Javier avanzó entre los distintos estudiantes que iban y venían de un stand a otro. Caminó hasta el fondo de la explanada para situarse delante del escenario. Se acomodó: sacó su tablet y su celular, también sacó su cuaderno y pluma. Se sentó y esperó a que el evento diera inicio. Al poco tiempo, el público estudiantil ocupó su lugar en las sillas y los miembros de los partidos se acomodaron en el escenario. Finalmente, dos estudiantes vestidos de negro, un hombre y una mujer, se colocaron detrás del estrado.
—Bienvenidos sean todos ustedes al evento de presentación de propuestas de nuestra querida Facultad de Derecho —inició el muchacho.
—En donde conoceremos las propuestas de campaña de los partidos estudiantiles que aspiran el cargo de Consejo Estudiantil del siguiente ciclo —continuó la muchacha.
Javier anotó los nombres de los distintos miembros de los partidos, así como sus respectivos cargos. Igualmente, escribió una que otra información que pensó relevante, como cuántos consejos estudiantiles habían existido hasta el momento, así como la importancia de este organismo para los alumnos de dicha facultad. Frases forzadas, frases de cortesía, como Javier las llamaba por gusto.
Después, los anfitriones invitaron a los candidatos presidenciales de los cuatro partidos a exponer sus propuestas de campaña ante el público estudiantil. Primero fue el turno del Partido Naranja. Una muchacha, con cabello teñido y con el rostro maquillado, se levantó y caminó hacia el estrado. Se trataba de Francisca Lizárraga. Su voz chillona resonó en el micrófono y penetró en todos los oídos.
—Queridos estudiantes de derecho, nosotros sabemos que la vida estudiantil que seguimos, para convertirnos en profesionales honestos, es agotadora y exhaustiva. Muchas veces nos encontramos sin fuerzas para continuar con nuestros deberes escolares. Por eso es necesario tomar cartas en el asunto y procurarnos un bien merecido descanso.
El Partido Naranja era conocido por sus propuestas poco académicas y más bien relacionadas con el ámbito recreativo. Por esta razón, el Partido Naranja había sido la elección preferida de los estudiantes de derecho desde generaciones pasadas, ganando el 55% de las elecciones totales.
—Proponemos, entonces —prosiguió Francisca—, la organización de fiestas y convivios estudiantiles a final de cada mes, para fomentar las relaciones interpersonales del alumnado de derecho. También proponemos la adquisición de mesas de futbolito para colocar en la cafetería, con el fin de aliviar el estrés provocado por la vida escolar y académica. Finalmente, proponemos la realización de dos viajes escolares al semestre, ambos con destino a la playa. Y recuerden, queridos estudiantes de derecho, nosotros nos preocupamos por ustedes. ¡Gracias!
El público se alzó en aplausos y vítores.
Francisca guardó silencio. Una ancha y curva sonrisa se plasmó en su rostro. Dedicó una mirada al público y regresó a su asiento. Luego, fue el turno del Partido Púrpura. Un muchacho con lentes más grandes que su rostro se levantó y tomó lugar detrás del estrado. Era Pablo Juárez. Con movimientos tiesos y metódicos, se apoderó del escenario.
—Honorables alumnos de la Facultad de Derecho, nosotros, el Partido Púrpura, nos reunimos hoy con ustedes para presentarles nuestras propuestas de campaña. Dichas propuestas están diseñadas para elevar el nivel académico y profesional de los alumnos de nuestra facultad.
El Partido Púrpura, a diferencia del Partido Naranja, estaba enfocado en el aspecto académico de los estudiantes. Probablemente por esta razón, el Partido Púrpura ocupaba el último lugar en popularidad, con el 10% de las elecciones ganadas en total.
—Entre nuestras propuestas más rescatables —siguió hablando Pablo— se encuentran las siguientes: obtención de apoyo para realizar cursos relacionados con la investigación, recaudación de fondos y permisos para fomentar el intercambio escolar, así como organización de concursos de debate. Voten por nosotros por un cambio verdadero, por un cambio en nuestras vidas profesionales. Les agradezco, honorables alumnos, su atención.
Aplausos corteses y entrecortados sonaron en la explanada.
Pablo Juárez regresó a su lugar, sin siquiera mirar al público. Ahora era el turno del Partido Plateado. Una muchacha de rostro pálido y párpados caídos se levantó y se dirigió al estrado. Su nombre era Luisa Pereira. Con firmeza agarró el micrófono y habló como si estuviera cotilleando con sus amigos.
—Alumnos y alumnas, con tanta palabrería ya deben estar hartos, así que iré directo al grano. ¡Necesitamos mejores instalaciones y lo sabemos!
Mientras Luisa hablaba, Javier observó a los demás miembros del Partido Plateado: Felipe Lozano, Daniel Herrera, Antonio Pérez y Rosario Castillo. Todos ellos estaban sentados, con las rodillas juntas y las manos sobre el regazo. Al igual que su candidata a presidencia, eran pálidos como la cera y tenían los párpados pesados. Aquellos rasgos les hacían parecer fatigados y hastiados, como si estuvieran aplicando la ley de hielo a algún niño caprichoso.
— ¿No les ha pasado —continuó Luisa— que es día de exposición y el proyector no sirve? ¿Cuántas veces han ido a la cafetería y las mesas están pandeadas? ¿O qué me dicen cuando van al baño y falta papel higiénico? ¡Y ni hablemos de nuestro internet lento y de las computadoras de la edad de caldo que tenemos en el centro de cómputo!
El Partido Plateado, a diferencia de los otros, optaba por el trato y la comunicación menos formal, tanto al momento de dirigirse al alumnado como al profesorado. Sus propuestas solían ser prácticas y convenientes; sin embargo, se encontraba en el segundo lugar de popularidad, con el 20% de las elecciones ganadas.
— Sin duda es necesario resolver todos esos problemas lo más pronto posible. ¡Si votan por el Partido Plateado, modernizaremos las instalaciones y les ofreceremos la facultad que merecen tener!
Se escucharon aplausos lentos y callados, que fueron opacados por un estornudo impertinente.
Luisa, bajo sus gruesos párpados, observó al público detenidamente y regresó a la silla. Finalmente, era el turno del Partido Marrón de presentar sus propuestas. Javier se enderezó y clavó los ojos en el estrado.
Adrián, con su ancha y cálida sonrisa, tan radiante como mil soles, se puso de pie. Enseguida, el público recibió a Adrián con estruendosos aplausos y estrepitosas ovaciones. Adrián se dirigió al estrado con paso lento y ligero. Esperó unos segundos para que el público se calmara e inició su discurso.
—Compañeros, es momento de abrir los ojos ante las injusticias, es momento de tomar acción. Ya estamos cansados de que los profesores, haciendo alarde de sus títulos ostentosos, cometan favoritismos e inmoralidades.
El Partido Marrón solía tener una postura más neutral ante las propuestas. Por lo general, recopilaba los puntos más importantes de cada uno de los otros partidos: la diversión, lo académico y lo práctico. Sin embargo, Adrián le había dado un giro al Partido Marrón, un giro que apelaba a las necesidades de los estudiantes de derecho: la ayuda y la empatía. Adrián planteaba, a diferencia de los demás candidatos, ofrecer una mano honesta ante las adversidades.
— ¡Digamos “ya basta” a las calificaciones injustas! —Prosiguió Adrián— ¡Digamos “ya basta” a la soberbia de los profesores! ¡Digamos “ya basta” a los abusos cometidos hacia la comunidad estudiantil! ¡Apoyemos al Partido Marrón en estas elecciones!
El público rugió en vítores. Algunos alumnos se levantaron y aplaudieron con fuerza, otros levantaron los brazos y gritaron “¡marrón, marrón!” repetidamente. Adrián sonrió aún más, hizo una leve reverencia y regresó a su silla.
El Partido Marrón, gracias a Adrián, había resurgido de las sombras, había pasado del tercer puesto en popularidad, con el 15% de las elecciones ganadas, a ser la opción preferida de la mayoría de los alumnos de derecho en estas elecciones.
Los anfitriones regresaron al estrado y dieron comienzo a la ronda de preguntas y respuestas, en donde muchas preguntas se hicieron y pocas se respondieron. Al finalizar esta última sección, la presentación de propuestas llegó a su término. El público estudiantil se levantó de las sillas y volvió a recorrer la explanada y a visitar los stands. Los miembros de los partidos volvieron a entregar folletos. Las únicas personas que se quedaron en el escenario fueron los candidatos presidenciales y los anfitriones. Javier dejó su lugar en la silla y se acercó a tomarles fotos y a entrevistarlos brevemente: primero a Francisca, después a Pablo, luego a Luisa y de último a Adrián. Cuando Javier llegó a su amigo, no pudo evitar sentir cómo la mirada de Luisa se clavaba en su espalda ni cómo la palabra “cretino” resonaba en sus oídos.
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