Es puro reflejo con una pizca de curiosidad, corro hasta encerrarme en el alto armario metálico de la oficina, ese que está en la pared lateral. Piso algunos papeles y aparto un saco ¡Maldita sea! ¿Qué estoy haciendo? Me quedo quieta, con el corazón en la mano.
—¡No! No hice nada malo.
Esa es la voz de Julián, gruñe de forma lastimera.
—¿Nada malo? —dice la otra persona de la que no estoy segura de distinguir su voz. Un golpe contra el estante de metal me obliga a taparme la boca. Si me atrapan estaré despedida—. Erik intentó tocar lo que es mío.
—Intentó —dice Julián, el alma abandona mi cuerpo. Es la voz de Marcos, me acerco a las rendijas de la puerta. La espalda de mi jefe está contra el mueble y Marcos lo tiene sujeto del cabello, los lentes siguen en su lugar, el barítono de su voz es una orden—. Yo no lo provoqué ni respondí a sus insinuaciones.
—¿Y crees que eso te quita responsabilidad? —Marcos lo obliga a ladear la cabeza, la imagen me sorprende, muerde sus labios, Julián gime, bajito, ahogado. El sonido inconfundible de chupar me provoca un recorrido de frío sudor. Lo veo sacar su lengua y deslizarla por el mentón de mi jefe. Como si limpiara la saliva que escurre por la comisura de sus labios. Y entonces introduce su lengua, la imagen de perfil me dejar verla de cerca: es carnosa, «dura» dice mi cabeza, por la fuerza con la que la veo entrar y salir de su cavidad—. Voy a tener que castigarte otra vez.
—N-No, por…
Julián recibe la lengua de nuevo, no puede hablar. Es como si Marcos estuviera cogiéndose su boca.
—Tienes que hacerte responsable, Julián. —Marcos se quita los lentes, los acomoda en donde va la corbata de Julián, lo veo deslizar la tela por detrás del cuello de su camisa—. Tú eres el que me tiene con este atuendo solo para que nadie más me vea.
—No me gusta, solo yo puedo mirarte.
Mi cerebro no puede procesar la información, Marcos no es alguien en quien alguien se fijaría. ¿Por qué esconderlo?
—Bueno, ese tipo de privilegios conllevan un pago, anda. —Marcos lo toma por el saco y lo obliga a inclinarse de pecho sobre el escritorio. Si hubiera una oportunidad para salir de aquí, no la tomaría por nada—. Es momento de cobrarme.
Marcos usa la corbata para atar las muñecas de Julián a su espalda.
—De rodillas —indica con la voz rasposa. Su tono no es agresivo, aun así, la orden me recorre la columna, me obliga a hincarme. Julián lo hace también, mira hacia arriba con una devoción de anhelo—. Abre la boca, tengo que limpiarte por dentro.
Marcos se echa el cabello hacia atrás, no puedo ver su rostro, lo que sí que veo es cuando baja sus manos y saca su erecto pene de su pantalón. Jadeo. Julián pega la punta de su nariz al glande, el miembro de Marcos sigue un poco dormido, hasta que Julián da un tímido lengüetazo, ahí el pene se hincha de sangre.
—Chupa —ordena.
Julián asiente, yo tengo que abrir la puerta del mueble con el miedo corriendo por mis venas. Necesito ver más. Mi jefe empieza dando tímidos besos en la punta, se lame los labios como si aquél miembro fuera su cosa favorita en el mundo.
Por su cara es posible que lo sea. Se enrosca en la punta de su pene, luego lame toda la longitud, desde la base hasta el glande, con esas mañas de experto, con sonidos pornográficos. Hay exceso de saliva, veo gotas que escurren por su mentón y otras que manchan el suelo. Marcos no respira, su cabeza se va hacia atrás, rendido al placer.
Mi corazón late en mi garganta, nunca he visto a dos hombres teniendo relaciones. Ni siquiera en pornografía. Hay una esencia salvaje y animal que dilata mis poros. Me siento incorrecta en ese lugar, escondida
—Esto no es un castigo si lo disfrutas, Julián.
Marcos se retira la playera, me muerdo el labio para no dejar salir mi sorpresa. Su cuerpo está tonificado, debajo de su horrible atuendo se esconden unos brazos definidos y una piel morena que, a la luz azul de la habitación, parecen arder. Sus omóplatos se marcan cuando jala a Julián del cabello. Marcos empuja su cadera, la respiración de Julián se vuelve nasal y húmeda, su manzana de adán tiembla mientras su cabeza va y viene sobre la entrepierna ajena.
Marcos jadea, entre mis piernas mi clítoris palpita. Aprieto mis muslos, intento apartar la mirada; no sirve, mi jefe hace un ruido imposible de ignorar, un ruido viscoso, placentero y lleno de gemidos ahogados. Mi garganta está seca, tengo una sed que no podré calmar con nada.
—Ni una gota desperdiciada, Julián.
La curiosidad puede conmigo, me asomo para ver a mi perfecto jefe con los ojos llorosos, el cuello enrojecido por el esfuerzo, su mandíbula apretada succionando el falo de Marcos. El agarre del director se ensaña, puedo sentir sus uñas enterrarse en el cuero cabelludo.
Sé que Marcos se viene, algunas lágrimas se escapan de los ojos de Julián, veo su garganta tragar de forma obscena. Acostumbrada. Entrenada. El director acaricia su mejilla con un gruñido de satisfacción.
—Bien hecho, ahora te puedo recompensar. —Marcos pone el dedo índice debajo de su mentón, lo mueve hacia arriba y Julián se levanta, hipnotizado—. Siempre que no vuelvas a hacerlo. ¿Entiendes?
Julián asiente, sumiso. Marcos lo empuja contra el escritorio, con su antebrazo arroja al suelo las carpetas, las plumas, el teléfono. Caen de forma aparatosa. Mis muslos se aprietan otra vez, mi mano acaricia mi pierna quiero dejar de hacerlo, pero me estoy sofocando en ese espacio, no consigo respirar bien. Me froto contra mis piernas y no basta. Necesito más, escucho el tintineo de una hebilla y el deslizar del cuero de un cinturón.
Miro de nuevo. Los pantalones negros, siempre pulcros de Julián ahora se ajan en sus tobillos, su verga se alza punzante, roja y dolorosa. No resisto, mi falda se va subiendo, invitándome a dar alivio.
Marcos se va deshaciendo del saco y la camisa que se quedan a medio ir por el nudo de sus muñecas. Mi jefe tiene los hombros anchos, su espalda y sus piernas ahora están sobre el amplio escritorio. Muslos compactos, ásperos y masculinos, Marcos también se deleita de la vista, Julián aparta los ojos, intenta cubrirse. Marcos se ríe, no lo deja, con una mano sostiene entre sus dedos los de Julián. Y su mano libre juega, su dedo índice pasa por la cabeza del pene goteante de mi jefe. Marcos se inclina y muerde un pezón, el cuerpo de Julián se retuerce.
Gimo, yo misma no puedo evitar subir la falda hasta mis caderas, sigo hincada, las rodillas me arden, nada se compara con mi vulva que se dilata con la imagen, presiono con mi dedo la humedad de mi ropa interior.
—Marcos, ya, por favor. —Julián intenta levantarse, Marcos lo presiona contra la madera. Quiero verlo, quiero saber qué cara hace ante los gimoteos del hombre, su tono de súplica y ansia viva—. Te lo ruego.
Los dedos de Marcos se meten en la boca de Julián, niega con la cabeza. Julián saliva, chupa sus dedos como a una paleta de caramelo macizo. El director se deshace de sus jeans, se deslizan hasta el suelo, él los patea lejos.
Nunca vi un trasero tan firme y carnoso al mismo tiempo.
—No sé si te he castigado lo suficiente.
Los dedos mojados y escurridizos se introducen entre los glúteos de Marcos, quien, apoyado con los pies en el suelo y el torso sobre el arquitecto, frota su ano. Quiero mirar mejor, la palma de mi mano frota por encima de la ropa mi vulva.
—¿Qué te quejas? —gruñe Julián, forcejeando— ¡Eres el dueño de todo esto! Ni siquiera tienes que trabajar.
Marcos sonríe, gime cuando sus dedos juguetean con su entrada, el rostro de Julián se desencaja, aprieta los dientes intentando levantarse y mirar mejor, quiere tocarlo. Sus manos se retuercen entre la corbata y su espalda. Lo mejor es que se rinda, está a merced del director, quien sabe cuánto tiempo lleve bajo su dominación.
Todos hemos estado bailando en la palma de su mano, él se divierte con nosotros.
—Me quedo aquí porque tú no me quitas los ojos de encima, me quieres en tu radar. ¿No es así, mi señor?
—Te quiero encima de mí.
—Aún no, necesito lubricarme.
Marcos se aparta del cuerpo de Julián, camina hacia el mueble de metal, lo veo en su completa desnudez y extensión. Me lamo los labios, el jefe es un bastardo egoísta que disfruta de privarnos de tremenda vista. Marcos echa su cabello hacia atrás, sigue avanzando y entonces la verdad me golpea, como una cachetada en medio de un sueño.
No consigo reaccionar, mi cabeza no puede procesar ni una excusa ni una acción concreta. La puerta de metal cruje cuando es abierta.
Marcos levanta ambas cejas, sus ojos son de un negro profundo, están empañados por deseo crudo. Sonríe de medio lado cuando nota donde está mi mano. Boqueo, hay un agujero en mi estómago por el pánico. La sangre arde por todo mi rostro.
«Disfrútalo» susurra.
—¿Mmm? —mi jefe gime desde su escritorio.
—Lo tengo —contesta Marcos tomando algo de la repisa que está sobre mi cabeza, luego se aleja y deja medio abierta la puerta.
La emoción de ser descubierta me estremece desde la punta de la cabeza hasta los dedos de los pies, mi mano se desliza por debajo del resorte de mi braga. Presiono mi clítoris, está hinchado, sobresaliendo entre mis labios mojados. Me exige que lo frote, que alivie su necesidad.
Veo el miembro de mi jefe, punza de la misma forma que mi vulva, sus ojos vidriosos de placer no se apartan de Marcos que juguetea con su ano, que gime y se retuerce sentado a horcajadas sobre Julián. Lo está torturando, Julián sigue suplicando. Yo lo haría si tuviera voz en este encuentro. Se estaca, se entierra y la venosa verga de Julián desaparece en el agujero de Marcos. Goteo, me imagino lo apretado que debe ser ese agujero. Lo hambriento que está. Julián maldice al cielo, Marcos apoya sus rodillas en el escritorio y levanta sus nalgas, saca el falo hasta la punta, luego vuelve a sentarse sobre él.
Julián se estremece, Marco gime divertido, estacándose con más fuerza, gira su rostro un momento y me mira. Sé que nuestros ojos se encuentran, luego regresa a su trabajo.
—Podría despedir a Erik, lo sabes. Podría decirle quién y cómo soy.
—¡No! —gime Julián—. Te querrá para él. No, eres mío.
—Lo soy. La próxima vez que el pendejo de Erik entre aquí ¿Qué harás? —Julián grita de placer, el vaivén de caderas, la forma en que lo monta. Ante el silencio Marcos se detiene en seco, Julián abre los ojos asustado, su pecho sube y baja arrítmico—. Dime ¿Qué tienes que hacer?
—Le mostraré una marca, tú marca.
—Bien dicho. —Entonces Marcos pone su boca en el cuello de Julián, este se arquea, grita y gime, todo mezclado. Dolor y placer—. Ahora dame duro.
—Desátame, déjame tocarte.
Marcos hecha la cabeza hacia atrás, apoya sus manos en las piernas de Julián, sus caderas ondean. Son el movimiento de un mar, calmado y rítmico. De pronto salvaje y frenético, violento y desesperado.
—No, hoy no.
Yo trazo círculos sobre mi clítoris, sangre caliente me circula por las venas, un recorrido eléctrico por mi cuerpo hace que mis piernas y mi pubis tiemblen. Me muerdo los labios, Marcos aumenta la fricción, el «así, Marcos, así. más» de mi jefe me nublan el sentido. Acaricio mis pechos, mis pezones duelen de los duros que están.
—Lléname —ordena Marcos.
Sus palabras se meten en mis oídos, mi lubricación desliza mis dedos dentro, quiero soportarlo más, pero no puedo. Es tan húmedo y grande lo que entra en el estrecho ano de Marcos que la habitación se llena del chapoteo y de sus caderas y nalgas golpeando la pelvis de mi jefe. Mi sangre hierve, me muerdo los labios, mi cadera se mueve hacia adelante y atrás. Quiero frotarme en alguien, quiero acércame y mirar mejor, quiero más, entonces llego al clímax.
En la nube de mi orgasmo escucho que Julián maldice, los gritos de Marcos se elevan, el chirriar del escritorio, el crujir de la madera. Miro entre la bruma de mi placer, Julián aprieta el semblante, se muerde los labios, endereza el torso para deleitarse con la vista de su verga que entra y sale.
—¡Estás apretando demasiado!
Marcos se viene primero, su semen salpica el abdomen del arquitecto, sus caderas siguen moviéndose, Julián jadea, ya no puede hablar.
—¡Suéltalo!
Vuelve a imperar, Julián obedece, se arquea al venirse, la mesa traquetea debajo suyo. Marcos se frota encima.
—Me encanta sentir como punza dentro mío —confiesa y se tumba sobre el pecho agitado de Julián. El arquitecto se endereza y deposita un beso en la frente brillosa de Marcos, sin dificultad deshace el nudo de sus muñecas y con delicadeza baja el flequillo oscuro del director. Marcos ladea el rostro y lo besa también. Noto el hematoma que va creciendo en el cuello de mi jefe. Quiero ver la cara frustrada del contador mañana, la risa triunfal escondida de Marcos y el intento de Julián de no demostrar nada cuando por dentro se está muriendo de gusto.
Por primera vez en cinco años pienso que mi renuncia puede esperar un poco más.
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