Al día siguiente, Javier se despertó tarde. El sol entraba por la ventana y le iluminaba el rostro. Debía ser mediodía. Cerró los ojos y se cubrió la cara con la almohada.
Bibibi.
Su celular vibraba en el escritorio. Alguien lo llamaba.
El día anterior, Javier había abandonado la fiesta de derecho con Helena. La había acompañado hasta su casa para después dirigirse hacia la suya. Luego, simplemente, se acostó en su cama y se durmió. Los pensamientos que tanto había intentado ocultar se arremolinaban ahora por la mañana.
Bibibi.
Por más que lo intentara, Javier no podía negar lo que había visto y escuchado el día anterior. Aquellas dos personas eran, sin duda, Adrián y Julio. Ellos hablaban acerca de las desapariciones de Luisa y Felipe. Además, estaban planeando la desaparición de Daniel.
Bibibi.
Era imposible negarlo.
Adrián era el culpable.
Daniel tenía razón.
Bibibi.
Helena estaba en lo correcto.
Ahora solo quedaba pensar: ¿qué hacer?
¿Sería capaz de entregar a su amigo? ¿O sería capaz de permitir que alumnos siguieran desapareciendo?
Bibibi.
Aunque le dijera al mundo la verdad sobre Adrián, ¿le creería? Después de todo, él no le había creído ni a Helena ni a Daniel cuando le contaron sus sospechas. No tenía pruebas. ¿Cómo transmitir aquella conversación que escuchó a los demás?
Bibibi.
Javier tiró la almohada y se sentó en la cama. Se frotó los ojos y, finalmente, se levantó. Se dirigió al escritorio y vio que Adrián era quien llamaba.
Contempló la pantalla del celular por unos segundos y suspiró.
— ¿Sí? —Contestó.
—Wey, pero qué milagro. ¿En dónde te metiste ayer? —Acusó Adrián.
—Como no te vi, me fui.
— ¿Cómo no me viste te fuiste? ¿Neta? ¿Solo por eso? No me digas, ¿estabas con Helena? Porque ella también se fue sin decirme nada. ¿Acaso no existen los celulares?
Javier quiso decir que lo sentía, pero las palabras se atoraron en su garganta.
—Como sea —continuó Adrián—, necesito que te hagas cargo de algo. Es sobre Daniel. He intentado ser paciente con él, especialmente por sus pérdidas. Pero con lo sucedido ayer, la neta, considero que es necesario tomar algunas acciones al respecto. Si no, podría ser un peligro para los demás.
— ¿Una amenaza?
—Wey, tú viste cómo se puso ayer. Y eso es solo el principio. Si no lo detenemos ahora puede descontrolarse y lastimar a alguien, ¿no lo crees? Así que he estado pensando que puedes escribir un artículo sobre él. Haz lo que quieras, táchalo de loco, lo que sea, pero necesitamos que todos estén alerta de él. ¿Sale?
—Estamos de vacaciones —fue lo único que alcanzó a decir.
—Wey, mal pedo. Las noticias no descansan.
—Es verdad.
—Además, no inventes: Tienen que sacar un ejemplar regresando de vacaciones. Dos pájaros de un solo tiro.
—Sí, tienes razón.
Javier colgó y se volvió a acostar en la cama.
Por supuesto que Javier quería ser un periodista. Por supuesto que creía en la verdad, en la justicia, en mostrar a las personas lo que ellas tenían que saber. Pero, en este caso, ser un periodista iba en contra de la lealtad hacia Adrián. A Javier le gustaría poder ser un periodista y ayudar a Adrián, justo como antes. Escribía artículos para él, les mostraba la verdad a las personas, la parte de la verdad que ayudaba a Adrián. Antes era tan sencillo, tan fácil, podía tener lo mejor de los dos mundos. Pero en este caso, Javier ya no tenía la opción de mostrar una parte de la verdad. Claro, podría redactar solamente lo que presenció en la fiesta de anoche, cuando Daniel se levantó y amenazó a Adrián. Podría decir eso. Pero si lo hacía, sabía que la gente ya no confiaría en él. Y que, por lo tanto, todos sus intentos para delatar a Adrián se verían arruinados.
Si escribía ese artículo, mataría a Daniel.
Pero si no lo escribía, entonces a quien mataría sería a Adrián.
Aquel día, Javier no hizo nada.
El segundo día, tampoco.
Ni el tercero.
Menos el cuarto.
Pasó las vacaciones de Semana Santa en su cama. No contestó mensajes ni llamadas. Tampoco usó la computadora ni revisó las redes sociales.
Dejó pasar los días, quiso evadir sus deberes.
Pero cuando el último día de vacaciones llegó, Javier se sentó en la computadora y comenzó a escribir el artículo que Adrián le había pedido. Lo terminó de escribir y se aseguró de que apareciera en el número siguiente del Periódico del Campus.
Javier pensó que quizás nadie le daría importancia a su artículo. Después de todo, media Facultad de Derecho había presenciado la discusión que Daniel había mantenido con Adrián. Para estas alturas, ya todos debieron de haber sacado sus conclusiones. Seguramente habían pensado que Daniel estaba loco y que era una amenaza, sin necesidad de que él lo dijera. Quizás sus palabras pasarían como una gota más del mar de rumores sobre la figura de Daniel.
El lunes, Javier tomó sus clases y no habló con nadie. Ya en la tarde, se dispuso a ir directo a su casa. Sin embargo, en la entrada de su facultad, se encontró a una muchacha, con los hombros y la espalda firmes, con los cabellos ondulados y sedosos, como cascadas que nutren ríos, que nutren personas.
— ¡Eres un traidor! —Gritó aquella muchacha.
Era Helena.
— ¿Por qué lo hiciste?
Aquellas palabras flotaron en el aire y quisieron abofetear a Javier, pero, en su lugar, solo se fundieron en el vacío de su pecho, en la existencia que lo había acobijado durante las vacaciones de Semana Santa. Javier se encogió de hombros.
—Era mi deber.
—No, tu deber es otro.
— ¿Y tú cómo lo sabes? Tú solo estudias novelitas y cuentuchos. La realidad es esta.
— ¿Y qué hay de Daniel? ¿No pensaste en él cuando escribiste esta porquería? ¿No pensaste en el impacto de tus palabras?
—Él se creó su propia reputación. Yo no lo obligué a que atacara a Adrián.
—No, pero lo pusiste entre la espada y la pared. Ahora ya nadie va a creer en él. Será un hazmerreír.
— ¿Me das paso? Llevo prisa.
Helena colocó las manos en los hombros de Javier.
—Sé que es difícil, pero tienes que abrir los ojos. Date cuenta de que Adrián no es la persona que él nos ha dicho que es.
Javier se hizo hacia atrás.
—No sé de qué me hablas.
—No finjas que no escuchaste eso. ¡Estabas conmigo!
—Helena, por favor, ya detente. Entiende un no.
Helena suspiró.
—Bien, como quieras. Supongo que no puedo hacer nada para que abras los ojos. Solo quiero decirte que estoy contigo. Siempre estaré ahí para ti.
—Y yo ya te dije que trabajo mejor solo.
Javier caminó hacia la parada del camión. Una vez ahí, se encontró con un grupo de alumnos, de quién sabe qué facultad, que revisaban sus celulares y se reían. Javier pudo escuchar algunas palabras sueltas, como “Daniel” y “borracho”. Incluso vio cómo algunos alumnos imitaban la pelea que él había tenido con Adrián. Por supuesto, poniendo a Daniel como un lunático y exagerado.
“No tengo nada que ver con esto”, se dijo Javier.
Cuando llegó el camión, se subió y se sentó hasta el último asiento. Se puso los audífonos y pensó cómo se sentiría estar solo en el mundo.
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