Los primeros rayos de luz en la mañana se filtran a través de la lumbrera. En la pieza de una joven, hermosa doncella proveniente de una prestigiosa familia; recostada, profundamente dormida, en la cama tejida con los mejores telares de la ciudad. La delicada mujer, con corta mayoría de edad, permanecía reacia a lo que ocurriera a su alrededor. Acostumbrada a tener sirvientes que, desde antes de que el sol salga, dan inicio a sus arduas labores dentro de esta casa imperial. Siendo considerada casi una princesa, no había horario límite para su descanso, cuando ella quisiera despertar lo haría y si sucede al contrario entonces nadie podía contradecirla. La mujer tenía largos cabellos que caían sobre la almohada, algunos incluso tenían el descaro de decorar parte de sus rosadas mejillas, pegados por los rastros de saliva que de su boca cayeron por la noche; sin duda una fineza andante.
El acarreo de los leñadores que partieron desde temprano al bosque llamó su atención, caminaban en su dirección, lo que indicaba que era hora de irse de ahí. Echó un último vistazo al interior de la habitación y se puso a correr antes de que alguien le hubiera visto espiando. ¿Cuántas veces ha visto ya esta misma escena y simplemente no puede aburrirse?
Caminó tranquilamente por las calles de la ciudad principal, alumbrada por la tenue luz azul al amanecer. Algunos puestos iniciaban sus actividades diarias, los niños seguirán dormidos por al menos una hora más antes de también hacer lo que les correspondía; con paso veloz, la capa blanca recorrió de un extremo de la ciudad al otro, de sur a norte, estando a las afueras en pocos segundos. La verdad era que quería permanecer observando por más tiempo así que, aún siendo por los barrios bajos, siguió indagando con curiosidad.
Esta era la rutina casi diaria de Xel-há por los últimos cuatro años. ¿Lo tenía permitido? No realmente, pero era inevitable que él escapara del Imperio celestial para espiar a los humanos, intrigado por la simpleza con la que ellos viven a pesar de que, en cada una de sus tareas diarias, requieran mucho esfuerzo. Era por eso que los dioses nacieron, para ayudar con la carga de los mortales a cambio de creyentes, es la razón por la que el lema principal del Imperio fuera exactamente la misma frase:
"Naces y te alimentas de lo mortal y en agradecimiento un don deberás portar"
Xel-Há adoraba visitar distintos asentamientos humanos, pero sin duda su parte favorita eran las zonas trabajadoras. Si bien ha visto la misma escena, una bella princesa o reina que no hace nada más que sumergirse en su pequeña esfera de color rosa, cientos de veces y no es nada desagradable de mirar; nada de ese mundo perfecto en un palacio logra ser tan interesante cómo aquellos que viven al límite cada día.
Este pequeño dios del cielo medio había encontrado una ruptura en los muros que rodean la ciudad celestial por casualidad y, después de verificarlo, se dio cuenta de que detrás se encontraba el camino hacia el increíble mundo mortal del que muchos dioses de primera línea hablan maravillas. Para alguien que no ha logrado subir de nivel, una oportunidad cómo esa podría ser la única que tendría en millones de años.
Por la puerta descuidadamente tallada de una casa salió un hombre, alto y delgado, acompañado de una mujer que lloriqueaba sin vergüenza a que la vieran en ese deplorable estado. Xel-há se escondió detrás de una montaña de leña fría antes de que algo más que una ráfaga blanca se viera; los dioses, no importa su categoría, no debían mostrarse ante los humanos por ninguna razón, eso sería motivo de destierro y supresión de los poderes divinos, lo cual era realmente doloroso de soportar.
— He administrado hierbas analgésicas que ayudarán con la picazón y el dolor, pero no hay nada más que yo pueda hacer.
Sin muchas fuerzas en el cuerpo, la señora tomó un pequeño saco de tela, sacando de él tres monedas de plata para pagar los servicios del hombre. Lágrimas seguían cayendo de sus ojos mientras se despedía amablemente.
— Vamos, no se desanime. La esperanza es lo último que se pierde, tal vez los dioses se apiaden de su hijo y ocurra un milagro.
La argolla en su nariz lo decía todo, el hombre era un médico brujo que atendía las orillas de la ciudad. Su rostro decepcionado era evidente, lo que sea que sucediera dentro de la cabaña no parecía ser nada bueno, incluso ha hecho a su curandero quedar insatisfecho con los resultados. Xel-há no podía contener su curiosidad por saber qué tenían tan afligida a la mujer sollozante, en cuanto el brujo desapareció del campo de visión él salió de su escondite; corrió juguetón hasta la pared de barro, emocionado por tener la oportunidad de mirar un acontecimiento humano interesante.
Pegando la espalda a la pared, ágilmente llegó a la parte trasera dónde la única ventana de toda la casa se encontraba. Un hombre robusto cambiaba los paños secos por unos nuevamente húmedos del cuerpo de un niño, no ha de tener mucho más de seis años de edad. La madre llegó con dos tazones de medicina, guardó uno para después y el que sobraba lo vertió lentamente en la boca del pequeño. Con dificultad logró tragar el líquido, agonizante; en su cuerpo se presentaban manchas rojas que obviamente le dolía, la fiebre debía ser demasiada para tener que llamar a un curandero y que este tampoco pudiera bajarla. La esposa habló un momento con el hombre, quién llevó sus manos al rostro con desesperación. Se abrazaron y lloraron en silencio alejados de su hijo que dormía incómodo, las palabras del doctor no estaban equivocadas, el semblante del enfermo no era alentador, pero justo ese era el trabajo de Xel-há, ¿Qué más podía hacer el Dios de la esperanza?
Un estruendo alertó a la pareja, Xel-há se había tropezado con un montón de cuencos sucios por haber intentado acercarse más a la ventana, la luz del día aún no era la suficiente para que se viera con claridad por donde uno camina.
— ¡¿Quién anda ahí?! — gritó el hombre que había salido con una lanza de obsidiana en la mano.
El arma, que había sido lanzada previamente, cayó frente a los pies del asustado dios, no hubo más duda antes de correr lejos, siendo perseguido por el humano y sus amenazas. Grandiosa forma de comenzar el día, huyendo de una de las ciudades que suele visitar, adentrándose en el bosque sin mal salir el sol mientras un hombre intimidante lo maldice sin temor a que la ira divina caiga sobre él. Nadie creería que el ladrón de tu patio fuera en realidad un dios del cielo medio que goza de acosar a los mortales con la justificación de entender su mundo y aprender del mismo.
Su ropa ya estaba sucia y rasgada, no pasaría desapercibido por los dioses del Imperio, aunque podría decir que estuvo jugando en los campos florales para desviar la preocupación. El hombre ya no lo seguía, pero Xel-há no paró de correr dentro del bosque, el brazalete de rubí en su muñeca brillaba con intensidad, lo estaban buscando y parecía tratarse de algo importante. Anduvo sin rumbo por un largo período de tiempo, esperando encontrar el árbol más longevo de la zona; los humanos suelen hacer especulaciones sobre cómo los dioses viven en la divinidad, muchas veces están demasiado cerca de la realidad. Dice una leyenda que si has sido tocado con el dedo del emperador de los dioses, encuentras el primer árbol existente de un bosque y recitas 4000 parlamentos sagrados, un querubín descenderá del Imperio celestial y te abrirá las puertas a su mundo.
Si bien la parte del árbol más viejo era cierta, todo lo demás eran solo cuentos lindos que las personas inventaron; la realidad es que era más fácil de lo que se creía y, obviamente, los mortales no podrían ingresar aunque tuvieran un toque divino. Cada dios posee un brazalete que funge como un comunicador, una llave y un precioso accesorio para presumir. Solo encuentra el árbol correcto, acerca las cuentas de la pulsera y ordena mentalmente que se abra la puerta, sencillo.
Cómo es costumbre, el árbol que Xel-há está buscando se encuentra justo en el centro, en un valle despejado de cuatro metros de diámetro, el lugar donde la luz del sol logra filtrarse por completo. Xel-há se detuvo, tomó un gran respiro y se acercó tranquilo a la puerta, dio dos pasos antes de caer estrepitosamente por el fresco pasto verde, desgarrando y ensuciando aún más la ropa que traía puesta; una rama caída del árbol hirió su mejilla con una fina cortada roja.
— ¡Mierda! — gritó quejándose.
De tantos años viendo el comportamiento mortal, algunas de las palabras que estos mismos empleaban en ocasiones particulares se le habían grabado en la garganta, tanto que ya las decía con toda naturalidad. Miró en la dirección dónde tropezó, una cosa negra se estremeció entre la hierba, se arrastró con un aura sensible hasta esa cosa para encontrar una pequeña serpiente negra que intentaba seguir con su camino, pero el zapato de Xel-há la había herido a mitad de su cuerpo.
— ¡No puede ser! — temiendo lastimar más al animal, lo tomó entre sus manos — Lo siento, de verdad no quise hacerlo.
La serpiente se retorcía de dolor sin entender por qué agonizaba tanto, Xel-há se moría de la preocupación. Acarició la cabeza del animal con un dedo, buscando terminar con el sufrimiento, pero claro estaba que no funcionaría en nada su ridículo esfuerzo. Su mente se iluminó por un instante y desistió poco después, la idea era descabellada, no se tenía permitido llevar seres de la tierra de los mortales al mundo de los dioses, se metería en grandes problemas si alguien lo descubría. Pero... ¿Era Xel-há alguien tan despiadado cómo para dejar a un animal agonizante en manos de la suerte, cuándo él podría hacer algo para evitar un final trágico?
Toda su infancia fue instruido con los valores del dios de la naturaleza y, cómo la serpiente es una de sus magníficas creaciones, debería hacerse cargo y salvar al animal.
"Mi ropa ya se ha vuelto un desastre, no importa si le ayudo a mirarse peor" Pensó.
Después de colocar a la serpiente de nuevo en el pasto, tomó el extremo inferior de la capa blanca y cortó con ambas manos un pedazo de tela para envolver a la criatura. La posó en su pecho y acercó el brazalete al árbol para abrir la puerta al Imperio celestial; el sol ya había salido por completo, cualquier detalle era visible y nada se podía pasar desapercibido, obviamente Xel-há no podía entrar por la gran puerta principal hecha de barrotes de oro, nadie detrás del muro sabía que él se había escapado toda una noche a observar mortales. Escapó de la vista de los guardias que vigilaban la entrada para buscar la misma ruptura del muro con la que había logrado salir el día anterior; era estrecha, apenas lograba pasar su cuerpo por el hueco en la pared, por suerte no era muy profundo así que salió en poco tiempo ¿o debería decir que entró?
Nadie que viviera en ese sitio pasaba por ahí, era más como un valle decorativo del lugar y, cómo hay muchos iguales a este, no se toman la molestia de visitarlos todos. Eso se volvía una gran ventaja, Xel-há podría caminar tranquilamente, ida y vuelta, sin que sus superiores fueran conscientes de ello. No muy lejos se encontraba el Palacio que le había obsequiado la pareja de dioses que cuidó de él desde que nació como un ser divino, de pequeño tuvo un fetiche con recolectar insectos así que el lugar donde los guardaba aún permanecía en su casa, sería un buen sitio para dejar que la serpiente descansara y se recuperara antes de devolverla al mundo donde pertenece.
Satisfecho con lo que había logrado, se limpió el polvo de la cara con el brazo, llevando en su mano a la serpiente agonizante. El Palacio de Cuarzo, a no más de quinientos metros, era el punto final al que necesitaba llegar; el brazalete de su muñeca aún parpadeaban sin detenerse, pero había algo más importante que hacer antes de atender la llamada. Entró normalmente por la puerta principal, sin importarle en lo absoluto que fuera visto por alguien, es de lo más normal ver dioses entrando y saliendo de sus propios palacios.
Sus pisadas hacían eco entre las altas paredes del salón principal del Palacio, corrió hasta la parte trasera, dónde las habitaciones se encuentran. El terrario que había estado vacío por tantos años en su habitación finalmente serviría para algo más que hacer bulto en un rincón, desenvolvió la tela blanca y dejó a la serpiente dentro del pequeño hábitat. Visitó la zona de la cocina, hace no mucho tuvo una clase de hierbas con Amaru, el Dios de la naturaleza, algunas debieron quedar guardadas. Rebuscó entre las gavetas y encontró un frasco con flores de Caléndula.
— Ayuda a combatir quemaduras y golpes, acelera la cicatrización y cualquier afección cutánea — leyó en la etiqueta del recipiente de cristal.
En un cuenco de barro mezcló los pétalos de la flor, auxiliado con un poco de agua, para crear una pomada con ello. Llegó justo a tiempo, aplicó la medicina sobre la piel de la serpiente con dos dedos, procurando no lastimarla nuevamente; en cuanto el animal sintió la frescura del ungüento dejó de retorcerse para comenzar a sentir alivio, ya no estaba alerta, solo se dedicó a relajarse y agradecer por haber sido atendido a tiempo. Xel-há quedó mirando a la criatura acurrucarse en círculo sobre la arena, con la yema del dedo acarició la cabeza de la serpiente, era pequeña, repleta de escamas negras con un brillo azulado en cada una, en pocas palabras era un espécimen precioso.
Xel-há ha vivido maravillado con las creaciones de los demás dioses y la manera en la que conviven en el mundo mortal, lleva años visitándolos en secreto y aún le quedan muchas cosas que conocer y aprender; esa fascinación por lo común sigue siendo difícil de entender para el clan divino, muchos lo cuestionan y hablan a sus espaldas, tanto que, después de aquel incidente, fue catalogado como la oveja negra del Imperio celestial. Aún con todo eso detrás no le impidió construir una vida feliz, encontrando el equilibrio entre sus deberes como un Dios y su deseo de conocer enigmas.
Maravillado por la belleza de la serpiente, apreciándola mientras esta dormía, se recostó sobre el terrario para verla mejor, ignorando el intenso color rojo de su brazalete de rubí.
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