De pronto, las puertas se vieron abiertas y tras ellas, un guardia corría a prisas anunciando que los caballos estaban preparados para partir. Villa Trimineth no quedaba muy lejos, podía verse desde los altos muros del bastión de Tristán; a unas dos horas a caballo con buen clima.
Como líder de escuadra, Gabriel, sabía que debía fraguar algún plan, pues aunque nadie dijera una palabra de lo que estaba por ocurrir, el temor se podía ver en los rostros de al menos dos de sus hermanos.
—Entonces ¿Tú crees que exista eso de un dios de la destrucción? —indagó Gabriel, dando zancadas bajo la torrencial lluvia. —¿No crees que padre ya nos lo hubiera dicho?
—Ya sabes lo que dicen: es mejor creer que cualquier cosa es posible, así te decepcionas menos. —arregló su alforja y montó la más blanca de las yeguas—. Pienso que ese dios debe existir y ellos lo llamaron. No creo que sea casualidad que la única bestia escupe fuego que existió, haya aparecido en su ciudad. —hizo una pausa, se rió un poco y agregó—. A menos que le gustara el negro, en cuyo caso fué a dónde debía ir.
Al escucharlo, Auriel se ofendió profundamente ante tal imprudencia. Aquél pueblo fué hospitalario en tiempos pasados, y Azrael, no debía dejarse llevar de las corrientes racistas que corrían por esos días. Debía reconocer que los Aterum, no habían tenido la posibilidad de entender la realidad en que vivían. Y que habían sido víctimas de sus propios dirigentes, en un tiempo en que el creador decidió dejarles gobernarse.
—¡Repítelo! —gritó lanzándole una manotada de excremento de caballo a la cara—. Miles murieron; ¿Y tu te burlas? Te llaman héroe en las calles y tienes canciones con tu nombre… si tan solo te hubieran escuchado. Si padre te hubiera escuchado.
Una breve pausa de vergüenza enmudeció el ambiente tras el certero escarmiento recibido. Esta vez se había pasado y él lo sabía. Sabía que siempre tenía a su lengua como enemiga entre sus hermanos, pero esta vez era su propia enemiga.
—Me disculpo. No fue esa mi intención. —instó, encogiéndose de hombros y sosteniendo una capucha de cuero marrón, que le protegía del diluvio.
—Se supone que somos la esperanza que otros esperan, no sus verdugos. —se subió a su rechoncho caballo, tomó las riendas y le miró—. Tenlo siempre presente. —agregó tomando camino hacia el sur.
El clima arreciaba con cada yarda recorrida, soplando de vez en vez, un viento frío y punzante. Aquél frío, se escurría entre las ropas, entre la carne e incluso entre los huesos. Les helaba junto a la iracunda brisa, que por poco y les lanzaba de la montura.
—Si tienen la intención de volver a casa después de esto, ya deberían tener un plan a seguir. —dijo Natanael, rompiendo el silencio que por días le habría alejado de su escuadra. —Natan tiene razón, creo que si en verdad es un dragón deberíamos centrarnos en romper sus alas, eso nos daría una igualdad de condiciones bastante aprovechable. Y ya que aquí ninguno vuela, estaría bien poder darle de golpes en el suelo. —gritó Auriel, batallando con la brisa que le escupía agua en el rostro.
—Me parece bien. —contestó Gabriel—. Considerando que traemos una espada de más; ¿No es cierto, Azrael?
Al jóven caballero sonriente, le hubiera gustado llegar a destino en completo silencio, aunque reconocía que con el pasar de los años, sus historias amenizaban los viajes cortos.
—Creo que esto es algo para tomarse en serio —sugirió inclinándose sobre su montura. —¿Cuántas veces han visto el cielo así? Si en verdad es una de esas cosas; no tenemos suficiente experiencia con ellos, haber matado uno no nos hace expertos, menos cuando le ganamos por mera casualidad.
Un silencio repugnante se levantó al escucharle. Todo aquello cuanto decía era cierto, y era el motivo del temor en los corazones del pequeño contingente.
—¡Qué alguien le ponga una teta en la boca a este muchacho! —gritó Auriel—. ¿Desde cuándo es sensato? ¡Que el padre nos libre!
Azrael sabía que su hermano tenía complejos con su aspecto, y que si quería lograr provocar el ansiado silencio, debía ofenderle por su más grande defecto.
—¡Que nos libre de tener que seguir viendo tu rostro! ¿Te has visto alguna vez? Compites directamente con el dragón por ser la bestia más fea de la creación. —respondió, sosteniendo nuevamente la capucha en su cabeza—. Parece que padre te hizo de afán o con las sobras de algún animal.
Gabriel quiso reírse, pero guardó la compostura.
—Dos mil años de espera a que madures, y sigues siendo un grano en el culo. —levantó el rostro y sobó la espesa barba en su barbilla—. No pases por alto la belleza que me dió el creador, muchacho; soy como un semental de sangre pura.
—¡Y bien que pareces un caballo con esa panza! —gritó Azrael, respondiendo aquél insensato sarcasmo.
—A ver, a ver… Déjenla ahí. —intervino Gabriel, deteniendo la marcha—. Entiendo el temor que supone esta situación. Esto nos supera y no es sorpresa para nadie, pero debemos estar concentrados. Así que Azrael, dinos: ¿Dónde exactamente perdiste la bragueta?
«¿Qué? Pensaba que diría algo serio». —pensó Azrael al escucharle, y probablemente algo similar cruzó por la cabeza de todos—. ¿Qué tiene que ver eso con Trimineth? No creo que sea importante saberlo. Además no sé si se perdió donde creo.
—Solo… responde. —instó Gabriel imaginando la respuesta. —Bueno… —suspiró—. En la mañana, mientras hacía algo de guardia y patrulla me topé con Martha, la hija del panadero. Esta semana no la había visto, así que acepté su invitación a comer algo de pan caliente en su compañía. La verdad es que no fue nada fuera de lo normal. Estuve en su habitación comiéndome el mentado pan. Y de repente, que entra el cabrón del panadero; ¡Y nos deja encerrados! No me preocupé. No mucho. —abrió los ojos y clavó la mirada en el suelo—. Pero no sé cuando se salió todo de control. Tengo un dolor en el cuello terrible, así que le pedí a Martha un masaje en la espalda, ¡Algo simple! Me quité la camisa, me tiré boca abajo sobre su cama. Y no les voy a mentir. —instó, apretando un poco las riendas de su montura. —¡La verdad es que no me esperé que se sentara a masajearme con sus enormes nalgas desnudas!
Gabriel y Auriel, se reclinaban de la risa sobre sus sillas. Aquella era una situación muy común en la vida del conocido caballero sonriente; un tema siempre bienvenido en los trayectos cortos, y tal vez por ello Gabriel se habría mostrado insistente.
—¡Y entonces Bam! —continuó Azrael, buscando ser aún más gracioso—. Entró el panadero, con rodillo en mano y gritando: "¿Pero qué rayos están haciendo, par de degenerados?" Con una voz titubeante; "¿Que no pueden coger normal como cualquier persona?". —Las risas se hicieron aún más fuertes y ruidosas. Aunque Azrael, aun no terminaba con su relato.
—Me sentí en una nube. —dijo—. En verdad disfrutaba de esa esponjosa y perfecta masa de carne acomodándome la vida desde la espalda. Nada extraño como el lujurioso panadero fantaseaba, intentando espiar a su propia hija. —tragó saliva, hizo una pausa y finalizó—. Entonces, tras dejarme tapar mis vergüenzas, cariñosamente me llevó hasta la catedral para desposarme. ¡Con ella! —Aclaró—. Pero ya ven, salvado por la campana. Así que aquí estoy, con la espada desenvainada y esperando que el dragón no tenga también un padre.
Todos rieron al escucharle. Incluso Natanael pareció un poco menos serio, aunque nadie lo notó. Estaban enfrascados en las historias de Azrael, aún cuando el calor abrazador de su truculento destino, les daba la bienvenida con una nube de ceniza.
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