Javier se dirigió a la explanada de la Facultad de Derecho, en donde se realizaban las elecciones. Tomó algunas fotos, tomó algunas notas. Ciertamente, no había planeado escribir ningún artículo sobre las elecciones de derecho más que para anunciar el partido ganador. La presencia de Helena le había obligado a modificar sus planes.
— ¿Extraño? —Susurró Javier para sí—. ¿Distante? —Cerró los ojos. — ¿Rehúso?
Por supuesto, aquella conversación con Adrián, sobre Luisa, le había parecido peculiar. Pero, de ahí afuera, llamarla rara o insólita, inclusive acusar de hostil y esquivo a Adrián, simplemente le parecía demasiado.
Javier tomó unas cuantas fotos más y luego se dirigió al fondo de la explanada a esperar que las elecciones terminaran. Observó a los alumnos, uno por uno, esperando su turno para votar, yendo a las casillas, devolviendo las boletas. Los observó a todos y se preguntó por cuál partido estarían votando y por qué. ¿Acaso para complacer a alguien? ¿O simplemente para lograr un cambio?
Conforme el tiempo pasó, la multitud de alumnos desapareció. Las elecciones estaban por llegar a su término. Los miembros de los partidos aparecieron en la explanada, seguidos por el actual Consejo Estudiantil. Cuando el último alumno de derecho emitió su voto, el presidente de la facultad se colocó frente a los presentes y explicó:
—A partir de ahora comienza oficialmente el recuento de votos. El campus cerrará sus puertas dentro de quince minutos para evitar cualquier interferencia. Los que deseen retirarse, háganlo en los próximos quince minutos.
La mayoría de los alumnos que quedaban en la explanada se retiraron. Helena, con su cabello revuelto, fue la única que llegó y se acomodó en el extremo opuesto a Javier.
En ocasiones, el recuento de votos terminaba hasta las cinco de la tarde. En otras incluso hasta las siete de la noche. En cualquier otra situación, Javier no hubiera querido quedarse en el campus a tales horas. Pero esta situación era diferente, porque estaba a punto de ver triunfar a Adrián.
Cuando los quince minutos pasaron, los alumnos de la mesa iniciaron el recuento de votos. En un pizarrón blanco se anotaban los votos que se sacaban de las urnas. Todos los presentes contemplaban en silencio la evolución del puntaje. Una vez que el proceso terminó, se contó la cantidad de votos que cada partido tenía. El conteo se hizo tres veces, por precaución innecesaria, porque la victoria era más que evidente.
— ¡Con el 73% de los votos —anunció el Presidente Estudiantil— el ganador es el Partido Marrón!
Todos los miembros de dicho partido se miraron entre sí y se abrazaron en un grito de triunfo.
— ¡Qué! ¡No puede ser!
Los presentes sostuvieron el aire y dirigieron las miradas hacia Luisa Pereira.
—Es imposible. ¡Exijo un recuento de votos!
El Presidente Estudiantil contempló a Luisa, con los ojos y la boca abiertos, y después al pizarrón con todos los votos marcados.
— ¿Recuento? —preguntó el Presidente Estudiantil.
Aunque se hubiera contado incorrectamente uno que otro voto, no cabía duda de que el Partido Marrón había tenido una victoria aplastante: más de la mitad de los votos eran a su favor. Del mismo modo, la derrota del Partido Plateado había sido concluyente: solo contaba con el 5% de los votos. No eran cifras que se pudieran comparar.
—Sí —respondió Luisa, mirando hacia Adrián—, exijo que se cuente cada uno de los votos nuevamente. ¿O qué, tienes miedo, estúpido cretino, que descubramos tus chantajes?
En aquel instante, todo sonido se drenó, toda respiración y todo murmullo cesaron. Un vacío recorrió la explanada y se impregnó en los presentes. Adrián, todavía con su sonrisa de oreja a oreja, le devolvió la mirada a Luisa. Levantó ligeramente la barbilla y dijo:
—Adelante, no tengo nada que esconder.
Se realizó el recuento de votos. Uno, dos, tres veces, hasta que el Presidente Estudiantil dijo que ya era suficiente. En cada recuento se obtenía los mismos resultados: una victoria irrefutable por parte del Partido Marrón, con el 73% de los votos a su favor.
Luisa rechinó los dientes y un sonido, como el bufido de una vaca, salió de su nariz. Tuvo que aceptar los resultados oficiales, pero aquello solo impulsó su intención de derrocar a Adrián.
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