Ella siempre había estado obsesionada con el agua.
Le gustaba pensar que fue creada de la espuma del mar, de las olas que rompen en la arena. Podía pasar horas observando ríos, arroyos, riachuelos y charcos. Solía detener la rutina de sus días únicamente para observar las ondas que se formaban en la superficie del agua. Cada verano, guiaba sus pasos hacia la playa y se sumergía por largo rato en el océano, creía en todas las historias de sirenas, piratas, criaturas marinas y cualquier clase de leyendas que existieran acerca del agua.
Adoraba con ferviente admiración a la diosa Ochún: la reina de las aguas dulces del mundo, los arroyos, los manantiales y los ríos. Cada 8 de septiembre, le llevaba ofrendas llenas de frutas y platillos especiales al río. Agradecida, estiraba los brazos, adornados con grandes pulseras doradas, para acunar agua entre las manos y así agradecer un año más de vida en equilibrio con el agua.
En uno de sus múltiples viajes a la playa, se encontró con una hermosa casa de madera a la orilla del mar. Estaba pintada de azul con ventanas de madera y persianas blancas. Tenía un montículo de arena y un camino bordeado por postes de madera unidos entre ellos con una cuerda desgastada de tejido duro y rugoso. La puerta principal era de madera blanca; el vidrio, ubicado en la parte superior, estaba dividido en tres. No sabía por qué, pero esa casa le causaba una sensación familiar, era como un magnetismo que le atraía de forma casi irresistible.
Un día, mientras caminaba por la ciudad, tuvo la revelación de que podía
transformarse en una especie de criatura marina que le permitiese sobrevivir bajo el agua.
No era un pensamiento nuevo, pero en esta ocasión tuvo una certeza en su corazón que resultaba casi inexplicable. Caminó el último tramo que le faltaba para llegar a su casa, mientras buscaba distraída las llaves en su bolso, escuchó el pequeño maullido de Omi. Se afanó en abrir la cerradura de la puerta porque sabía que ya era la hora de la cena para su minino.
—Hola —saludó con voz cariñosa al entrar a la pequeña sala.
Omi le observaba con la colita levantada y las pupilas dilatadas. Mientras rebuscaba en la alacena por el recipiente lleno de alimento gatuno, pensó en que debía existir un portal o un camino que uniese la tierra y el mar. Al servir una porción en el plato del gatito, se le ocurrió que quizá su idea no era tan descabellada. El sonido de la lluvia la regresó al presente y al mirar por la ventana, lo supo.
Decidió recostarse después de una cena ligera y un café demasiado cargado. Había tenido una tarde llena de aquellas actividades cotidianas que apagan los pensamientos y que nos hacen divagar en las aspiraciones de nuestro futuro. Se acomodó en la cama y cerró los ojos llenos de cansancio.
***
Empujó la puerta y se encontró con una estancia adornada por muebles blancos de mimbre que contrastaban con las paredes color verde aguamarina. En el centro de la habitación había un restirador y un caballete de madera, ambos salpicados con gotitas de colores y manchas pastosas de lo que parecía ser pintura acrílica o tal vez óleo. Recorrió con sus dedos todas las grietas naturales de aquellos muebles y sintió un deseo irrefrenable de pintar. Si bien se consideraba una mujer artística, no tenía las habilidades asociadas con la creación plástica. O eso creía.
Dirigió sus pasos hacia un armario de plástico transparente que guardaba artículos de arte. Rápidamente sacó un lienzo doble carta color blanco y revolvió hasta encontrar una paleta para colocar pinturas. Después, encontró una cajita en cuyo interior estaban cuidadosamente organizados por color doce frasquitos de pintura acrílica. Tenía todas las tonalidades de azul que necesitaba para hacer justicia al mar en su dibujo.
Colocó todos los materiales en el restirador, lista para comenzar a plasmar la idea de su imaginación: las ventanas al mar que le ayudarían a vivir en el mar por siempre. Levantó el pincel y lo sumergió en el charquito de pintura de su paleta. Se dispuso a trazar nueve ventanas organizadas por tres ventanas de ancho y de alto. Cada una de ellas tenía ligeras diferencias pero compartían el mismo marco blanco.
Había dibujado escenas diferentes del mar: en una ventana podía verse el mar en calma, con pequeños surcos ondeando en la superficie; en otra ventana se observaba el mar revuelto y con pequeñas telarañas formadas de sargazo que se acumulaba en grandes manchas en la arena...
***
Y de vuelta a la realidad
Despertó aún emocionada por el maravilloso sueño que había tenido.
Se levantó de la cama y miró la mesita de noche junto a su cama. Todavía tenía un poco del café de la noche anterior, pero había perdido su color característico; se había tornado azul eléctrico y tenía pequeños destellos dorados como estrellas. Sonrió. Tomó la taza entre sus manos y colocó el residuo dentro de un frasco de vidrio ámbar.
Se preparó para su día y comió una fruta mientras miraba distraída a Omi comiendo sobre el estante de la cocina. Se encontraba feliz de haber encontrado aquello que le permitiría vivir entre la tierra y el mar.
Cinco cuentos. Cinco mujeres. Cinco sueños. ¿En dónde empiezan los sueños y en dónde terminan las pesadillas? ¿Cuál es la diferencia entre la realidad y la imaginación? ¿Qué estás dispuesta a hacer para conseguir tus metas? Ten cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir.
Seis amigas nos reunimos para crear esta colección de cuentos (cinco como escritoras y una como ilustradora). Les invitamos a leerlos y que sigan soñando (o no).
Comments (0)
See all