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Del Baile al Murmullo | Español

1-2

1-2

Jun 19, 2022

Elección n. 

Nosotros éramos tres. Siempre tres. Habíamos encontrado la felicidad de la mano de otras dos personas que nos ayudaban a construirnos y hacernos mejores personas. 

Un día, ustedes decidieron que ya no podíamos ser tres. 

Aún ahora, intento descubrir en qué momento comenzaron los problemas. La realidad es que ustedes ya no podían ser tres, ya no querían ser tres... Ni siquiera podían ser dos.  

Entonces me hicieron elegir. Si no podíamos ser tres, podíamos ser dos y uno, o tres unos. Todo estaba en mis manos. Debía elegir con quién quería estar, quién me ayudaba a ser una mejor persona. 

Entonces te elegí. Te elegiría mil veces si tuviera que hacerlo.  

No porque te quisiera más, no porque seas mejor, no porque vayamos a estar juntos más tiempo. Ni siquiera porque crea que somos más compatibles, o porque ocupes un lugar más importante en mi vida. 

Porque me haces feliz. Me haces bien. Me apoyas y me impulsas en mis planes y sueños. Me obligas a ser una mejor persona. Y al final, mi elección siempre soy yo. Y tú, porque me ayudas a ser una mejor versión de mí misma. 

Especialidad n. 

Aquella reunión con amigos había surgido como idea en el aire después de una semana llena de estrés y tensión. Sin embargo, aunque el estrés había desaparecido, la idea seguía viva en mi mente, esperando al momento para cobrar vida. 

De una manera u otra, logré conjuntar a mis cuatro personas más importantes con una de tus personas más importantes, y cobijarnos en aquella sala en la que la música sonaba estruendosa y el alcohol corría a raudales. 

Después de algunas copas de vino y botellas de cerveza, y la satisfacción de saberme acompañada por personas que me quieren más de lo que a veces yo me quiero, terminamos en la pista de baile. El mundo a mí alrededor daba vueltas, y lo único que me impedía ir a sentarme era tu mano entrelazada con la mía, que me decía que ansiabas por esto. 

La música comenzó a sonar, y mi cabeza no sabía que debíamos hacer. Tu encendido sentir llegó por corrientes eléctricas a mis dedos. “¡Es nuestra especialidad!” gritaste emocionado, antes de tomar mis manos y comenzar a dirigir aquel baile que, en mi cabeza, seguía sin tener sentido. 

Mi cuerpo y mi cabeza estaban desconectados; mi cuerpo se movía al ritmo del tuyo, guiado por tus manos que se encargaban de que mis pies no me tiraran, mientras que mi cabeza trataba de comprender en qué momento, “tú y yo” se había transformado en un “nosotros”. 

Esperanza n. 

“¿Te imaginas que llegara a tu vida alguien que te hiciera olvidarte de él?” 

Cuando mi mejor amiga me dijo esto, tuve una revelación de dos partes. 

La primera, que aparentemente, los sentimientos que tanto quería negar, eran igual de evidentes para el resto de la humanidad como para mí. 

La segunda, que sin importar cuanta esperanza tuviera en que sus palabras se hicieran realidad, mi corazón aún mantenía un poco de esperanza, de que tú fueras quien me hiciera olvidarme de ti. 

Felicidad n. 

En mi mundo, la honestidad va de la mano de la felicidad. El único camino para la felicidad es la honestidad, y la felicidad siempre irá de la mano de la honestidad. 

Por eso, cuando estoy feliz, digo la verdad.  

No es que oculte la verdad, sino que en mis momentos de extrema felicidad soy totalmente honesta sobre cosas que, de otra forma, no me atrevería a decir. 

Aquella noche había sido mágica, pues terminé inmersa en un torbellino de emociones positivas que me habían hecho saltar, cantar y bailar de felicidad, como si el mundo no se fuera a acabar. 

Las personas que más quiero estaban a mi lado, divirtiéndose conmigo, como tenía mucho que no lo hacíamos. Mi corazón saltaba dentro de mi pecho, señal inequívoca de que las cosas estaban mejor que bien, mejor que perfectas.  

Ni en mis más remotos sueños habría imaginado una noche tan increíble. Entonces, en mi aura de felicidad, decidí ser honesta. Con todos, con todo, contigo. 

Fue mi corazón –y no mi cabeza- quién habló, y te dijo mi mayor secreto, el que había protegido ferozmente por casi cuatro años.  

Te dijo todo lo que sentía por ti, te dijo cuán feliz me haces, te dijo que mi vida no sería igual sino te hubiese conocido, te dijo que tu sonrisa es lo que hace que mi corazón se acelere y se detenga al mismo tiempo. 

Te dijo todo. Porque era mi felicidad la que hablaba, y cuando habla mi felicidad, lo hace con total honestidad.  

Francia n. 

Perdí dos personas ante el país de los croissants y Degás. 

Jamás creí que serías la tercera. 

Futuro n. 

En veinte años te volveré a encontrar. 

Más maduros, más experimentados. Con más tristezas y alegrías acumuladas por las distancias y los años que nos separaron. 

Me preguntarás si te quise como a nadie. 

Y te diré que sabes la respuesta. No es necesario enunciarla. 

Me preguntarás si aún te quiero como a nadie. 

Y mi silencio te dirá todo lo que necesitarás saber.  

Hablar v. 

“Algún día tendremos que hablar de lo que pasó ese fin de semana” me dijiste una cálida mañana de junio, mientras caminábamos por una de las principales avenidas de la ciudad. 

“Sí, algún día…” respondí antes de cambiar el tema al museo que acababa de visitar. 

No es porque no quisiera hablar de eso.  

Es que no había nada que hablar. Era muy sencillo. 

Ese fin de semana yo me terminé de enamorar; intensa, apasionada y locamente de ti.  

Tú no sentías lo mismo. 

Mi corazón fue el que se rompió. 

¿Ves por qué no había de qué hablar? 

Mentir v. 

“No” fue mi respuesta cuando tu mejor amigo me preguntó si me gustabas. 

“Te gusta”. No fue una pregunta, ni una duda. Fue una afirmación. 

No respondí nada. ¿Bajo qué tipo de circunstancias no me gustarías?  

Miércoles n. 

La primera vez que te vi no fue miércoles: fue un viernes, en medio de una reunión del grupo de debate, defendiendo ideas que ahora sé que no apoyas, pero que en ese momento me parecían una verdad absoluta.  

La primera vez que noté tu presencia con cuidado no fue un miércoles, fue un martes mientras hablabas francés de manera fluida y me convenciste de que es el idioma del amor. 

La primera vez que te hablé tampoco fue un miércoles, fue un jueves en el que yo me moría de nervios por el reto que había asumido. 

Entonces, ¿por qué los miércoles son especiales? 

Porque fue un miércoles el día que me di cuenta que no me importaría pasar el resto de mi vida en Cancillería, o contigo.  

O ambas cosas, al mismo tiempo. 

Mirada n. 

Tienes los ojos cafés más brillantes, vivos y felices que jamás haya visto. La mirada llena de sueños y esperanzas, y tus pestañas están hechas de sabiduría y melanina que prueba años bien vividos. 

Tienes la única mirada que me inspira ganas de soñar, y de estar despierta, de estar bajo un conjuro hipnótico y de saberme conocedora de todos los secretos del mundo. 

La mirada más bonita que haya visto. 

Movimiento n. 

Cuando aquel cataclismo pasó, la vida parecía haberse detenido por un instante. O por horas. O por días. 

Siete días antes, había sido plenamente consciente por primera vez de lo que significaba un sismo en aquella ciudad construida sobre el agua. No parecía necesario preocuparse, porque donde residía se encontraba sobre roca volcánica, el suelo más firme de toda la ciudad.  

Pero ese día finalmente entendí que nadie estaba a salvo, ni siquiera sobre el suelo más firme de la ciudad. Aquel martes la ciudad comenzó a arrullarnos, y todo comenzó a derrumbarse. A mis pies, el edificio se movía y, después de lo que pareció una eternidad, la alarma sísmica comenzó a sonar. 

Poco a poco, el movimiento se detuvo, y sólo entonces comenzamos a salir. El sol de los últimos días de verano brillaba en lo alto, ofreciendo un poco de consuelo a las personas que buscaban refugio del irreal suceso que habíamos vivido. La pesadilla más improbable había comenzado. 

Llegaron los primeros reportes: siete grados Richter, edificios caídos, personas desaparecidas… Lo que me había sacado el alma en un suspiro había derrumbado edificios, destruido miles de historias que se entrelazaban a sus paredes y que nunca se contarían completas: de amantes separados, de padres e hijos que no se volvieron a ver, de mascotas sin dueño, de amigos que no pudieron decirse “te quiero” por última vez.  

Ese día corrí, corrí en todas direcciones buscando respuestas a lo que había vivido. Sobre cómo haría que aquella tragedia trascendiera en mi existencia, y no fuera sólo una anécdota para contar, para escribir aquí. 

¿Lo recuerdas? Probablemente no. Pero te llamé a las 12 de la noche, cuando la ciudad dormía temerosa de que sus pesadillas se volvieran verdad, y un sismo se repitiera; cuando la ciudad estaba demasiado ocupada tratando de rescatar a sus hijos e hijas que yacían bajo kilos y kilos de concreto. 

Me acompañaste. Me acompañaste en mi camino a casa, mientras me decías lo que habías vivido, mientras contaba lo que había vivido y cómo había transformado mi miedo en inspiración para mí misma, para hacer mucho más de lo que me creía capaz. 

El silencio reinaba, pero caminaste a mi lado a cada minuto, a cada paso que daba. Te agradecí acompañarme, porque eso dictaban las normas sociales, y porque mi corazón se había inflamado con el simple hecho de que no me dejaras sola. 

Sabías que sentía miedo. Lo sabías como conocías también el cariño que sentía por ti. Entonces dijiste una de las frases que más impactaron mi vida:  

“Cuídate. Y háblame por teléfono si necesitas caminar sola. No importa la hora que sea”. 

No sé si fue a propósito. aún si no lo dijiste en serio, y fue tu estómago y el miedo de ese día los que te hicieron hablar. Pero desde ese día, nuestra dinámica cambio por completo. Nuestra relación se movió a una dimensión totalmente nueva. Podríamos no hablar por días, por semanas. Pero, en el momento en que sintiera miedo, sabía que responderías. Siempre.  

Y me acompañarías todo el camino. Me acompañas a cada paso, como aquel día me acompañaste durante cada segundo que duró aquel movimiento. 

lavandaceleste
Sam Garcia

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