Capítulo 2
Sistema Dematt.
En el borde del sistema, cerca del puente de salto en el planeta Dema.
-Estamos a medio Parsec de llegar al puente y directo al sistema Deimara. ¿Crees poder aguantar? – pensé en decir justo antes de que ella me interrumpiera.
-No puedo esperar hasta la capital. - sus palabras aceleraron mi corazón a un ritmo francamente peligroso.
Empecé a pensar. Mi cabeza se movía más rápido de lo que mi cuerpo podía reaccionar. El nacimiento de Noah fue considerablemente más fácil.
-Hijo. – le dije a Noah sin voltear a verlo.
Noah miraba al piso, no sé si me ignoraba, o si solo estaba en shock completo. Toqué su hombro para que reaccionara, sin embargo, no recibí respuesta.
-Muy bien. – dije justo antes de soltar un suspiro.
Mi lado Neverender tomo el control en un instante. Parpadee, y un momento después, estaba en mi silla, sosteniendo el timón. Mi hijo en shock en su cama sin nadie que le apoye. Mi esposa en una cama a punto de dar a luz. Ninguno de ellos lo sabe, pero en ese momento, en ese preciso instante, no podía borrar esa tonta sonrisa de mi rostro.
Todo estaba mal, a punto de ponerse peor, y era solo ahí donde podía hacer lo que mejor hago.
Lograr lo imposible.
Estábamos a medio parsec del puerto, pero, estábamos a solo quinientos clicks de distancia del planeta Dema. Así que, hice lo que todo padre que intenta verse como si supiera lo que hace haría. Metí reversa.
La llegada fue rápida, aterricé en el puerto de la bahía médica. El descenso fue rápido puesto que la nave pertenece a un miembro de la familia real, dos en realidad si contamos a mi hijo.
Arana fue ingresada a la bahía y algunos médicos asistieron a Noah, el rápidamente pudo reincorporarse.
Yo esperaba, sentado en la entrada de la bahía, esperando noticias de Arana. Viéndolo en retrospectiva, le fallé a Noah ese día, puesto que puse todo lo demás antes que a él por un momento.
-Tu eres ese ¿verdad? – escuché que una voz me decía. Al voltear, vi que se trataba de un viejo lugareño.
-Disculpe, la verdad no entiendo su pregunta. – le dije mientras me levantaba para conversar con él.
- ¿Qué, acaso no funciona? – preguntó mientras señalaba su paladar.
-Su traductor está bien. Sólo no entendí a que se refiere con “ese”. – le contesté gentilmente.
-Ese. El hombre de la Tierra. – me contestó alegre.
-Oh. Sí, soy yo. –
Se quedó ahí, mirándome por unos segundos.
-No me recuerdas ¿verdad? – me pregunto de forma seca.
Abrí los ojos de golpe, volteé a verlo sumamente apenado.
-No. Lo lamento, no te recuerdo. Quizás si me dices tu nombre. – pausé un momento para ver si me lo decía.
El se quedo en silencio, me miró de arriba abajo.
-Oh. Quizás te confundí con el otro sujeto. –
¿Otro sujeto? ¿Tan lejos de la Tierra? En estos doce años nunca he visto a otro terrícola en un planeta del borde interior de la galaxia.
Antes de que pudiera preguntarle, una mujer salió, buscando al viejo.
Su nombre era Erek’a. La primera hija del viejo, una de seis. Ella, a diferencia de su padre, si me reconoció de forma correcta.
- ¿Tú eres Neverender, cierto? – la emoción en sus palabras me saco una pequeña sonrisa.
-Dorian. – dije mientras extendía mi mano para saludarla adecuadamente.
Ella y su padre se sentaron a mi lado, me explicaron que su visita a la bahía era por causa de su hermano, quien perdió su brazo en un accidente la semana anterior. Su nombre era Erek’d, el cuarto hermano.
-Y a ti ¿Qué te trae por aquí? – me pregunto Erek’a.
-Mi esposa, Arana, está dando a luz a nuestro segundo hijo. –
-Jeh. Aún recuerdo cuando Erek’a nació. Estaba lloviendo, mi esposa, Mara la acompañe, resbaló de camino para acá. Es un milagro que todo saliera bien en ese momento. –
Después de eso, el viejo abrazó a su hija. Al verlos juntos, mi corazón se sintió abrigado. Estaba listo para recibir ya al nuevo miembro de mi familia. Sin embargo, no podía recibirlo yo solo.
Me despedí de ambos, me dirigí de nuevo a mi nave y tomé mi celular. Aquel celular terrestre que tenía conmigo desde aquel momento que abandone la Tierra.
Me acerqué al cuarto de Noah, con aquel teléfono en la mano.
-Toc toc. – dije mientras tocaba su puerta.
Rápidamente entre y me senté a su lado.
- ¿Qué es eso? – me preguntó intrigado por el celular.
-Es un viejo aparato, de allá de donde vengo. En la Tierra, se llama celular. Servía para comunicarse, como los transmisores que normalmente usamos, pero limitados a la Tierra únicamente. Tenía acceso a la red local del planeta, esa era la función que yo más usaba.
Después de decirle eso, entre a la aplicación de música donde encontré la única canción descargada.
La música empezó a sonar, después de doce años sin haberla escuchado, la canción me movió completamente. La música en la tierra, de verdad era única.
- ¿Ese es el inglés de tu mundo? – me preguntó mientras entrecerraba los ojos. Me imagino que le costaba trabajo entender la letra.
Asentí, le mostré el teléfono con la imagen de la canción y su título.
-Everybody…- comenzó a leer.
-Wants to rule the world. – agregué, emocionado de compartir esta canción con él.
Noah comenzó a bailar, a su modo, al ritmo de la música. Mientras esperaba a que terminara, el se maravillo por la gran cantidad de cambios de tono.
-Veo que te gustó la canción. – dije mientras el asentía feliz.
-La verdad es que te la mostré por una razón hijo. Necesitaba enseñarte algo. –
De mi bolsillo, saqué un zapato pequeño, el primer zapato que Noah usó en toda su vida. Mientras le explicaba sobre el zapato, el me miraba atento.
-Necesito que entiendas, hoy más que nunca, que nuestro amor por ti jamás será menos que lo que te amamos ahora. Por el contrario, cada día de tu vida que pase, nosotros, tu mamá y yo, te amaremos aún más que el día anterior. – mientras decía eso, me acercaba a él, listo para cargarlo.
- ¿Cómo se va a llamar mi hermano? – me preguntó, genuinamente curioso.
-No lo sé hijo, esta vez le toca a tu madre elegir el nombre. A mi me tocó la vez anterior. –
- ¿Por qué me llamo Noah? – me preguntó confundido.
-Es una vieja historia allá en la Tierra. Simboliza un nuevo comienzo. –
Mientras caminábamos juntos a la bahía, Noah me pidió si podía volver a poner la canción. Obviamente, con toda la alegría que cabía en mi corazón, accedí.
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