En algún punto de la historia, cuando todos convivían cerca de la montaña más alta del mundo, se habían dado cuenta de que dentro de ella, una especie de fuerza vital emergía. Las personas que se le acercaban recuperaban sus fuerzas para escalar, los enfermos, luego de casi desmayarse se curaban milagrosamente, los fuertes, simplemente lo eran más. Fue increíble, algo tan maravilloso que llamo la atención del mundo entero.
Las personas se acercaban, cortaban los árboles de la montaña para construir sus hogares, guardaban su agua en recipientes para conservarlos cercar, dormían en sus pastos solo para tener un buen sueño, todo parecía un mundo de ensueño, sin embargo, cada vez que tomaban de las faldas de esa montaña, tan verde y majestuosa, estas se veían desplazadas, primero por pequeños casas, luego por poblados, hasta que una civilización completa quedo instalada por tiempo indefinido.
Debido a ello, la magia, aquella energía surgida de esa tierra fantástica, empezó a agotarse, la gente estaba molesta, pedían turnos, creaban reglas, expulsaban lejos de ella a los más débiles, avaros o simplemente a quienes no querían cerca.
La montaña ya no lo soporto más, su energía, su VIDA, era robada por criaturas que no cesaban de tomar, no tenía voz, no tenía movilidad como la de aquellos hombres, pero aun así, tenía su magia, así que, retornando todo su poder a sí mismo, levanto el lugar donde reposaba. Origino huecos profundos cuyo fondo no podía percibirse hasta que un abismo de tinieblas quedo bajo ella con el único propósito de acabar con la plaga que amenazaba su vida.
Sin embargo, hubo una persona, un ser sin nombre ni género que se acercó a la montaña, no pidió favores a ella, tampoco tenía temor, dolor ni angustia, caminaba a la montaña, a su centro, solo para pedir una última cosa mientras llegaban al cielo.
La montaña en ese momento empezó a elevarse, su ira podía sentirse a pesar de la falta de un rostro, sin embargo, lo que pidió esa persona no fue un favor, no solicito piedad para su gente, ni algo especial para sí mismo, solamente... pidió perdón. Sabía del abuso, mucho tiempo lo supo, le contó su historia, como se había curado gracias a su magia de una misteriosa enfermedad, lo mucho que le agradecía, también el cómo intento detener a su gente y como fracaso.
La montaña sintió las gotas cálidas de sangre caer en su tierra y a punto de caer para acabar con todo... se detuvo, así, la existencia de los hombres se extendió un poco más...
*****
Era una leyenda que narraba el origen de la sangre real, de su pacto de sangre con la misma tierra. El rey de negro la escucho de una mujer de tierras bajas, la cual, aún conservaba más historias como esa. Pensó también en las consecuencias, el cómo su pequeño relato no narraba las muertes a las orillas del mundo, la casi extinción de su especie cuando la tierra flotante se formó, ni de cómo la magia se perdía conforme te alejabas de Colors Write, salvo para ellos, o mejor dicho, para él... El rey "no tiene consecuencias", fue lo que dijo esa mujer llamada Cyan. No la contradijo, pero la temprana muerte de sus padres le decía lo contrario.
Nunca más de uno, el pacto era único e irrevocable.
Era una regla que tarde o temprano se cumplía, todos los reyes preferían envejecer y luego tener a su heredero, el cual terminaría absorbiéndolos hasta terminar con ellos. El rey no le daba demasiada importancia, se conformaba con vivir lo suficiente para ver a su reino crecer, disfrutar un poco de la vida y gobernar como era su destino. Tampoco quiso correr el mismo riesgo que sus padres, padeciendo la tristeza por la muerte de su amado. El rey de negro se propuso no enamorarse, solo cumplir con su deber y disfrutar de su vida prestada, ya encontraría a la persona adecuada para tener a su primogénito y ver como poco a poco le robaba su vida.
Se enfrascó en guerras, en exploraciones que reyes antes de él jamás se molestaron en hacer, visito las orillas del mundo donde la magia escaseaba y el mar era enorme, estuvo en pantanos, en fosas profundas, su espada y su escudo siempre lo acompañaron. Gray, un hombre cuya lealtad no podía ser más arraigada y Merlot, la espada más esplendorosa que cualquier historiador pudo haber conocido, los tres viajaron por el mundo, hasta que el destino finalmente alcanzo a su puerta, no era un anciano en su totalidad, pero su momento había llegado.
Un heredero era necesario, un hijo de sangre que exclusivamente podía tener con una mujer cuya magia se equiparara a la suya, lamentablemente y aunque Gray hizo todo lo que pudo para encontrarla, en Colors Write, por su constante paz y pasividad, no había maga alguna que pudiera siquiera intentarlo, fue entonces que descendió al pozo profundo, de regreso a aquella mujer.
Cyan era una maga, una mujer entendida, podía conversar con la tierra y ver destellos de lo que le deparaba al mundo. Una habilidad que tal vez le sería útil a su descendiente, desde el profundo foso en el que se encontraba, ella lanzaba su magia con gracia y la tierra como favor le concedía algo de luz, es por eso que su gente gozaba de más iluminación a pesar de ser la más cubierta por la tierra flotante, ella era lista, conocía el mundo, sus alcances, la magia, incluso sabía de las costumbres de su reino, de las armas humanas que usaban para protegerse.
No logro enamorarla, y si hubiera sido honesto consigo mismo, nunca lo intento realmente, pero era perfecta, fuerte, habilidosa, tal vez lo suficiente para extender su vida un poco más, por qué, no era algo a mencionar, pero entre los dos progenitores, el que carecía de la sangre real, era el primero en ser devorado, Cyan pudo haberse enterado de aquello o no, nunca la supo, y de hecho, pese lo bella e inteligente que era, algo en ella le desagradaba, su frialdad con el mundo, su manera tan despegada de proceder, siempre a lado de su magia, encerrada en la fosa, conformándose con el pequeño mundo que se había creado.
Fue un acuerdo mutuo, tal vez algo de respeto, ella sabía lo que él pedía y accedió por un "favor a la tierra", la llevo consigo a Colors Write y sucedió lo que tenía que suceder, nueve meses de dolor y tormento para ambos culminaron en el nacimiento de su primogénito, el príncipe, el niño de ojos plata de y cabello puro. Su madre parecía amarlo, pero él no pudo hacerlo, en cuanto vio los ojos de ese niño, lo supo, su tiempo en ese mundo estaba contado.
Merlot intento consolarle, Gray lo acompaño silenciosamente, ambos unidos a él sin importar cuanto los alejara, porque así eran las armas, siempre pegadas a su dueño. Black no trato demasiado con su hijo, no lo crio más allá de lo necesario y de hecho, en lo que llamaba "un acto de piedad" lo dejaba estar con su madre todo lo que podía, después de todo, ella no estaría demasiado entre ellos.
Eso fue lo que pensó y que no sucedió. Cyan se mantenía firme, débil y cansada, pero viva. La gente de Colors Write incluso le había tomado aprecio, "quizá... el pacto de la tierra se había ablandado" creyó el rey, sonriendo por la vida extra que se le ofrecía. Black no desaprovecho la oportunidad, retomo sus andadas, disfrutando, viajando de aquí para allá, dejando a Gray para cuidarla, y llevándose únicamente a su espada con él.
En sus viajes, no hizo más que pensar en lo feliz que era gracias a Cyan, a esa maga extranjera silenciosa y calmada, fue entonces, cuando regresó, que su extrañeza ya no le parecía tan molesta, su encierro voluntario se volvió reconfortante y su presencia más que nunca, fue deseada y apreciada. Fueron pocos años en los que pudo llegar a conocerla un poco mejor, surgiendo entre ambos un atenuado romance que termino en lo inevitable.
La noticia fue impactante, inesperada, Cyan, la reina, una vez más estaba esperando un hijo suyo y su deterioro, que se había mantenido lento y predecible, se aceleró a un ritmo que no pudo seguir. Ella colapsó, no solo físicamente, su mente comenzó a deteriorarse también, a deformarse... a ver y decir más de lo que podía entender, obsesionándose por enseñar a White, su heredero, a quién, aun en sus divagaciones, siempre mostró algo de ternura, susurrándole lecciones, secretos...
Black palideció, intentaba alejar a su reina de White, ese niño ni siquiera la había acompañado tanto tiempo y peor todavía, alguien que no debido existir se estaba formando nuevamente en el vientre de su esposa.
"Tú la amaras, la amaras como nunca amaste a nadie"
No supo si fue una maldición, una visión o una petición, lo que dijo su esposa, ya suficientemente preocupado estaba por las consecuencias de romper el equilibrio con dos seres como ellos. La tierra era clara, celosa, no más de uno, solo un rey para gobernar, solo uno para recibir su poder, sin embargo, algo cambio, fue como un huracán azotando su puerta lo que hizo olvidarse de ello. Cyan había muerto sin siquiera haberla conocido del todo y una niña, la otra sucesora había nacido.
Al contrario de White, cuyos ojos platas eran fríos y parecidos a los de su extraña madre, esta criatura era... "Hermosa", extrañamente agradable, sus ojos no eran comunes, los de esta niña poseían colores vivos, cambiantes, llenos de calidez y cariño como un arcoíris, pudo verlo con claridad en ese momento, ella heredaría la magia que White no pudo.
La infanta tomó su mano con velocidad, "tan lista" pensó mientras admiraba al menos otras cinco virtudes en ese pequeño ser humano. Fue extraño, pero era la primera criatura en toda su vida por la que sentía... un afecto real, no tenía que darle nada a cambio, ni hacer nada para merecerlo, su simple existencia era más que suficiente, mucho más. Lo confirmo una y otra vez conforme crecía. Iris era vivaz, curiosa por el mundo, una persona ansiosa por vivir, por explorar... tal como él lo fue por tanto tiempo.
El rey sonrió, estaba, por primera vez en su vida, completo, ni siquiera las preocupaciones de Gray, ni los reclamos de Merlot lo molestaban.
—Si por tener un solo hijo debiste pagar con la vida de Cyan y la tuya, ¿Cuál será el precio que pagaremos por dos?—El escudo pregunto.
A Black no le importo, la manera en que correteaba, en la que usaba sus poderes sin moderación, como lo veía y reconocía. Ella era "su hija" "su Iris". Estaba seguro de que sería una maravillosa reina, no necesitaba educarla en miles de encantamientos, ni en moral, ni en caballería, ella era nata, una talentosa niña que veía más allá de cualquiera y sería la reina más memorable que Colors Write hubiera conocido.
*****
— Majestad—Una voz expresiva y de timbre generoso se escuchó en el castillo casi solitario.
Iris podía ya no ver con claridad, pero distinguía bien la silueta de esa armadura rojiza, de ese símbolo marcado en su hombrera y, sobre todo, de esos ojos tan familiares y conocidos, allí estaba ella, después de tanto tiempo en la oscuridad, la espada perdida del rey regresaba.
— ¿Por qué estás aquí ahora?—Iris apenas se levantó de su trono, cansada y ojerosa, la vitalidad que tuvo cuando niña fue absorbida por tres años de encierro y otros tres de restauraciones incesantes.
— Me necesitan princesa, tú me necesitas— Dijo la mujer de coleta rubia acercándose para ayudarla a levantar, sin embargo, Iris la alejo dejándose caer en su trono de roca.
— Ahora soy la reina—Mustió aún sobre su trono, evidenciando su falta de respeto, tomando fuerza otra vez para levantarse y encararla — Y dígame, caballero Merlot, ¿Me ayudará como lo hizo con mi padre?—Iris movía sus delgados brazos con pesadez, cuya condición era peor de lo que su gente imaginaba.
— Eres su hija, por supuesto que estoy aquí para ayudarte—Intento nuevamente acercar su mano a la de la reina, quien observaba con sus ojos opacos los acontecimientos de esa antigua arma — Y si mis palabras no te convencen, tal vez esto lo haga—La mujer tomo su mano y la cabeza de la reina se llenó de imágenes de un pasado distante, uno que nunca debio de ver.
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