Luchaba contra ese pequeño dragón púrpura, arremetiendo contra cada ataque que realizaba.
No lo entiendo...
Sin importar cuánta fuerza efectuará en mis contraataques, el pequeño dragón no parecía verse afectado por ellos.
Intenté una y mil veces acabar con él pero parecía escurrirse entre mis garras.
¿Qué sucede?
De pronto comencé a sentir una presión en mi pecho... esto era... ¿miedo?
—¡Cynder!
Miré al pequeño dragón tratando de hablar conmigo pero yo no entendía lo que decía, más sin embargo, una ira implacable brotaba de mi.
¡No!
Mi cuerpo no me obedecía, trataba de contenerme de atacar pero nada funcionaba.
—¡Spyro!
Traté de hablar con él pero era inútil, mi cuerpo no me obedecía y seguía atacando.
—¡Cynder!
De pronto me vi a mi misma atacando a Spyro a la par que él venía hacia mí.
No, no, ¡No!
—¡Cynder!
Una fuerza me empujó hacia atrás haciendo que por instinto presionara con mis garras hacia el frente. Tardé unos segundos en reconocer al portador de esos ojos púrpuras que me veían preocupado.
—¡Cynder, despierta!
—¿Spyro?
—¿Estás bien?
Aún un poco confundida y alterada asentí con la cabeza, notando al bajar la mirada que mis garras le habían hecho daño.
—Estas…
Bajó la mirada hacia su pecho, notando lo que yo había visto: unas finas líneas rojizas.
—Es un rasguño. ¿Tú estás bien? te movías inquieta y traté de despertarte, pero no respondías —comentó tranquilamente.
—Creo que tuve una pesadilla. Sobre cuando liberé a Malefor…
—Tranquila, solo fue una pesadilla.
Se acercó a mí, abrazándome con sus alas y posando su frente sobre la mía, tranquilizandome lentamente. Al pasar de los segundos pude finalmente relajarme lo suficiente como para volver a conciliar el sueño, dándole una última mirada a Spyro, agradeciendo en silencio el tenerlo a mi lado.
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