La noche que su abuela cayó en paro él se había quedado en casa, viendo como una ambulancia recorría la calle colina abajo. Aullando la torreta del vehículo con gran prisa.
Sin embargo, aquello no fue motivo para que su padre continuara con la firme idea de mandarlo fuera de aquella casa. Y quién en su momento hubiera podido abogar por él, estaba luchando entre la vida y la muerte. Las injusticias de la vida.
El estado crítico de su abuela doblegó un poco el corazón de su padre quién mando por él al internado al cabo de una semana de estar allí.
Los médicos dijeron que no podían hacer nada por ella. Su corazón estaba muy débil para intervenirlo y su cuerpo no resistiría una operación de esa índole. Así que su padre opto que pasara los últimos días de vida fueran dentro de aquella mansión fría. Un acto que posiblemente estaba lleno de culpa.
El corazón de Evan se encogió al ver a su abuela postrada en la cama. Tenía varios aparatos que le mantenían con vida, así como una enfermera que monitoreaba dichos aparatos.
Los ojos de su abuela se iluminaron apenas le vio cruzar la habitación. Su corazón aceleró un poco su ritmo y esto lo sabía gracias al sonido incesante del monitor de signos vitales. No pretendía mortificarla, así que solo se limitó a estar con ella intentando reconfortarla un poco con su presencia. Cualquier esfuerzo que hiciera era prácticamente un minuto menos de vida.
La mano de la anciana le indicaba que se acercará más a ella. Se quitó la mascarilla de oxígeno y habló con voz temblorosa.
"Mi niño, mi dulce Evan...¿sabes que Dios les dio la bendición más grande a los Omegas?..."
Evan negó sonriéndole, aplastando su mejilla en la fría y débil palma de su abuela. Deseaba tener hasta la última caricia de ella. Ocultaba su tristeza en una máscara sonriente. Donde sus ojos esmeraldas, estaban por humedecerse.
"Tú, mi niño bello. Puedes alcanzar la felicidad más pronto que cualquiera..." una horrible tos gargajosa interrumpió sus palabras, esperó un momento para tomar aire y seguir "...Porque tu mi precioso niño tienes ya alguien que Dios te ha enviado para darte todo ese amor que tu corazón ocupa."
"No digas eso abuela, yo solo te necesito a ti. Yo solo quiero tu amor."
La anciana volvió a toser, esta vez era más fuerte. Su pecho subía y bajaba con dificultad. Evan le ayudo a limpiarse el hilo de saliva que salía de su boca.
"No, Evan, escucha...busca a tu persona destinada"
"¿Mi persona destinada? Abuela pero..."
"Encuéntrala. Haz lo mismo que tu madre..."
De nuevo otro ataque de tos.
"¿Pero cómo se supone que encontraré a mi persona destinada?"
"Tu corazón te lo dirá porque sentirás que...si no estás con esa persona tu vida no tendrá sentido"
"Pero..."
"Cuando la encuentres, le abrirás tu corazón...le mostraras tu lado más honesto y le dirás que deseas unirte a ella...para que ambos puedan complementarse y llenen sus vacíos uno con el otro".
Su voz cada vez era más apagada.
"..." Evan miraba preocupado más por cómo se veía ella que por aquellas palabras tan fantasiosas que le decía con mucho esfuerzo.
"Prométeme que buscaras a tu persona destinada Evan".
El chico no sabía que contestar. En realidad aquello más pareciera una última voluntad, algo que no podía negar ni mentirle a la mujer que siempre le cuido y amo con toda el alma. Como lo habría hecho una madre. No, aún mejor. Como lo hacía toda una abuela.
"Lo prometo" dijo firme.
"Bien..." la mujer sonrió "...Evan, hijo...quiero que...seas feliz. Te amo...mi pequeño Rey Jade."
Evan apretó la mano suave de su abuela. El pecho le dolía. Y un vacío se formaba alrededor de ellos dos.
"Yo también te amo."
Y un último aliento, la mujer expiró.
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