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(En)sueños

La sala de la vida - Natividad Maas

La sala de la vida - Natividad Maas

Apr 22, 2022

En su último año de universidad, Galia solía ir todos los viernes saliendo de clases al museo de arte y siempre visitaba la misma sala, cuyo autor de las obras era un gran enigma.
Le había tomado cariño a aquella sala de arte porque le causaba tranquilidad. Esto detonaba en Galia una paz interior al observar aquellos trazos por pinceladas que creaban diversas formas, pero en su interior tenían un significado aún más importante al que nunca le había puesto atención. Una extraña conexión existía entre ella y esa sala.
A Galia le gustaba compartir lo increíble que era estar en esa sala y reflexionar acerca de lo que componía cada obra; llevaba a sus amigos de la escuela, a sus familiares y a todo aquel que compartiera el gusto por el arte, pero algo cambiaría en la siguiente visita. La noche anterior, había quedado con Amelie, su mejor amiga de la infancia, salir a tomar un café e invitarla a su lugar favorito: la sala de arte que tanto adoraba.
Galia y Amelie decidieron pasar por la cafetería De paso un café que quedaba a la vuelta del museo. Durante este tiempo se pusieron al día sobre los acontecimientos más importantes de sus vidas después de tantos años sin verse. Entonces Amelie preguntó sobre el museo.
— ¿Qué tiene de especial ese museo al que iremos, Gali?
— ¡Ay! Sonará tonto —respondió Galia—, pero siento una extraña conexión con las obras de arte que hay en la sala. El autor es desconocido, pero sin duda cada trazo que cubre a los lienzos tiene un papel importante al formar la pieza completa y contar su historia.
—No es nada tonto, Gali, desde que te conozco siempre fuiste observadora, un talento que te hace ver las cosas desde otra perspectiva.
—Pues mejor apurémonos que ya casi cierran.
Pidieron la cuenta al mesero y tomaron sus cosas para dirigirse al museo. Galia y Amelie recorrieron todas las salas que había en el museo dejando al final la más importante.
Al entrar a la sala, Amelie quedó fascinada por lo que veía y con la ayuda de su amiga pudo comprender por qué era tan especial ese lugar. Galia le contó lo que le hacía sentir, las historias que ella creía el autor trataba de plasmar ahí, y que quizá todo estaba conectado a una realidad paralela a la que ella vivía. En esa sala había diversos colores, siluetas, paisajes, lugares e incluso animales. Pero ese día, un cuadro en especial no tenía ciertas características; se encontraba la casa al fondo rodeada de un vasto terreno de pastizal, acompañado de árboles frutales y el camino de terracería que comenzaba desde la carretera hasta la pequeña casa. Pero lo que se le hacía extraño era que en el cuadro no estaba la silueta de la joven que parecía estar recolectando las frutas de los árboles. La incomodidad e incertidumbre empezó a invadir los pensamientos de Galia y lo demostraba en sus facciones, lo que Amelie notó de inmediato y le preguntó:
— ¿Hay algo que quieras comentarme, Gali?
— Mmm... no, nada importante —respondió.
Galia se cuestionó cómo podría saber Amelie lo que ella percibió de la pintura, después de todo eran personas con distintas formas de pensar. Era absurdo que Amelie, en su primera visita al museo, tuviera la respuesta de algo que Galia aún no lograba entender.
Entonces, se propuso visitar al día siguiente el museo y recordó que en la entrada siempre ponían la descripción y el contexto de las salas de arte. Eso era lo que ella recordaba, pero después de revisar las ocho salas y llegar a la suya se dio cuenta que faltaba este dato fundamental. Por años la había estado visitando y jamás se percató de que en esa sala faltaba ese elemento.
Ese día pidió hablar con el museógrafo para ver si le podían dar más información, la duda que ahora vivía en ella no se iba a resolver sola. Le dijeron que esperara media hora, ya que el museógrafo estaba en una junta. Pasado el tiempo ella pudo exponer su situación y lo que estaba sucediendo. Pero tristemente no obtuvo nada que la hiciera comprender aquel hecho.
Al no obtener ninguna respuesta, se sentó en una de las sillas, mientras miraba al suelo un mar de emociones y pensamientos empezaron a invadirla. De todos uno captó su atención, la idea de que la única que podría resolver todo lo que estaba aconteciendo en su vida tenía que ser ella misma.
Resolver este gran misterio no sería nada fácil. Aunque sonara fantasioso, algo había desaparecido de uno de sus cuadros. Esto la dejaba con más preguntas que respuestas. Así que Galia estaba dispuesta a investigar lo que estaba sucediendo.
Antes de retirarse del museo, Galia regresó a la sala, pero para su sorpresa estaba impecable, tal como ella solía verla: la misma decoración, los mismos objetos, los cuadros colocados en los mismos lugares. No entendió lo que ocurría. ¿Por qué había visto algo diferente el día anterior?
Al día siguiente, Galia contactó a su amiga, le platicó que estaba tratando de entender qué era lo que había pasado. Amelie le contestó en broma que quizá aquella conexión que sentía podría estar relacionada con algún momento familiar.
Esa noche eran tantas las dudas, sospechas y teorías que agobiaban sus pensamientos, que dejó a un lado todo su raciocinio para volar su imaginación y pensar que aquello que estaba sucediendo tenía que ver más sobre ella que de otras personas o, por otro lado, estaba siendo testigo de algo sobrenatural. Cansada de no llegar a nada, se fue a la cama sin imaginar lo que un sueño podría desatar.
El sueño de aquella noche era sobre un día común. Mientras el sol caía por su ventana, sus ojos comenzaron a abrirse, después dio un gran salto de la cama y se estiró. A un lado de ella había una de muchas pinturas hermosas que llenaban la habitación, muy similares a las del museo, pero esto era solo un sueño. Ese día su familia había planeado ir a la casa de campo donde vivía la abuela.
Para Galia significaba un momento único. Se fue a su armario y entre tanta ropa dio con su overol preferido, un atuendo de mezclilla gruesa poco inusual para la vida urbana, pero muy cómodo para el día a día. Todos se subieron al carro de la familia; la abuela los esperaba ansiosa, después de aquel devastador huracán que se llevó algunos cultivos.
El paisaje que más le gustaba a Galia era la pequeña casa de la abuela que parecía una postal sacada de una fototeca. Al llegar, ella bajó del auto justo donde comienza el camino de terracería y Tronte, la mascota de la abuela, la recibió. Juntos corrían donde el pastizal era abundante, brincando sobre las ramas mientras una sensación de seguridad y confianza envolvía a Galia y a su pequeño amigo. El aliento de libertad la cubría y le hacía olvidar todo lo que en la ciudad estaba sucediendo.
La abuela llamó a Galia, para ella el tiempo no se veía pasar en el campo y el atardecer caía sobre la copa de los árboles frutales.
Al despertar, poco era lo que recordaba de ese sueño, como todo lo que pasa en ellos para Galia eran puras barbaridades, no intentó recordarlo en el momento.
La semana había sido muy pesada, era la última de clases y los exámenes estaban a la orden. Galia pensó en visitar el museo para desestresarse de tan ajetreada semana que había tenido.
Al entrar, puso atención en el cuadro de la semana anterior, donde había visto algo diferente. Justo cuando terminaba de observarlo, el recuerdo del sueño que tuvo noches atrás estaba plasmado en su cuadro favorito. Aquella silueta que había desaparecido ahora se veía en completa libertad, corriendo sin ninguna atadura.
En ese momento, Galia comprendió que la sala de arte con la que tenía más apego relataba su historia. Cada cuadro representaba un momento muy importante en su vida. Desde aquella vez en que quedó entre las 6 mejores nadadoras de su categoría, hasta los momentos en que la pasó muy mal, no todos los cuadros representaban un paisaje o siluetas, a veces los tonos oscuros en una forma abstracta revelaban la tensión, sufrimiento e incertidumbre de aquel momento efímero que había acontecido en la vida de Galia. En cada uno de esos cuadros ella reflexionaba y aprendía la forma de abordar las situaciones de su vida.
Pero su cuadro favorito tenía una conexión crucial con sus sueños, Galia soñaba en querer hacer lo que más le gustaba, enfocarse en sus proyectos al finalizar la escuela. Ese cuadro siempre se encontraba en constante movimiento, pero Galia no lo había notado. Todo por estar acostumbrada a una rutina, repitiendo lo mismo, sin alteraciones ni cambios, siguiendo al pie de la letra lo que la sociedad le dictaba como si existiera una receta para ello. Todo eso la estaba desviando de sus propósitos y no notaba esos pequeños cambios que dentro del cuadro se plasmaban.

Fue en ese mismo cuadro en donde la conexión que había entre ella y sus sueños cobró sentido. Representaba su lugar preferido en el mundo, una casa chiquita en donde se sentía en plena libertad, segura, y sin que nadie la juzgara. Era su escape que la hacía creer, confiar y, sobre todo, soñar en aquello que se propusiera. Por eso la silueta ahora tenía un tono más libre, corriendo sin ninguna atadura.
Galia quiso irse. La sala cambiaba, su vida también. Quería regresar a la monotonía que tanta seguridad le daba. Pero el nuevo cuadro hizo latir aceleradamente su corazón.
“Libertad”, pensó.
Sonrió.
La vida de Galia se transformaba, y eso sin duda estaba bien.
ElaraSalazar
Elara Salazar

Creator

Galia ama ir al museo. De todas las salas, hay una con la que siente una conexión especial. ¿Quién es el autor de aquellas obras que Galia tanto admira? Eso tendrá que descubrir cuando las pinturas de la sala cambian.

Autora: Natividad Maas (IG: @nattimh)
Ilustradora: Geminna (IG: @_geminna)

#Arte #museo #galeria_de_arte #happy_ending #Misterio #Alegre #dimensiones_alternativas #Fantasia #crecimiento_personal

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