Las clases en la Facultad de Derecho se suspendieron el resto de la semana. Durante aquellos días, Javier revisaba Facebook, Twitter y la página del periódico estatal. Por más que buscó, no encontró ningún avance con la investigación de Felipe Lozano. Por internet abundaban las publicaciones de los alumnos del campus, especialmente de derecho. Francisca Lizárraga compartió en su cuenta de Facebook el siguiente mensaje: “Muy triste y decepcionada de la seguridad de nuestro país. La neta, si no puedes confiar en tus autoridades, ¿en quién puedes? #LuisaPereira #FelipeLozano”. Pablo Juárez igualmente expresó su opinión: “Mi más sentido pésame a las familias y a las amistades de Luisa Pereira y Felipe Lozano. Mantengamos la fe en alto”. Incluso Miguel escribió algo: “Qué triste lo que sucede. Ojalá todo se solucione pronto”.
En Twitter, algunos alumnos habían creado un hilo sobre por qué el Consejo Estudiantil de Derecho era una decepción. Entre sus acusaciones se encontraban que no habían cumplido con su promesa de justicia a los estudiantes, que no se habían alzado a favor de Luisa ni de Felipe.
Javier apagó su celular y cerró los ojos. Había tenido suficiente de las redes sociales. Había tenido suficiente de las quejas y los reclamos de los alumnos, de su falta de compromiso para levantarse a hacer justicia con sus manos. Hacer una publicación en Facebook era fácil, hacer un hilo en Twitter también. Lo complicado era tomar cartas en el asunto. Y si nadie estaba dispuesto a hacerlo, Javier lo haría para limpiar la memoria de Luisa, para concederle su último deseo a Felipe. Seguiría con sus investigaciones para encontrar a los culpables.
¿Culpables?
Javier abrió los ojos.
Luisa Pereira y Felipe Lozano eran amigos. Los dos pertenecían al Partido Plateado. Los dos tomaban clases en la Facultad de Derecho. Lo más probable es que el culpable fuera el mismo en los dos casos.
El lunes siguiente, la Facultad de Derecho reabrió sus puertas. Cuando Javier llegó al campus, muy temprano por ser lunes, se sintió solo. Creyó ver una neblina espesa que cubría los edificios. Creyó escuchar un hilo agudo que rechinaba en sus oídos. Creyó sentir un golpe que le lastimaba la cabeza. Creyó ser arrastrado hasta el monte para acompañar a los cuerpos sin vida de Luisa y Felipe. Creyó tener la oportunidad de ver al culpable, pero él seguía de pie, ahí, en la entrada del campus.
El frío de febrero había menguado con la llegada de marzo. Sin embargo, Javier se cruzó de brazos y tiritó. ¿Habría una nueva desaparición? ¿Qué podría hacer para evitar que sucediera? ¿Cómo continuaría con sus investigaciones? Necesitaba testigos. Pensó en los miembros sobrantes del Partido Plateado, pensó en Daniel, Antonio y Rosario, pensó que ellos pudieran saber algo, pero recordó su hostilidad pasada.
Entró a la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades y se dirigió a imprimir los periódicos semanales. En este número, en primera plana, se hablaba sobre la desaparición de Felipe. En todo momento, Javier evitó mirar su foto, ser observado por aquellos ojos cristalinos que probablemente nunca verían el sol nuevamente.
Al poco tiempo llegó Miguel, quien saludó con un movimiento de cabeza. Tomó algunos ejemplares y esperó a que Javier hiciera lo mismo. Pero él solo acomodó los periódicos restantes en los brazos de Miguel.
— ¿No vienes? —Preguntó.
Javier negó.
—Leeré las noticias.
Miguel se quedó ahí, de pie.
—No tardaremos. Al menos acompáñame a derecho. En el camino lees las noticias.
Javier observó a Miguel. Sus ojos estaban abiertos como platos y torcía los labios hacia abajo.
— ¿Tienes miedo?
— ¡Qué! ¿Yo? ¡Para nada!
—No te va a pasar nada. ¿Quién te va a querer secuestrar?
Miguel mantuvo su expresión.
—Bueno, ya. —Javier tomó la mitad de los ejemplares. —Vamos.
Iniciaron su recorrido por las facultades. Primero por la suya, después por psicología y luego por economía. Una vez ahí, Javier se vio libre de diarios y buscó las noticias en su celular. Entró a la página del periódico estatal y leyó el siguiente artículo:
MUERTE DE ESTUDIANTE DE DERECHO POR DROGAS
El lunes 25 de febrero del presente año, desapareció Felipe Lozano, estudiante de octavo semestre de la Facultad de Derecho. La Policía Estatal ha informado que su cuerpo sin vida fue encontrado al sur de la ciudad. Tras la realización de la autopsia, se ha confirmado que la causa de muerte fue una sobredosis de droga.
Javier levantó la vista del celular y entrecerró los ojos.
—Miguel, ¿te llevabas con Felipe?
— ¿Felipe Lozano? No realmente. Solo lo vi un par de veces.
— ¿Te parecía un drogadicto?
—No, para nada. ¿Por qué?
Javier le leyó el artículo.
—Chale, quién lo diría. Siempre creí que estaba en sus cinco sentidos. Al menos eso quiere decir que no fue un secuestro. Podemos estar tranquilos, ¿no?
—Sí, tranquilos. —Javier guardó el celular.
Nunca había visto en Felipe ninguna señal de afición a las drogas. Aquella noticia fue diseñada para calmar a las personas. Y había resultado con Miguel.
Llegaron a educación y dejaron los periódicos. Solo faltaba derecho. Aquel lunes, la pancarta y los carteles de Luisa seguían intactos. Ahora también había una foto de Felipe y un ramo de flores frescas. Algunos estudiantes se dirigían a su salón, otros a la cafetería, pero ninguno se detenía en la entrada para ver a los desaparecidos. Incluso Miguel pasó de largo las fotos. Javier lo siguió y dejaron los periódicos. Al fondo del pasillo lateral, estaba el cubículo del Consejo Estudiantil.
—Ahorita vengo —dijo Javier.
Caminó hacia la puerta y tocó un par de veces. A los pocos segundos, Adrián abrió. Su rostro había perdido palidez, y sus ojos ojeras; además, había recuperado aquella sonrisa similar al sol que a Javier tanto le gustaba ver.
— ¿Ya leíste las noticias? —Preguntó con un suspiro.
— ¿Qué noticias? —Estrellas surgieron en sus ojos. Había vuelto a ser un niño pequeño.
—Sobre Felipe.
Una calidez invadió a Javier.
— ¿Lo encontraron? —Preguntó Adrián.
—Sí, bueno... Dicen que falleció por una sobredosis.
Javier se sentía protegido.
— ¿Neta? Qué terrible, wey. Nunca lo imaginé de él.
La calidez aumentaba.
—Al menos no hay que preocuparnos de que nos suceda algo similar.
Javier se estaba quemando. Las palabras de Adrián resonaron en él, en su mente. Eran las mismas palabras de Miguel, la convicción de que todo iba a estar bien. Javier quiso huir, correr y seguir con sus investigaciones, salvarse del fuego que le abrasaba.
—Sí —respondió Javier, retrocediendo unos pasos—. Escribiré un artículo, ¿te parece? Sobre que el consejo lamenta su muerte.
—Súper bien, wey. De hecho, pensaba en pedírtelo. Siempre vas un paso delante de mí.
Javier asintió, contemplando aquella sonrisa. Deseaba verla por el resto de sus días, pero tenía asuntos más importantes que atender.
Al día siguiente, Javier se encontraba en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades. Caminaba hacia la cafetería cuando en una de las bancas del pasillo vio a Helena. Sentada y silenciosa, con el cabello enredado cubriéndole el rostro, Helena tenía una mirada distante. Javier nunca había sentido ganas de hablar con ella, ni siquiera de estar en su presencia. Pero recordó la discusión que ella y Adrián habían tenido y pensó que quizás necesitaba algo de ayuda. ¿Alguna vez había visto a Helena con alguien más que no fuera Adrián? No, increíblemente nunca había considerado si tenía otros amigos. Quizás no tenía a nadie con quien hablar sobre sus problemas. Recordó, entonces, cuando ella quería comentarle sobre aquella novela.
Javier se balanceó sobre sus pies. Miró hacia ambos lados y suspiró. Se acercó a Helena y se sentó a su lado sin decir nada.
Helena giró levemente su rostro, en silencio.
— ¿Y... no tienes clases? —Preguntó Javier.
Helena negó con la cabeza.
— ¿Por qué no estás con Adrián?
Javier se arrepintió enseguida por decir eso.
Helena solo negó con la cabeza nuevamente.
— ¿Y... cómo estás?
Helena levantó ligeramente la cabeza. Algunos cabellos se resbalaron de su rostro. Javier pudo ver que, oculto por maquillaje, Helena tenía una mancha colorada en la mejilla. ¿Un moretón? ¿Un golpe?
— ¿Estás... estás bien?
—Sí —Helena respondió finalmente.
— ¿Segura? —Javier no podía dejar de mirar aquella mancha rojiza.
—Claro, ¿por qué no lo estaría? —Helena miraba a lo lejos. Segundos después, sus ojos se posaron en los de Javier. — ¿Es verdad que has estado investigando el caso de Luisa?
Javier asintió.
— ¿Estás haciendo lo mismo con el caso de Felipe?
—No aún.
— ¿Vas a hacerlo?
Javier se quedó en silencio. ¿Lo haría? ¿O se mantendría al margen?
—Te ayudaré —dijo Helena.
Javier abrió los ojos como platos.
—Trabajo mejor solo, gracias —respondió él.
—Te ayudaré —sentenció Helena con la espalda recta. Se levantó. — ¿Qué tienes planeado?
Javier quería decirle y repetirle que no necesitaba a nadie para realizar su trabajo, que estaba acostumbrado a hacerlo por su cuenta, que le desagradaban los trabajos grupales. Pero Helena, con el cabello enredado en el rostro y aquella mancha profunda, tenía una mirada decidida. Javier la miró y supo que, dijera lo que dijera, Helena no cambiaría de opinión. Que incluso no le estaba pidiendo permiso para trabajar con él, solamente lo estaba afirmando.
Javier, en lugar de quejarse de la compañía de Helena, la aceptó.
Tal vez tendría oportunidad de preguntarle, después de todo, sobre aquella novela y por qué para ella resultaba tan importante.
—Nada —confesó Javier—, no sé qué hacer. ¿Alguna idea?
Helena sonrió.
—Conozco alguien que nos puede ayudar.
Comments (0)
See all