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(En)sueños

La bienvenida - Gris Valdez Méndez

La bienvenida - Gris Valdez Méndez

Apr 15, 2022

Me dirigía hacia mi nuevo lugar de pasantía, un pequeño pueblo desolado del cual muchos nunca habían escuchado hablar, incluyéndome. Como pasante médico, es muy común que nos envíen a este tipo de comunidades, comunidades que se encuentran alejadas de otras ciudades, de difícil acceso y de las cuales poco se sabe.
Miré a la ventana, el mismo paisaje de hace dos horas: un cielo gris a punto de llorar y unos árboles agrietados sin vida.
—Es un lugar bastante peculiar al que se dirige, señorita —dijo el taxista sin mirarme.
—Lo sé.
— ¿Qué acaso no ha escuchado de lo que le pasa a los pasantes en esta comunidad?
Me quedé callada y encogí mis hombros.
—Es una población un poco conflictiva. En una ocasión incendiaron el centro de salud, a otro pasante lo secuestraron y no me haga hablar del que se quitó la vida.
Quizás por estas razones nadie quería venir a este lugar, nadie con excepción de una amiga, quien al escuchar sobre la plaza la eligió enseguida. Pero durante todo este tiempo, estando en este lugar, siempre añoró la compañía de alguien más. Cuando se abrió otra vacante, me ofrecí para ir con ella. ¿Por qué? Solo quería verla. Y acepté sin saber lo que viviría aquella noche.
Finalmente, entre aquellos árboles tristes, comenzaron a aparecer pequeñas casas que, conforme las ruedas avanzaban, se volvieron más frecuentes. Hasta que finalmente nos detuvimos frente a una construcción. Era una casa antigua, de la época de la colonia, de techos altos y paredes estrechas. Dichas paredes carecían de color y tenían molduras que adornaban cada vértice y esquina.
Bajé del taxi y el chofer me deseó suerte. Le pagué y él continuó su camino. Sentí finas gotas de lluvia en mi piel, me apresuré. Con la maleta en mano, caminé sobre un pasto sin vida hasta la entrada. ¿Qué estaba haciendo? Suspiré, ya era demasiado tarde para darme la vuelta y regresar. Se lo había prometido; ella era mi mejor amiga. Toqué las puertas altas y blancas. Eran de madera y cada una tenía una ventana en la parte superior. Las puertas se abrieron de par en par.
Al verla sonreí.
— ¡Qué gusto verte! —le dije.
Extendí los brazos, pero ella dio un paso hacia atrás para evitar el contacto.
Vestía de blanco y un cubrebocas le borraba la mitad de la cara. Pero el resto de su rostro era diferente al que yo conocía. Sus ojos negros que alguna vez fueron brillantes, ahora lucían opacos y se adornaban de unos párpados caídos y ojeras oscuras que contrastaban con su pálida piel. Además, su cabello negro y lacio ahora se veía envuelto entre hilos más claros y erizados y su compleción era más delgada. Tan delgada que pareciera que el viento del exterior sería capaz de romperla con solo un soplido.
— ¿Estás bien? —Pregunté y tomé de nuevo mi maleta.
Tosió.
—Sí, solo es mi alergia. Hay mucha humedad.
Encogí los hombros, ambas sabíamos que no.
Hizo que la siguiera con mis cosas. Mientras caminamos observé el lugar de un lado a otro. En la recepción había un escritorio y dos sillas, le seguía un infinito pasillo con puertas hacia los consultorios y dos puertas al final que llevaban a una pequeña cocina, y la otra a un cuarto de descanso. Las paredes eran similares al exterior, grises, cubiertas de moho. La luz era tenue y había lugares del pasillo en donde los focos no servían. Finalmente, llegamos a la habitación.
Era una habitación pequeña, tenía una litera con colchonetas, una mesa y un abanico de techo. Dejé mis cosas sobre la cama de abajo y salimos de nuevo a la recepción a esperar a que algún paciente llegase. Nos sentamos y esperamos. Pero no llegó nadie y lo único que escuché en todo ese tiempo fue la lluvia caer, porque ella no habló.
Dieron las 8:00 p.m. y decidimos cenar. Fuimos a la cocina y ella me sirvió una taza con café y pan dulce.
—Es lo único que tengo —me dijo al darme la taza.
—Está bien, sabes que me encanta el pan —noté que se sentó frente a mí sin su taza— ¿No comerás?
—Comí un gran plato de lentejas antes de que vinieras, sigo llena.
Mientras comía, ella volvió a estar en silencio. Así que llené ese espacio con mis palabras. Pero hablar sola era difícil. El único ruido que ella producía era cuando tosía o estornudaba.
Observé la cocina, estaba sucia. Me pareció extraño, mi amiga siempre había sido una persona que le encantaba tener todo en orden, pero tenía que aceptarlo, estar sola era difícil. Cuando terminé de comer, fuimos a la entrada donde nos sentamos por si algún paciente venía.
—La lluvia a veces los atrae— declaró.
Se me hizo raro, los pacientes siempre se ahuyentan con la lluvia, pero, bueno, cada comunidad es diferente.
La lluvia arreció, cerramos todas las ventanas, incluidas las de la puerta como las de los costados del pasillo.
Nos quedamos un rato más esperando, hasta que nuestros ojos se empezaron a cerrar.
—Yo puedo quedarme a esperar si alguien viene, ve a descansar—le dije.
Se quedó un rato pensando, tosió un poco, pero finalmente aceptó y se retiró al cuarto a dormir, no sin antes decirme: “No le abras la puerta a nadie”.
No entendí muy bien a qué se refería. Jalé el escritorio y pegué una de las sillas a la pared. Me senté y me tapé con mi sábana. El ruido arrullador de la lluvia hizo que pronto me desvaneciera y cerré mis ojos.
Toc toc toc.
Me desperté de golpe. Con la vista aún borrosa y con la mente no muy clara, caminé hacia la puerta. Justo cuando estaba por abrirla, recordé las palabras de mi amiga: “No le abras la puerta a nadie”. Mi mano se dirigió a la pequeña ventana de la puerta y la abrí, me llegaba a la altura perfecta.
—Buenas noches, ¿en qué lo puedo ayudar? –Dije con una sonrisa.
Me congelé. Apreté los ojos, pensando en que pudiera ser un sueño. Pero era cierto, frente a mí estaba un hombre alto con cabeza de cuervo.
Mi corazón comenzó a latir a prisa y con mayor fuerza, al punto que podía sentirlo casi fuera de mi cuerpo. Mi piel se erizó y mi color de piel cambió a un tono similar al de la pared. No podía moverme, simplemente me quedé viéndolo: sus ojos negros y profundos, sus plumas negras y brillantes, su pico largo y filoso, todo era demasiado real.
El hombre pájaro llamó mi atención al golpear la puerta con un bastón que traía.
—No-no abriré.
Rebuscó algo entre su gabardina. Yo solo temblaba y antes de que pudiese hacer algo, aquel hombre me mostró un papel. Era un sobre.

—Tome —me dijo con una voz seca y cortante.
Él insistió. Tras unos segundos, reaccioné. Con la mano temblorosa, agarré el sobre a través de la reja. Una vez que lo tuve entre mis dedos, el hombre se dio la vuelta y se marchó. Yo me quedé ahí, atónita, sin saber qué pensar o hacer.
Di unos pasos hacia atrás y caí al suelo. No quise ver más, así que corrí en dirección al dormitorio. Lo crucé lo más rápido que pude, pero por cada paso que daba, parecía que el corredor se hacía cada vez más largo. Comencé a escuchar el eco del reloj que provenía desde la sala, con cada paso que daba. Estaba sudando, con el corazón casi en la mano y sin entender qué había pasado. Mis lágrimas estaban a punto de brotar.
Clock... clock... clock...
Las luces tintineaban y otras se apagaban. Me preguntaba si había alguien en esos pedazos de oscuridad, podía sentir como si me observaran. 
Finalicé mi recorrido, entré a la habitación y corrí por mi amiga. Estaba durmiendo en la litera de arriba, su respiración era lenta, su rostro se notaba más pálido, pero parecía descansado. Justo cuando estaba por despertarla, escuché un grito proveniente de la puerta. Perfecto, olvidé cerrar la ventana.
Me asomé por el pasillo y no vi a nadie, me relajé, quizás lo había imaginado. Miré el sobre, no tenía remitente ni destinatario. Lo doblé y lo guardé en el bolsillo de mi suéter.
Será mejor que cierre antes de que venga alguien más, pensé.
Recorrí de nuevo el pasillo, ahora con la vista fija en las ventanas de la puerta que oscilaban de un lado a otro por el viento. Todavía temblaba, pero sabía que si no cerraba esas ventanas alguien más podría llegar. Temerosa, llegué hasta ellas, quise cerrar una ventana, pero de golpe una mano intervino. Tenía una piel sumamente delgada y arrugada, llena de manchas de edad y con venas tortuosas y saltadas.
Continué forcejeando con la ventana hasta que el dueño de la mano asomó la cabeza. Era un joven, de piel gris y cabello encrespado. Sus ojos miraban hacia diferentes lados e iban adornados de grandes bultos por debajo. Su nariz estaba con los bordes enrojecidos y su sonrisa se adornaba de dientes negros y rotos.
De nuevo mi corazón se agitó. Pero esta vez sí pude moverme.
—Ábreme, ábreme, ábreme, ábreme —me repitió de manera enérgica.
— ¡No!
—Si no me abres... ¡te pasará algo muy malo, desgraciada! —me amenazó y comenzó a dar saltos.
No quería mantener esa conversación con aquel ser. Si su imagen daba temor, su comportamiento era bastante extraño.
—¡No! —Repetí.
Comenzó a agitarse más y a levantar sus brazos en el aire. Aproveché y cerré la ventana de golpe. El chico continuó gritando y golpeando la puerta. Yo apoyé mi espalda contra ella y llevé mis manos a los oídos. Los decibeles de su grito aumentaron al punto de ser un ruido sumamente agudo. El vidrio del reloj se rompió y después de eso se marchó.
¿Qué clase de lugar es este?
Aún con miedo de recibir otra posible visita, me dirigí al cuarto. Esperando a que nadie más viniese.
De pronto volvieron a tocar.
Hice caso omiso y continué mi camino por el pasillo, pero aquella persona seguía insistiendo, tocando una y otra vez. Volteé lentamente y una fuerte ventisca abrió una ventana que acababa de cerrar. Me di la vuelta y corrí a cerrarla, pero en eso una mujer se plantó frente a ella. Era una anciana con cabellos revueltos, blancos y erizados. Estaba envuelta en un manto, cuando me acerqué un poco más noté su rostro envejecido, una nariz grande y arrugada y dos grandes ojos rodeados de grandes surcos enmohecidos.
—Déjame entrar.
Negué con la cabeza.
—Déjame entrar.
Volví a negar, mientras daba un paso hacia atrás, la mujer reaccionó gritando cada vez más fuerte y pidiendo que abriera la puerta. De su aliento desprendía un olor pútrido, sus dientes estaban casi deshechos por los gusanos que entraban y salían de su encía. Volví a negar un par de veces, hasta que finalmente logré cerrar la ventana y pude dejar de escuchar sus gritos.
Clock...clock...clock
Corrí a la habitación para contarle a mi amiga lo que estaba pasando. Tenía la respiración entre cortada y podía escuchar mis latidos cerca de mi oído.
Clock...clock...clock
La media noche llegó y un gran rayo cayó. Todas las ventanas se abrieron de golpe y de ellas empezó a entrar agua. Cambié de dirección y corrí a cerrar las ventanas. Pero era demasiada agua, entraba como si se tratase de una cascada.
Maldición.
El ruido de la lluvia se hacía cada vez más fuerte y la corriente de agua también, pronto el agua me llegó a los tobillos. No podía sola, tendría que ir a despertar a mi amiga. Caminé hacia el pasillo de nuevo. Comencé a temblar, el aire se había vuelto más húmedo y frío y mi corazón parecía que se iba a detener en cualquier momento de lo rápido que iba. Mi respiración se entrecortaba, mis ojos se querían cerrar y mi cuerpo avanzaba con dificultad.
Pronto el agua subió de nivel, me tropecé y caí al suelo de rodillas mojándome toda. Del sobre que guardaba, salió una carta y flotó sobre el agua. La tomé y noté que estaba seca. No entendía cómo era eso posible. Me levanté y el agua ya me llegaba a la cintura.
No me quedaba de otra, tenía que abrir la puerta para que toda esa agua saliera. Así que cambié de dirección y fui hacia la entrada con la carta en mano.
Me arrastré, como pude jalé las puertas y las abrí, el agua comenzó a irse y yo me dirigí a la habitación. Pronto se creó una corriente de agua que entraba por las ventanas y salía por la puerta. Noté que el agua que entraba de las ventanas ya no era transparente, era de color negro, como si de tinta se tratase. Comencé a ir en contra de la corriente para ver cómo estaba mi amiga. Pero mis pasos comenzaron a pesar más, como si pequeñas algas se atoraran entre mis pies, como si mi cuerpo se hubiera vuelto más denso.
Me abracé, intentaba convencerme que todo estaría bien, pero con cada paso veía más lejana mi meta.
El camino se me hizo más largo de lo normal y durante todo el trayecto las luces continuaron titilando hasta que algunas se apagaron, de nuevo sentí que alguien me esperaba en aquellas manchas sin luz, me sentía observada y con una gran opresión en el pecho que acompañaba mi agitado corazón.
Cuando logré llegar a la habitación, su cama estaba tendida, pero ella ya no estaba ahí. Con la mano temblorosa, miré la carta que tenía entre mis dedos y la desdoblé. De pronto algo se atoró entre mis pies y me jaló con fuerza, me sumergí en el agua y todo se volvió negro. Lo último que recuerdo fue ver lo que decía:

Esta es la ciudad de la eterna noche. Sea bienvenida.
ElaraSalazar
Elara Salazar

Creator

Una estudiante de medicina va a un antiguo hospital a hacer su pasantía. Durante la noche, unos monstruos la visitarán.

Autora: Gris Valdez Méndez
Ilustradora: Geminna (IG: @_geminna)

#terror #hospital #monstruos #Cartas #pesadillas #ban_ending #horror #dimensiones_alternativas #Misterio #open_ending

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