—Este informe es una desgracia, ¿Cómo es posible que aún no aprendas a hacerlos bien? ¡Corrígelos! La junta es mañana por la mañana.
Me arroja los papeles, tengo que agacharme a recogerlos mientras asiento con la cabeza, no me atrevo a mirar al arquitecto Julián. Nadie lo hace, sus ojos son dagas que te atravesarán a la menor provocación. No importa si hoy es mi cumpleaños o si mi madre enferma, si el arquitecto necesita los papeles para mañana por la mañana, yo me quedaré aquí hasta terminarlos. Así sea en la madrugada.
He trabajado en esta oficina de arquitectos durante cinco años. Ni un solo día he dejado de pensar en renunciar. Por supuesto, no me atrevo, solo de imaginarme otra vez mendingando por un trabajo como en mis días de recién egresada ahora que tengo las deudas hasta el cuello, sudor frío me baja por la columna.
—¿Qué me ves, Marcos? —digo cuando el arquitecto se ha ido, Marcos me mira detrás de su largo flequillo y sus gruesos lentes—. Tráeme los planos del proyecto del Hotel Urano. ¡Rápido!
Él mueve la cabeza en respuesta y se tropieza al levantarse de su escritorio, si usara ropa de su talla eso no le pasaría con tanta frecuencia. No sé por qué lo hace ni me interesa. Marcos es uno de los directores de proyecto, el pobre está en el fondo de la cadena de depredadores que es este lugar. Con su cabello oscuro demasiado largo para un despacho del prestigio del nuestro, con su desgarbado porte que en vez de demostrar su preparación lo hacen pasar por el chico de los mandados. Ni siquiera aparenta su edad. No puedo hacer nada por él, cada uno ve cómo salir del puesto de mierda que tiene y mientras no seamos el arquitecto Julián o el jefe de contadores Erik, pasaremos por encima de quien sea.
Algunos, como yo, que no planeamos permanecer más tiempo aquí, echamos nuestros complejos sobre otras personas, Marcos fue elegido en un acuerdo silencioso que todos respetamos. No es por su puesto, en el organigrama de la empresa, Marcos tiene un cargo superior al mío y al de muchos otros que se encorvan sobre sus escritorios. Tampoco es por su aspecto físico, aunque arreglarse un poco le haría muy bien, es por su actitud, porque baja los ojos cuando alguno de nosotros sube la voz. Porque a todo contesta con un sí sumiso.
Me enerva. Detesto su actitud agachona. Me recuerda a mí misma, no lo soporto.
—A-aquí están —dice entregándome los planos, se los arrebato y los coloco en mi mesa.
—¿Esperas una invitación para retirarte? —Muevo la mano para despacharlo. Él me obedece, una sensación incómoda en la nuca me hace girar. Mi jefe me mira recargado en el marco de la puerta de su oficina.
No puedo pasar saliva, sus labios apretados parece que se abrirán para reprenderme, me señalo a mí misma, esperando que me mire por razones distintas a las laborales o a mi incompetencia.
—¡Marcos! —grita otro de los arquitectos en el lado opuesto de la sala común donde los empleados tenemos nuestros cubículos—. ¿Dónde está lo que te pedí? ¿Hablo en chino o qué?
Por inercia ambos, Julián y yo, miramos en esa dirección, Marcos corre de un lado a otro buscando el encargo, yo frunzo el ceño. Si tan solo Marcos dijera que no de vez en cuando, no abusaríamos tanto de él. Cuando mis ojos regresan a mi jefe este tiene un lado de su boca apenas levantado. El corazón me da un vuelco, nunca lo había atrapado con algo parecido a una sonrisa. Seguí sus ojos y lo descubrí mirando al chico de cabello negro.
Volví a mi trabajo con una sensación extraña en mi pecho, esa que se anida cuando estás viendo un cuadro y no acabas de comprender la escena. Reviso el reloj y decido apartar el pensamiento, si sigo así caerá la noche sin que yo tenga el informe.
***
—Adelante—dice mi jefe cuando toco la puerta.
Su despacho es hermoso, la luz entra a sus espaldas por los ventanales, se filtra entre las persianas. Es como si un cuadro de líneas verticales enmarcara a Julián. Extiendo el informe con los cambios, no puedo respirar.
Sus ojos cafés claros brillan más con la luz, su cabello corto siempre presentable con apenas el fijador necesario para mantenerlo quieto. Es un castaño oscuro, un poco ondulado. Nunca frunce el ceño por lo que su frente es un lienzo sin arrugar, a pesar de que está llegando a los treinta y cinco.
Aun con la ausencia de gesticulaciones, sus facciones cuadradas y sus labios delgados que son inmutables a moverse, le dan un aspecto de distancia. «No quiero que te acerques» grita su porte cuando se pone en pie y sus hombros se cuadran en una línea perfecta.
—Sigue dando pena. Has omitido datos relevantes y agregado la basura —dice con su voz grave, sin variaciones de tono—. No presentaré esto mañana.
—¿Puede ser más específico?
Él levanta ambas cejas y cierra los ojos, como si estuviera agotando su paciencia.
—Revíselos, si no es capaz de verlos es que no es apta para el puesto que tiene.
Me encojo, tomo el informe y hago el intento de sentarme para checarlo bajo su supervisión, no quiero quedarme aquí hasta la madrugada. Antes de que mi culo toque el asiento, la puerta se abre con una fuerza innecesaria. El contador Erik se adueña del despacho con sus pasos firmes y su sonrisa seductora, no me mira. Claro que no. Me aparto sin saber qué hacer, busco con los ojos a mi jefe, pero él ni recuerda que estoy allí. Retrocedo hasta la pared lateral, me quedo petrificada junto al armario de metal que me saca tres cabezas. Ahí me atrinchero.
—¿Otra vez trabajando hasta el agotamiento, guapo?
Erik se sienta sobre el escritorio, Julián inhala como si doliera y quita los papeles arrugados por el trasero del contador.
—¿Otra vez abandonando tus obligaciones?
El contador Erik es el hombre más popular de toda la empresa, su sonrisa está estampada en su cara como una mueca perfecta. Cuando posa tus ojos en ti, sientes que eres lo único en el Universo y que ese hombre te elevará al cielo si solo te entregas. La mayoría de mujeres lo tenemos como el hombre de nuestras fantasías, suele ser el protagonista de nuestros cuchicheos en el baño de damas.
—Cualquier cosa es menos importante que tú. —Erik lo toma por el mentón y lo hace mirarlo, mi jefe continúa sin expresividad—. ¿Has pensado en mi propuesta?
Erik se inclina demasiado, lo veo acercarse hasta que la punta de su nariz toca la de mi jefe. Julián suspira y niega, Erik tuerce el gesto. Es la primera vez que lo veo sin su máscara de galán. Contengo la respiración para que sigan olvidando mi existencia, estoy mirando algo que no debería. De todas formas, no quiero irme.
—Preferiría que volvieras a tu departamento.
El contador bufa, se levanta e intenta acercarse, Julián desliza su silla hacia atrás. Erick se revuelve su cabellera rubia, exasperado. Lo arrincona contra las ventanas, mete su rodilla entre sus piernas, Julián pone recta su espalda, salvando su entrepierna de la rodilla ajena. Entonces el clic de la puerta hace que los tres miremos a Marcos que carga con una taza de, lo que asumo, es café. Mira la escena, fijo, sin siquiera intentar disimularlo.
—L-Lo que me pidió, contador.
Mi jefe aprieta los párpados, aparece una arruga en su ceño, creo que él también la siente porque se pasa los dedos por ella, como intentando disolverla. Empuja a Erik. Marcos es casi de la misma altura que Erik, los demás lo notaríamos si el director no mirara tanto el suelo y se parase más derecho. El pelinegro extiende su brazo con la taza, no hace el amago de acercarse, de alguna forma obliga al contador a ser quien avance. Erik lo hace, toma la taza, le da un trago y de inmediato crispa sus cejas.
—Te pedí un café caliente. —Erik vuelve a dar un trago, niega y, ante mi mirada atónita, Erik regresa el líquido a la taza. Luego la extiende en dirección a Marcos—. ¿Por qué rayos trabajas aquí si no puedes hacer nada bien? ¡Deberías tomarte esto tú!
Marcos intenta alcanzar el café, Erik sonríe con malicia y parece que va a soltar la taza, entonces mi jefe se la quita de la mano, yo ya podía escuchar la taza haciéndose pedazos contra el suelo. Julián se lleva el filo de la porcelana a los labios, se bebe el negro brebaje de un trago, algunas gotas oscuras resbalan por la comisura de sus labios y hacen un camino hasta la base de su cuello donde la corbata se anuda.
—Suficiente caliente para mí, Marcos.
Mi jefe tiene los labios rojos, hinchados. Su voz hace una inflexión ronca que no sé si se debe al café o a algo más.
El pecho de Erick se expande y se queda estático, reteniendo el aire. Marcos no toma la taza, esta se despedaza con un sonido que hace eco y aunque no puedo ver su semblante por el flequillo, sí que noto que tiene las manos hechas puños. Los nudillos blancos.
—Recógelo—indica Erik.
—Seguro que sí—responde Marcos que se arrodilla y levanta los trozos más grandes de porcelana.
—¿Por qué sigues aquí? —La voz de Julián ahora sí tiene un matiz de sorpresa e indignación, yo jalo aire en rápidos intervalos. Me siento atrapada en medio de un crimen. Él me clava las dagas de sus ojos—. Vete a arreglar eso.
Corro fuera del despacho, siento la cara arder y me escondo en mi cubículo para terminar mi trabajo. No puedo dejar de mirar la puerta del despacho, intentando encontrar la pieza que me falta para entender lo que sucedió ahí dentro.
Erik sale primero, avanza hasta el final del pasillo donde las escaleras conectan con su respectivo piso. Se queda parado con el semblante pellizcado y rojo, sé que no soy la única que lo mira. Todos en el departamento estamos extrañados, solo yo tengo un panorama más amplio.
Eso me hace sentir importante y aún más curiosa.
Marcos sale un momento después, se sienta en su oficina y Erik, como poseído por algo más fuerte que su status en la empresa, golpea con las palmas el escritorio.
—Aprovecha, solo eres una novedad pasajera.
—Pfft, —escucho esa mueca de burla, aunque me cuesta procesar la voz de Marcos—. Se nota que no has entendido nada.
Apenas puedo ver la sonrisa de Marcos, sus labios se curvan de un solo lado, hay burla en su tono de voz y la sorpresa hunde mi estómago.
Erik enrojece y da largas zancadas hasta bajar las escaleras, observo a Marcos, ha vuelto a ser el chico con la mirada gacha y la voz apenas audible. ¿Qué pasó tras esa puerta?
…
Como era de esperarse, la noche me sorprende terminando el informe. No creo haber hecho mi mejor trabajo, mi cabeza ha estado distraída con el encuentro de esta tarde. Sin que yo se lo pidiera comenzó a diseñar escenarios cada uno más bizarro que el anterior.
¿Y si Erik y el jefe tuvieron una aventura?
Todas sabemos que el contador está casado, por eso es el hombre de nuestros sueños imposibles y aunque coqueto, nunca se ha sabido de un escándalo en la oficina con alguna mujer. Me muerdo los labios. Puede que sea porque las mujeres nunca hemos sido su objetivo.
Contrario a él, de mi jefe sabemos poco. No es un hombre abierto a charlas personales, la ausencia de anillo en su dedo nos indica que no es casado, el tiempo que pasa en la oficina como si fuera su hogar nos hace creer que no tiene pareja. Nadie en casa.
Pongo a punto mi informe, examino el piso solo para darme cuenta que por primera vez en cinco años soy la última en irse. Incluso en los días que he salido más tarde, Marcos sigue sobre su escritorio, reponiendo el tiempo perdido en los mandados ajenos. Es como si tuviera dos trabajos. Pero hoy ya no está.
Genial. Así de incompetente he sido este día.
Me fijo debajo de la puerta de mi jefe, aún se percibe el color azul de las lámparas especiales que el diseñador de interiores colocó para temas de «concentración». El arquitecto Julián sigue aquí. No creo que le moleste revisarme los papeles.
Con lo perfeccionista que es, verme tan comprometida con su informe puede darme puntos extras con él. Si se aprendiera mi nombre esa sería una recompensa suficiente, estoy harta de ser llamada «tú» «hey, chica». Tengo un nombre arquitecto. ¡Por lo menos pronúncielo mal!
Toco la puerta un par de veces, demasiado suave tal vez, al no obtener respuesta pongo mi oreja sobre la madera. Ningún ruido. Abro despacio «disculpe» digo, tan bajito que solo yo me escucho. No parece haber nadie dentro, me acerco a su escritorio buscando alguna pista de la misteriosa vida de mi jefe, entonces escucho voces desde el exterior.
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