Prólogo
Tenía apenas seis años cuando mi mamá me enseñó la lección más valiosa de todas. Era agosto, un jueves, según ella me cuenta. La carretera estaba vacía, más allá de unos cuantos camiones, nuestra hora de salida era perfecta para no encontrar tráfico. Mientras mamá conducía yo la miraba desde el asiento trasero, con un gorro demasiado grande para mi cabeza y sosteniendo una foto de ella cargándome en sus brazos frente a nuestra casa, nuestra ex casa ahora.
- ¿Por qué tenemos que mudarnos? – le pregunté mientras examinaba la fotografía.
- Porque tu papá cambio de trabajo, y necesita vivir más cerca de su oficina. – me contestó tranquila.
- Yo no quiero mudarme. – respondí con un poco de miedo.
Mi hermana me había comentado día antes que no expresara mi descontento con la mudanza, decía que eso haría enojar a mis papás.
- ¿Por qué no? – me respondió de la manera más tranquila posible.
Ya relajado, por fin pude continuar.
-Porque mis amigos no estarán allá. – dije con mucha tristeza.
-Pero aquí harás nuevos amigos y conforme crezcas conocerás gente nueva. –
Me quede en silencio mientras miraba a través de la ventana.
- ¿No te emociona eso? Toda la gente nueva que podrás conocer. – agregó intentando romper el silencio.
- ¿Pero por qué tengo que perder los amigos que ya tengo? – contesté desafiante, intentando ocultar el miedo que sentía.
Mi madre, como siempre, tenía la respuesta perfecta para el desastre que era en ese momento.
-Todo cambia hijo. – sus palabras al instante conectaron conmigo.
-Tú, yo. Los lugares que habitamos. –
El auto se detenía pues estábamos cerca de una caseta de cobro.
-Todo eso cambia bastante. Es parte natural de la vida. –
Después de una pausa para pagar la cuota, prosiguió.
-La vida es cambio, todos los días existe un poco de cambio. Hoy no eres la persona que fuiste ayer, así como en diez años no serás la persona que eres hoy. –
En mi cabeza, varias preguntas se formulaban. “¿Qué pasa si el cambio que viene es malo?, ¿Significa que debo cambiar todo en mi vida?, ¿No puedo estar seguro de nada?”. Nunca pude expresar ninguna de estas cuestiones, ella pudo contestarlas incluso antes de que lograra preguntarlas.
-A veces hay cambios que vemos como malos. Por ejemplo, tú ves esta mudanza como algo malo, pero no ves que en algunos años podrás conocer a tu mejor amigo de toda la vida. –
Mientras continuaba, yo veía lo cerca que estábamos de llegar a nuestra nueva casa.
-Los cambios pueden ser difíciles, pueden ponernos tristes, pueden doler. Pero al final de todo, son esos cambios los que nos llevan al amor, a una felicidad aún mayor de la que teníamos antes. –
Mientras la veía ella tomaba un control, abriendo el portón de nuestro nuevo garage. Incluso en ese momento de duda y disgusto, no podía evitar asombrarme por el tamaño de la casa, era más del doble de grande que nuestro antiguo departamento. Mamá se estacionó lentamente intentando no golpear el auto de al lado, el de papá en el que él y mi hermana habían llegado un día antes.
-El cambio nos enseña a sentir orgullo por cada problema que superamos. –
Ella me volteó a ver con su mano extendida, esperando que yo le diera la mano.
-Prométeme que no tendrás miedo Dorian, que no te vas a aferrar. – me dijo mientras le daba la mano.
-Ahora ven, veamos qué hay del otro lado de la puerta. –
Tenía seis años cuando ella me enseñó.
Tengo veintiocho años hoy, en el día que es mi turno de enseñarle esta lección a mi hijo.
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