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Cuentos De Khuarhya

-Dremoria- (parte 3)

-Dremoria- (parte 3)

Dec 13, 2021

Dremoria (Parte 3)

Tomándoles un tiempo, Ithil y compañía limpiaron la zona, removiendo pedruscos y troncos entre los cuatro. Al final, un área amplia, como de unos 5 metros cuadrados, quedó despejada para desplegar el rollo sin interrupciones. Afortunadamente, encontraron la superficie de un enorme pedrusco, ligeramente curvado, pero muy útil para la tarea que se venía.

Ithil desplegó su bolsa a un lado, dejando ver varias herramientas curiosas, no solo de magicer.

—¡Wow! Hay un montón de basura en tu bolsa, Ithil —dijo Dein, admirando utensilios y otras chucherías como brochas y palillos con la punta quemada.

—¡No, Dein! No es basura, son los tesoros de un hombre solitario, ¿no es verdad, Ithil? —Zein guiñó una vez más a Ithil, sacando la punta de la lengua y poniendo su dedo en su mejilla en un gesto travieso, tratando de tomar venganza de la afrenta anterior.

—¿En serio, Zein? Rein, pásame la caja negra de tu izquierda —Ithil refunfuñó por el gesto de Zein, extendiendo su mano abierta al otro trillizo. Rein, tímidamente, volteó y dijo:

—¿Me pasas la caja, Ze…? —dijo en voz algo temerosa, pero Zein no lo dejó terminar; solo volteó y se fue en dirección opuesta. Rein no tuvo opción más que ir él mismo por la caja.

Examinando la caja, descubrió dentro un frasco con un pesado polvillo rojo. Al levantarlo, Rein luchó un poco para no tirar la caja y sus contenidos, que, aunque pequeña, pesaba al menos medio kilo. En el interior de la caja se encontraba reposando una ámpula y, acompañándola, un trío de varillas de vidrio manchadas de un rojizo tornasol. Cada varilla tenía un plumero de lana de fibrillas cristalinas, como si fueran pinceles. Rein miró con intriga los contenidos.

—Polvo de sol —dijo Ithil.

—¿Eh? —Rein volteó confundido a ver a Ithil mientras le daba la caja.

—Así se llama esto —Ithil agitó la ámpula y tomó una de las varillas de vidrio. Apretando con sus dos manos, procedió a romper la punta fundida que sellaba la parte superior de la ámpula. Poco a poco, una neblina purpúrea emanó continuamente. Rein miró perplejo, giró para localizar a sus hermanos con la mirada, pero ellos miraban a las Quelontas con detenimiento. Regresando la vista a Ithil, vio cómo usaba la varilla cristalina para delinear aquellos trazos. Una vez delineada, inclinó un poco la ámpula; la neblina emanada del ámpula cubrió el Leur.

—El polvo de sol se adhiere por encima de la tinta de luna, se cree que es por el alto contenido de Maná. Con esto, los rollos se pueden activar por si alguna catástrofe llegara a suceder y los efectos adversos no te consuman —Ithil le enseñaba en voz baja cómo el rollo de Leur reaccionaba con el polvo de sol. Lentamente, el Leur pasó de un trazo suave y sepia a un negro vibrante y delineado, como si estuviera a punto de saltar fuera del rollo. Rein jamás había visto algo parecido; sentía como si la misma luna se vertiera desde el cielo al rollo. Poco a poco, el negro se tiñó a un rojo vivo y pulsante.

—¡Ithil, rápido, veo algo del lado de las ramas! —dijo Zein en voz alta y alterada. Ithil se detuvo en seco y arrojó la ámpula vacía a un lado. Agudizando la vista, pudo discernir entre la maleza siluetas negruscas.

—¡Son Monos de Pantano, escóndanse y retiren las herramientas de la vista, rápido! —Ithil dijo suavemente, gesticulando con la mano hacia abajo. El miedo comenzó a regresar a Ithil, pero se mantuvo firme ante los chicos.

Aquellas criaturas humanoides corrían por entre la maleza, moviéndose habilidosamente evitando ser vistos. Eran bajos y demostraban una agilidad atemorizante. Troncos y ramas se meneaban a los lados como si se apartaran de su camino; su posición encorvada poco ayudaba para identificarlos. Solo se escuchaba el andar descalzo de sus pasos, con un sonido gutural aquí y allá. Sus sonidos y vocalizaciones aparentemente salvajes encubrían una inteligencia depredadora eficaz. Sus movimientos, a los ojos de los jóvenes, parecían de bestias corriendo por el lugar, mas para Ithil, que poseía más experiencia, claramente estaban sus movimientos en una rústica formación de búsqueda y caza.

—¡Son muchos, al menos unos 40! Permanezcan abajo, no se dejen ver, los atacarán si pueden —Ithil les dijo a los chicos, presionando con su mano a Rein y Dein, que trataban de robar una mirada por arriba del tronco.

—¡Pero! ¿Están cazando Quelontas? ¿Vamos a dejarlos destruir los nidos? —Zein dijo nerviosa, tratando de ir a los manglares. Ithil la tomó del brazo.

—¡No podemos interferir, ellos también deben cazar, tienen que alimentar a sus crías! —dijo firme Ithil, a lo que los jóvenes voltearon a verlo sin saber qué decir; ellos sabían que tenía razón.

—¡Demonios! Son al menos 100 monos los de alrededor, lo que significa que al menos hay unos 150 más del otro lado de la formación. No parecían ser tantos hace un momento. Con mi nivel solo pondría en peligro a los chicos, ¡no tengo la fuerza necesaria! —Los pensamientos de Ithil iban y venían a velocidad increíble mientras trataba de idear un curso de acción correcto. Decenas de planes y sus posibles desenlaces se desarrollaban en la mente de Ithil.

—¡No podemos dejar que se las coman, Ithil, por favor, ayudémoslas! —Dein gemía nervioso y asustado.

—¡Ithil, ¿qué hacemos?! —Rein le dijo, igual de asustado.

—¡Por favor, ayudemos aunque sea a algunas, las que están más cerca! —Zein alegó con tristeza. Los tres chicos casi estaban llorando cuando Ithil escuchó un golpeteo provenir del bosque, como una gota en la oscuridad, cada una más pesada que la otra, cada una más terrible y oscura, y cada una más familiar, hasta que Ithil solo podía ver la negrura, y esta lo veía a él, cayendo en la oscuridad, el mundo desapareció.

—Los ojos de Ithil están vacíos, ¡como en el salón! —Zein agitaba su mano frente a Ithil mientras su voz se rompía por el temor. Miró a sus hermanos; Rein, asustado, inmediatamente pensó en sus hermanos y tomó una la cuchilla militar del cinturón de Ithil, que yacía inmóvil frente a ellos.

—No se separen y no hagan ruido —Dein gimió en voz baja; ninguno de sus hermanos le prestó atención. Zein agitaba a Ithil y Rein miraba con furia a los monos sin prestar atención.

—¡Rein, Dein, Zein, ¿dónde están?! ¿Jacob, Mina? No los veo, no se vayan —Ithil dijo en voz baja, buscando en vano entre la oscuridad, pero al verse totalmente solo su temor se disparó al cielo.

—¡Jacob, Mina, ¿dónde está el carro?! Debo volver al carro, ¡MINA, JACOB! —Las manos de Ithil buscaban aquel carro metálico perdido en la profundidad de la mina de sus memorias de aquel día.

Y de entre la oscuridad, Ithil vio un brillo ligero y débil titilando frente a él. Como si estuviera sumergido en la profundidad de un lago oscuro, escuchó los gritos de los jovencitos:

—¡Rein, no! —Dein y Zein llamaban a gritos a su hermano.

Ithil veía a través de un cristal y rodeado de la oscuridad cómo Rein corría con su cuchilla militar en mano hacia una Quelonta herida que yacía de lado. Esta era doblegada por montones monstruosos de pelo, monos de pantano, que con herramientas crudas pudieron tirarla de la seguridad de los árboles. Enmarcada por el temor y la oscuridad, la escena se desenvolvía lenta, como un ir y venir de olas de mar. Impotente y sin poder regresar, su estómago se retorció del coraje y frustración. Recordando la voz de los chicos y sus pláticas a lo largo del día, como golpes de luz en su cara, cada uno de ellos le recordaba un poco de él, que, aunque fuera poco, pudo aferrarse a esos momentos y al fin evocar suficiente fuerza para hablar.

—¡Dein, ve a mi bolsa, ahí tengo una Klauvra, usa todas tus fuerzas, chico! —Dein miró a Ithil, que aún no recuperaba el brillo de sus ojos. Tembloroso e inseguro, se movilizó a donde le indicó.

—¡S… Sí! —Dein tomó tembloroso una funda de cuero; en esta reposaba una varita de Mageia ya algo gastada. Con manos temblorosas pero con determinación, tomó la Klauvra y volteó a ver a Ithil esperando instrucciones.

—¡Grita después de mí! ¡Stella Secare! —Ithil instruyó al chico. Sus ojos nublados y carentes de brillo eran intimidantes, pero Dein confiaba plenamente en Ithil.

—¡S… Stella Secare! —Dein gritó con voz temerosa pero decidida. Una esfera luminosa revoloteó en la punta de la Klauvra. Dein apenas podía mantener firme la Klauvra; la esfera, impaciente como si aguardase el comando de Dein, apenas tuvo fuerza, salió de golpe, arrojando sus manos a un lado. Esta golpeó violentamente a uno de los monos que se encontraba sobre la Quelonta, retorciéndose hacia atrás, herida gravemente.

—¿Le di?... ¡Le di! —dijo Dein, que siguió lanzando esferas luminosas a los demás monos que huían tratando de evitar los proyectiles.

—Zein, en la parte lateral de mi mochila hay un revólver, ¡tómalo! —Ithil se recuperaba con dificultad mientras él mismo desenfundaba su propia Klauvra.

—¿Qué? ¡Jamás he usado estas cosas, voy a lastimar a Rein! —Zein se negó a tomar el revólver; el brillo opaco en el arma la asustaba tanto como las criaturas que atacaban a la Quelonta.

—¿De qué hablas? ¿No te he visto fallar una sola vez en todo el día? —Ithil le dijo, apuntando con su mano las ramas del piso.

—¡Ramas y piedras no son lo mismo a un arma, puedo herir a alguien! —Zein replicó, aún más asustada; la idea de usar un arma la aterrorizaba demasiado.

—¡No, no lo son, pero ahora es totalmente necesario que no falles! —Ithil miró a Rein, este remataba a un mono herido por las esferas de Dein.

—¡Ayuda, Zein! Estoy muy mareado —Pálido, Dein se dirigió a su hermana, que con mirada de confusión volteó a ver a Ithil.

—¿Q… qué le pasa a Dein? —Zein le preguntó a punto de lágrimas a Ithil sobre su hermano, que se veía cada vez más pálido y con labios azules.

—Con cada Zodiaco y ritual, los Mageia generan maná; esta es tóxica, no podemos usar el poder de los Zodiacos ni las lunas continuamente sin ser envenenados por este —Ithil tomó su Lumaria y la puso junto a Dein. Accionando la palanquilla, el manaquisto pequeño que estaba dentro se hinchó como si fuera un pan dentro de un horno; pequeños brillos se desprendían de Dein y eran absorbidos por el Manaquisto.

Zein miró detenidamente el brillo opaco del revólver. Su hermano Rein continuaba luchando, armado con la cuchilla, terminaba a los monos debilitados por los golpes de Dein, cuando, súbitamente, un Mono de Pantano ileso se acercaba corriendo detrás de él y agitando un rudimentario martillo de piedra. Zein, asustada, tomó el revólver y apretó el gatillo. Un enorme estruendo resonó en el manglar, lo que le hizo cerrar los ojos por un momento fugaz, en el cual el mono desapareció de donde se encontraba. Zein temblorosa miró a Ithil con lágrimas en los ojos sin bajar el revólver.

—¡Ves, no fallaste! ¡Ahora, protejamos a tus hermanos! —Ithil le puso un cargador más a un lado que, con vista borrosa, poco a poco se recuperaba.

—¡Rein, regresa en este instante, todos los monos del pantano vienen para acá, reagrúpate con nosotros! —Rein miró triunfante cómo las Quelontas huían exitosamente de los monos al bosque profundo. Algunas quedaron atrás, derrotadas, pero la gran mayoría escapaba; esto para él fue una victoria.

Rein corría a reunirse con los demás. Los tres jóvenes, más que enojados, estaban asustados. Los aullidos y gritos de los monos de pantano se dirigían a donde estaban atrincherados, rodeándolos, y poco a poco la luz natural abandonaba el lugar.

—¡No veo que se acerquen! —Zein temblorosa apoyaba sus manos en el tronco; sus manos temblorosas no se atrevían a bajar la guardia.

—¡Yo… tampoco veo nada…! —Dein, recargado en un pedrusco, dejaba que la Lumaria hiciera su trabajo. El uso de la Klauvra lo tenía agotado.

—¡Seguro huyeron… en la escuela dicen que son cobardes y no se acercan! —Rein, triunfante pero asustado, trataba de darse falsa seguridad.

—¡No es del todo cierto! —Ithil, sudando y luchando con su propia oscuridad, jadeaba cansado mientras trataba de idear algo.

—¡Vean alrededor! ¿Qué es lo que falta? —Ithil, con un movimiento de la cabeza, indicó sus alrededores. Los tres jóvenes miraron desconcertados.

—¡No hay Manaquistos! —Dein dijo, ligeramente sorprendido. Los otros dos jóvenes miraron y voltearon a ver a Ithil desconcertados y asustados.

—¡Es cierto! —Rein afirmó, a lo que Ithil respondió seriamente:

—¡Sí! Solo crecen donde hay altas concentraciones de Maná, como en el templo y sus alrededores. Y si no hay Manaquistos, no hay Polen brillante, por lo tanto, nos dejará en profunda oscuridad en 5 minutos —Golpeados por la revelación, los trillizos apenas aguantaban las lágrimas.

—No, no, no, no, no —Zein murmuraba repetidamente al tiempo que Dein palidecía asustado, aferrándose fuertemente a la Klauvra.

—¡No! No hay problema, p… podemos correr a los muelles, a… ahí podemos subir a las torres de vigilancia y… —Rein tartamudeaba con cada palabra, visiblemente aterrado y tratando de dar esperanza a sus hermanos. Ithil lo miró seriamente.

—Rein, escucha. Zein y Dein también —Ithil los juntó con sus manos por los hombros y los miró fijamente. Zein lloraba, Dein pálido miraba desconcertado sin poder procesar lo que pasaba mientras que Rein negaba todo con la cabeza.

—Los Monos de Pantano son violentos, solo salen en la oscuridad total. Se apegan a técnicas de acoso y rastreo, son muy buenos. Aunque matamos algunos, no han huido, solo están esperando a que no tengamos luz natural —Ithil suspiró y les dijo amargamente mientras apretaba sus hombros:

—Hay al menos unos 130 más, no podemos huir —.

Ithil finalizó con una palmada en los hombros a cada muchacho. Dein empezó a sollozar, Zein, por su parte, mordía su labio inferior en una mezcla de rabia y miedo. Rein miró a Ithil buscando algo que decir, para finalmente dar un grito maldiciendo.


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