El miércoles de la siguiente semana, Javier tuvo reunión con el equipo del Periódico del Campus. Cuando la reunión terminó, Javier fue el primero en salir. Revisó la hora en su celular: eran las cinco de la tarde. La reunión había durado más de lo esperado. Javier se encaminó hacia la Facultad de Derecho para tomar el camión con su amigo.
La puerta del cubículo se abrió nuevamente y Miguel salió corriendo para alcanzar a Javier.
— ¿Ya leíste esto? —le extendió un ejemplar del Periódico de Derecho.
— ¿Qué cosa? —preguntó.
—Léelo.
Javier tomó el periódico y leyó el titular: “CANDIDATA PRESIDENCIAL DEL PARTIDO PLATEADO HA PERDIDO LA CHAVETA”
—Esos abogados no son para nada profesionales, ¿eh? —Dijo Miguel—. ¿Ya viste todo lo que publican en Facebook? Hasta Francisca Lizárraga y Pablo Juárez se burlan de Luisa Pereira. Pobre, pero la neta que sí exagera.
—Tal vez, pero debe aceptar las consecuencias de sus actos.
Javier se despidió de Miguel y se dirigió a Derecho por el camino de cemento y llegó a la entrada de la facultad. Las columnas eran igual de altas y blancas que siempre. La estatua del búho seguía parada sobre libros. Las paredes todavía tenían los carteles. Todo estaba igual. Incluso el viento que soplaba era el mismo. Sin embargo, había algo diferente, algo que faltaba en los árboles y en los colores, en el suelo y en la pared, algo que le hacía cosquillas a Javier, algo que lo hizo detenerse, pero, tan débil era, dejó que Javier siguiera su camino hasta el cubículo del Consejo Estudiantil. Ahí se encontró a Adrián.
— ¿Nos vamos? —preguntó él.
Javier asintió y regresaron a la entrada de la facultad para irse a tomar el camión.
— ¿En serio no quieres que escriba ese artículo sobre Luisa Pereira? —preguntó Javier.
—En serio.
Javier, con los ojos abiertos como platos, contempló a su amigo. Se podría decir que el clímax de la carrera de Javier fue cuando Adrián había decidido lanzarse como Presidente del Consejo Estudiantil de la Facultad de Derecho, cuando le pidió que escribiera artículos sobre él.
—Wey, podrías empezar con la recaudación de fondos para las víctimas del terremoto que realizaré mañana. Este sábado ya tengo planeado ir a la conferencia sobre los derechos de los estudiantes. Tienes que ir también, ¿eh? Por cierto, ¿te acuerdas de la calificación injusta que el Dr. Escalante le puso a Susana? Está cabrón, ya es la segunda vez que me cancela una entrevista. Deberías escribir eso también. Ah, no mames, es verdad, este año estoy ayudando a organizar la novatada. Podrías...
—Espera, espera. —Javier apenas sacaba libreta y pluma para apuntar. —Creo que sería mejor presentar primero tus propuestas de campaña. Al fin y al cabo, ya todo conocemos lo que haces por los estudiantes. ¿Y qué hay de tus compañeros de campaña? También deberíamos presentarlos, ¿no crees? Después de todo, son un equipo. Con una reseña de su experiencia en los puestos que aspiran debe ser más que suficiente.
La sonrisa de Adrián, tan cálida como siempre, se formó en su rostro.
—Siempre vas un paso delante de mí.
La pluma resbaló de los dedos de Javier.
—Sí, yo... —Recogió la pluma. — ¿Qué tal si también ponemos algo distinto? Por ejemplo, ¿cuál es tu motivo para ser Presidente Estudiantil? Podemos conectarlo con tus propuestas. Creo que así sería más convincente, ¿no crees?
— ¿Mi motivo? Suena chido. A ver... —Alzó la vista, pensando. —Tengo varios —dijo después de un tiempo—, pero el mejor para poner... creo que es... ¡ayudar a los estudiantes! Quisiera que la facultad fuera un lugar en donde todos pudieran sentirse cómodos y acompañados, un lugar en donde todos añoren regresar, un lugar libre de injusticias. ¿Qué te parece?
A Javier se le volvió a resbalar la pluma. Pero en vez de recogerla pensó: “Así es Adrián”. Incluso ahora, hablando sobre Luisa Pereira, lo único en lo que podía pensar Javier era eso
Llegaron a la entrada de la Facultad de Derecho. El sonido del camión destartalado anunciaba su pronta llegada. Aquel era el sonido que eclipsaba y envolvía la voz de Luisa Pereira hasta silenciarla. Lo que era diferente, lo que faltaba, era exactamente eso: Luisa.
Se podría decir que Luisa y sus manifestaciones se habían convertido en parte de la facultad, como las columnas o la estatua del búho. Era algo tan normal y cotidiano que la gente pasaba sin percatarse de ella, como si no estuviera ahí presente. Es la maldición de la cotidianidad, de la normalidad: filtrarse invisiblemente entre la gente, esparcirse sin ser jamás notado ni apreciado. Pero cuando lo cotidiano y lo normal se ausentan, dejan un gran vacío en las personas. Si las columnas o la estatua del búho, por dar algún ejemplo, desaparecieran, todos los estudiantes se asustarían y se sorprenderían. Todo el mundo se preguntaría por su paradero. De pronto llegaría gente sintiendo un gran hueco en el corazón, como si alguna vez les hubiera preocupado realmente la existencia de lo cotidiano y de lo normal. Lo mismo sucedió con Luisa. Su desaparición importó más que su presencia. A partir de aquel miércoles 16 de enero nadie la encontró en la entrada de la Facultad de Derecho, ni en la explanada ni en la cafetería ni en los salones de clase. La gente que le había tomado fotos, que la había insultado, ahora se congregaba y la buscaba como si la necesitara.
¿En dónde había quedado Luisa?
Nadie sabía nada de ella.
Luisa había desaparecido, así como desaparecen los árboles y las ventanas.
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