Era otro lunes por la mañana. Nuevamente Javier había llegado temprano a la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades para imprimir los ejemplares del Periódico de la Facultad. Nuevamente Miguel se encontraba ahí para ayudarlo. Nuevamente él sería el encargado de repartir los diarios. Nuevamente Javier esperaría a que sus clases terminaran para ir a derecho y visitar a Adrián. Nuevamente todo avanzaría con normalidad.
Nuevamente, reiteradamente, infinitamente, todo seguiría igual.
El último periódico se imprimió. En la página principal se leía el encabezado “Alumna de derecho ha desaparecido”.
Todo seguiría igual, menos la vida de Luisa Pereira.
Miguel tomó la columna de periódicos y se dispuso a salir para llevarlos a las facultades del campus. Javier se acercó a él y tomó la mitad de los ejemplares.
—Te ayudo —dijo.
Todo seguiría igual, a menos que alguien hiciera algo al respecto.
Javier y Miguel caminaron juntos hasta el puesto de periódicos de su facultad para dejar algunos ejemplares. Después se fueron a psicología e hicieron lo mismo, así como en economía y en educación. De último fueron a derecho. Pasaron por las altas columnas blancas que eran tan pálidas como Luisa, por la estatua del búho donde ella había acusado a Adrián. Sin su presencia, la entrada de derecho se veía más silenciosa. Sin su presencia, las hojas de los árboles caían como simples hojas. Sin su presencia, el camión solo recogía y dejaba a los alumnos. Sin su presencia, su pancarta de denuncia se había convertido en una pancarta de se busca. Sin su presencia, sus carteles de demanda se habían convertido en carteles de petición por su regreso. Sin su presencia, la entrada de la Facultad de Derecho se había convertido en un altar en su honor.
— ¿Qué crees que le haya pasado? —Preguntó Miguel.
—No lo sé, aunque no me sorprendería que se tratara de un caso de secuestro, extorsión o asesinato.
— ¿Crees que regrese?
—Lo más probable es que no.
—Es raro. Un día te estás riendo de uno de sus memes y al día siguiente desaparece.
—Pero qué tacto, deberías unirte al Periódico de Derecho.
—Bueno, yo solo decía que es raro. Eso es todo. No me lo esperaba.
—Nadie espera ser víctima de un delito. ¿Acaso no pones atención en clase?
Siguieron su recorrido hasta la cafetería de la facultad, en donde dejaron los ejemplares de los diarios.
— ¿Todavía no se sabe qué le sucedió? —Quiso saber Miguel.
—Al menos hasta ayer en la noche que revisé en internet, no.
—A lo mejor su caso pasa desapercibido.
Para romper con la reiterada cotidianidad alguien tiene que atreverse a salir de ella, tomar cartas en el asunto, alguien tiene que dar el siguiente paso. ¿Quién podría ser? ¿Quién se arriesgaría a hacerlo?
—Ya van a dar las ocho —comentó Miguel, mirando su celular—, será mejor que regresemos a la facultad.
—Adelántate, te alcanzo al rato —respondió Javier.
—Te guardo un lugar a mi lado.
Javier quería decir que no era necesario, pero Miguel ya se había marchado. Javier suspiró y se marchó con dirección al cubículo del Consejo Estudiantil. Si alguien tenía el valor suficiente para ir en contra de la cotidianidad, en favor de los estudiantes, ese era Adrián. Tocó la puerta un par de veces. No obtuvo respuesta. Lo volvió a intentar. Finalmente, alguien le abrió.
—Wey, ¿qué pedo? —La sonrisa de Adrián deslumbró a Javier. Era más brillante de lo normal. — ¿Me leíste la mente? Justo iba a enviarte un mensaje. De veras que siempre vas un paso delante de mí.
— ¿Me necesitabas para algo?
—Para nada. Solo te iba a preguntar si ya leíste las noticias.
— ¿Cuáles?
—Sobre Luisa Pereira. Su cuerpo fue encontrado en el monte, en las afueras de la ciudad.
— ¿Qué? ¿Hay algún sospechoso?
—Nel, no han dado detalles.
—Pero debe haber algo más de información.
—La neta no.
La sonrisa de Adrián era más ancha y brillante que siempre, pero Javier no sentía la misma calidez que normalmente le invadía.
— ¿No crees que debemos hacer algo? —preguntó él.
— ¿Hacer qué, wey?
—No lo sé. ¿No te preocupa la situación de Luisa?
—Cómo no, simón, pero qué le vamos a hacer. Seguramente caminó sola en la madrugada o algo. Se lo debió haber pensado. Ya no podemos hacer nada por ella, pero sí por las demás alumnas. Mira, wey, pensaba que podrías escribir algún artículo para el Periódico del Campus. Habla un poco sobre Luisa y da algunas recomendaciones para que su historia no se repita. Ya sabes, que no se exhiban y cosas así, que tomen sus precauciones.
— ¿Quieres que haga eso?
—Simón. ¿A poco las demás estudiantes no merecen sentirse seguras?
Adrián tenía razón: era necesario ofrecer toda la ayuda posible para que el caso de Luisa Pereira no volviera a suceder. Pero a Javier algo no le cuadraba de aquella historia. Si Luisa hubiera sido asesinada, ¿acaso su cuerpo no tendría señales visibles de violencia? La falta de detalles era extraña y alarmante.
Esa misma noche, Javier escribió el artículo que le había pedido Adrián, con la información que él le había proporcionado. Confió que las fuentes de Adrián fueran fidedignas. ¿Por qué su amigo le mentiría? Él solo quería justicia para los alumnos, él solo quería ayudarlos. Por eso le pidió aquel artículo, porque se interesaba por su bienestar. ¿Qué otra razón podría haber?
Al día siguiente, después de sus clases, Javier se dirigió a la Facultad de Derecho. De las altas columnas blancas todavía colgaba la pancarta donde se anunciaba la búsqueda Luisa, en las paredes todavía estaban los carteles que la pedían de vuelta. Ahora, delante de la estatua del búho, había una foto de Luisa Pereira y un ramo de flores. En una cartulina blanca, algunos alumnos habían escrito “Ni una menos”. La noticia del secuestro y asesinato de Luisa se había esparcido.
Javier pasó al lado de la foto de Luisa, sin mirarle, sin fijarse siquiera en los alumnos que tomaban fotos de aquella escena, fotos que probablemente terminarían en Facebook y en Twitter. Javier pasó de largo y llegó al cubículo del Consejo Estudiantil. Adentro solamente se encontraban Adrián y Helena.
—Vine a mostrarte lo que escribí ayer sobre Luisa —comentó Javier, dirigiéndose a Adrián—. Como lo terminé muy en la noche, ya no lo subí al Drive, pero lo tengo aquí en el celular.
Adrián le dio una leída rápida al documento y asintió.
Helena se inclinó sobre Adrián y leyó también el artículo. El cabello enredado de Helena cubrió por completo la pantalla del celular. Javier se cruzó de brazos.
—Chido, escribiste todo lo que te comenté —aprobó Adrián.
Pero Helena tenía el ceño fruncido. Enderezó la espalda e irguió los hombros.
—No me digas que tú mandaste a escribir este artículo. —Helena levantó los ojos hacia su novio.
—Simón. Era necesario, ¿no crees? — Adrián se encogió de hombros y le devolvió el celular a Javier.
— ¿Necesario? ¡Pero si solo se culpa a Luisa aquí!
Adrián y Javier se voltearon a ver.
—Pues ella fue quien tuvo la culpa, ¿no? —comentó Adrián.
—Como siempre las víctimas tienen la culpa de ser víctimas, ¿no es así? ¿Acaso crees que un día Luisa se levantó con ganas de ser secuestrada y se lo pidió a la primera persona que se encontró?
—Claro que no, eso es una tontería. Pero debió de haber tenido cuidado. —Observó Adrián.
—Típico —resopló Helena—. ¿Entonces solo te vas a lavar las manos y ya?
— No mames, si yo no estoy haciendo eso. A ver, ¿qué crees que debería hacer? —Se recostó en su asiento.
—Pues, para empezar, —se levantó Helena,— no culparla de haber sido secuestrada. Segundo, intentar investigar algo más. Parece que estás cerrando el caso y siguiendo con la vida.
—¡Maldita sea! —Adrián también se levantó de su asiento.— ¿No ves que tengo otras cosas que hacer? ¿O qué? ¿A poco crees que me la paso todo el día aquí sentadote?
—Lo que yo creo es que deberías manejar el asesinato de Luisa en una manera respetuosa.
Javier dio unos pasos hacia atrás hasta que su espalda tocó con la puerta. Sacó su celular y de reojo miró la hora.
—Yo —tocó el pomo de la puerta— tengo una reunión. Ya me voy. —Salió corriendo del cubículo.
Con paso rápido, se dirigió hacia la cafetería y se sentó. Era verdad que Javier había escrito aquel artículo sobre Luisa. También era verdad que había seguido las sugerencias de Adrián. Incluso era verdad que Javier intuía que un punto importante faltaba en lo ya investigado. Sin embargo, nunca transmitió aquel pensamiento en su artículo, pues no quería dañar la imagen de su amigo, especialmente ahora que empezaba su presidencia en el Consejo Estudiantil. Desde meses previos a la elección, Javier había escrito todos los artículos que su amigo le había pedido sin considerar las consecuencias de sus actos. ¿Acaso había priorizado su amistad con Adrián antes que su labor como periodista? Quizás Helena tuviera razón, quizás tanto él como Adrián se estaban lavando las manos, quizás solo querían cerrar el caso de Luisa y seguir adelante. Pero aquella decisión no solo perjudicaría su futuro como periodista, sino también a Adrián.
—Bonita reunión.
Javier levantó la vista. Helena estaba parada frente a él, con los brazos en jarra y su cabello oscuro más enmarañado que nunca. Su espalda se había encorvado nuevamente.
—Te debimos haber hecho sentir incómodo. Lo siento.
—Da igual.
—Bueno... —Se sentó en la mesa con Javier, apoyó los codos y suspiró. —Tú también crees que Adrián debería manejar diferente esta situación, ¿verdad?
—Yo creo que lo hizo bien.
— ¿Pero?
—Pero nada. Aunque... fue un inicio firme, pero siempre debe tener en mente mejorar. —Se removió en su asiento. Sacó su celular y consultó la hora.
Adrián debería seguir en el cubículo.
— ¿Te vas?
—Sí —levantó.
—Qué mal. Y yo que te quería seguir hablando de aquella novela. ¿Te acuerdas?
—Ya será en otra ocasión.
—Sí, ya será. ¿Vas con Adrián?
—Sí. ¿Quieres que le pase algún mensaje?
—No, ya le dije todo.
Javier caminó hacia el cubículo. Como la puerta estaba entreabierta, entró y se encontró a Adrián, quien sostenía la cabeza entre las manos.
— ¿Perdiste? —preguntó Javier.
—Qué va —Adrián echó la cabeza hacia atrás.
—Solo vine a decirte que investigaré a fondo el caso de Luisa.
—No lo hagas, no vale la pena.
Javier bajó la mirada.
—Puede ser —respondió, sin intención de obedecerlo.
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