! — le dijo el más pequeño de los chicos al otro que molía molesto las ramas chamuscadas en el mortero.

— ¡Cállate, Dein, tu cobardía no ayudó! Y tú, Zein, nunca ayudaste en nada — volteó a ver de reojo al otro joven que trozaba las ramas grandes en más pequeñas.

— ¡Jajaja, la verdad fue más divertido ver sus caras cuando nos agarraron, que la broma que planeabas! — dijo el más chico con una suave voz que sonaba como una campana de cristal. Íthil miró nuevamente, prestando atención, y resultó ser una jovencita muy descuidada.

— ¡Pobres chicos! Si el maestro Khan los regañó, eso es solo el principio — pensó Íthil. Aquellos jóvenes lo voltearon a ver mientras bloqueaban la puerta del salón. Estos lo vieron y no se retiraron, casi ignorándolo. Íthil, en respuesta, solo les sonrió lúgubremente. Al ver la insignia de Thar-Abbys que colgaba de su pecho, justo al lado de la Lumaria, un escalofrío les recorrió la espalda y se apartaron obedientemente de la puerta. Íthil entró con aire de victoria.

— ¿Maestro Khan, está aquí? — Íthil dijo en voz alta mientras entraba al salón desocupado y tibio por la chisporroteante chimenea.

— ¡Rein, muchacho, ya te dije, termina de triturar las ramas de manaquisto! Ya tengo preparadas las ámpulas de aceite mineral, la tinta para el grupo debe estar lista para las seis. La próxima vez que trates de dibujar un garabato obsceno con tinta en el gran salón, al menos procúrala de otro lugar que no sean mis reservas… Oh. — un viejecillo caminó de entre las mesas y miró fijamente a Íthil. Vestido en una toga gris oscura con hilo de plata, de piel cobriza, ojos negros con luces verdes jade y una larga barba con cabello corto y herrajes anillados a su barba con múltiples cráneos de animalillos como llaveros.

— ¡Íthil, muchacho! ¡Jajajaja! — rio a todo pulmón el viejecillo, levantando las manos para dar un abrazo a Íthil.

— ¡Maestro Khan, cómo ha estado! — Íthil se acercó al Maestro Khan y los dos se dieron un abrazo seguido de un fuerte apretón de manos. Los tres jóvenes solo observaban intrigados y curiosos desde afuera.

— Veo que sigue apegado a las tradiciones y aún hace que los alumnos hagan su propia tinta de estudio — Íthil miró las ámpulas cristalinas de aceite mineral alineadas cuidadosamente en la mesa junto a una caja de madera la cual tenía botellas de vidrio con tinta en su interior.

— ¡Claro que sí! La tinta a base de ceniza de Manaquistos es la mejor para estudiar. Su reacción luminiscente ante el maná asegura que los estudiantes presten atención y tengan un buen desempeño en el estudio. Además, solo el Mageia que escribe con ella puede activarla, eso me da la seguridad de que realizan sus tareas ellos mismos — el maestro dijo jovial mientras arreglaba varias ámpulas en los estantes y en los pupitres del salón.

— ¡Pero seguro que no vino a discutir de tinta de Luna conmigo, joven Íthil — replicó una vez más el maestro Khan mientras lo veía. Justo en ese momento, el maestro, extrañado, tomó la cabeza de Íthil con ambas manos. Íthil, por un momento, titubeó echando un paso atrás, pero se detuvo, dejándose examinar por el maestro Khan.

— ¡Déjeme ver más de cerca, joven Íthil! — el maestro tomó sus lentes con la mano y se los colocó lentamente, acercándose a Íthil.

— ¡Ya veo! ¡Muchacho, has estado en un lugar muy oscuro y perverso, el vacío ha quemado tu mente! — la voz del maestro se volvía cada vez más profunda y temible a cada palabra, como si el cuarto se empequeñeciera. Un temor se revolvió dentro de Íthil.

— Aquello que aguardaba en la oscuridad dejó marca en ti; veo un eslabón de temor y rencor afianzándose en tu ser — Íthil miró hacia abajo. Gotas de sudor enormes corrían por su frente y mejillas. Repentinamente, la oscuridad del lugar parecía tomar formas horribles: sombras sinuosas y retorcidas pulularon de las grietas profundas de la cabaña. Sintió una horrible presencia que le recordó aquella mina, que de repente brincó y envolvió su cara.

— ¡Todas felices, todas sonrientes, todas de fiesta! — Íthil escuchó el retumbar de cada sílaba, horrible y pesado en su nuca, acompañado por un zumbido que consumía sus oídos, como si su cuerpo fuese destrozado por una jauría de enojo y furia. Sintió su ser disolverse en la sombra.

— ¡ELHEN NHER YTMYR! ¡Sombras del ayer, entes de odio, no tienen permiso para entrar, fuera de este recinto su existencia está prohibida aquí! — el calor abandonó el lugar mientras el maestro Khan recitaba en un tono fuerte y retumbante en cada palabra. Jarros y viales se agitaban entre sí como si temblaran de miedo. En medio de esta tormenta, vio de reojo cómo los tres jovencitos, que entendieron y asustados corrían por el salón, tomaban Lumarias grandes de los estantes y eran puestos a su lado.

— ¡Santa Luna Ocre! ¡Íthil, Hijo de la Luna de Merak! ¡Te ordeno que regreses de aquel lugar de sombras! ¡Deja a un lado el reino de los finales! ¡Regresa a la calidez de nuestros dominios! — el maestro repetía palabras sonoras que, como un hilo, se entrelazaban para formar una cuerda de la que se aferró Íthil. Las sombras desconocidas escapaban por ventanas y grietas; las linternas y manaquistos recuperaron el brillo.

Con un jadeo profundo y rápido, Íthil sintió como si pasara a través de una telaraña que se afianzaba a él con fuerza.

— ¡AHHHHH! — jadeó Íthil, recuperándose del trance. Sintió cómo la calidez que se le arrebató regresaba a su cuerpo, mientras que las sombras que no huyeron del lugar eran cortadas por la potente voluntad de Khan.

— ¡Y ustedes, jovencitos, dejen de temblar, son Mageias, no gelatinas! —

Íthil escuchó la voz profunda del maestro; los chicos se apresuraban de un lado a otro siguiendo las instrucciones de Khan.

— ¡Ja, ja… sí! Así es como lo recuerdo, por eso me gustaban sus clases — Íthil tosió una risa mientras se levantaba.

Khan se volvió con una mirada preocupada al oír esto.

— Muchacho, ¿cómo estás? — preguntó Khan, medio asustado y cansado, levantando del piso a Íthil. — Íthil… no sé qué clase de oscuridad encontraste; el mero recuerdo que quedó en tu mente se volvió un horror por sí mismo. Eres un Mageia y has demostrado fortaleza como tal, pero un artesano necesita herramientas — Khan miraba a Íthil aguardando su respuesta.

— Es a lo que regresé, viejo Khan. Tengo algunos planes, pero nada concreto — Íthil miró pálido y tembloroso al viejo Khan; los tres jovencitos no estaban menos asustados que él.

Khan contempló a Íthil, volteó a mirar un librero y tomó un rollo. Se volvió de nuevo a Íthil y se lo entregó. — Este Leur es de la luna de Merak, contiene significados incongruentes para mí, pero, tal vez te ayude a ti. ¡Ah, y necesitarás un acompañante! Ve al lado sur del lago Lunar, es temporada de Quelontas —.

— ¿El Leur qué hace? — preguntó Íthil, desenrollando el pergamino.

— Eso deberá descubrirlo usted, señor Íthil. No dudo que pueda descubrir el misterio — Khan limpiaba el lugar que quedó hecho un desastre por el reciente suceso. Los tres chicos miraban temerosos.

— Y ustedes, limpien todo, necesito esa tinta para la clase de mañana — dijo Khan a los tres chicos.

— ¡Sí, Maestro Khan! — Los tres chicos, justo en ese momento, habían encontrado un respeto nuevo por el maestro viejecillo que molestaban continuamente. Más adelante, esos tres jovencitos se convertirían en ejemplares alumnos con la ayuda de Khan, pero eso es otra historia.

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celineabab303
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