El ambiente dentro del salón principal del Palacio se volvió frío, tenso, ninguno de los dioses más jóvenes esperaba escuchar esa noticia. De Xel-há era obvio, estuvo desde la noche anterior en el Reino de los mortales, merodeando, sin importarle lo que sucediera en la ciudad donde vive; por otro lado, Kunak se mantuvo en las aguas termales, lustrando sus alas con la esencia de lavanda de los campos de flores. Ambos estuvieron lejos de la situación e ignoraron la posibilidad de que existiera una; se sentían mal, pero no podían revelar su paradero real o serían castigados severamente.
— Tuvimos suerte — Nicte suspiró aliviada — ¿Pequeño Xel, recuerdas a tu compañero Katu?
— S-si... Claro que lo hago pero... ¿Qué hay con él? — Xel-há temió por un momento que Katu hubiera resultado lastimado por el ataque.
— Todos teníamos expectativas altas en ese joven Dios, pero nunca creímos que sería más que eso — Nicte sonrió inconscientemente.
— Digan de una buena vez que pasó, solo nos están preocupando — interrumpió Kunak.
— A mitad de la batalla un resplandor llenó los cielos, Katu se vio envuelto entre llamas doradas, convirtiéndose en una "Serpiente emplumada" Proclamándose sucesor de la corona del Imperio. Fue el elegido por el anterior gobernante para suplantarlo — el Dios de la naturaleza sonrió satisfecho, su expresión daba miedo pues parecía tener verdades ocultas detrás de la misma.
— Bueno, me alegro por él — Xel-há acomodó sus ropas con intenciones de salir del palacio. Solo entonces, la diosa del amor, apreció las horribles fachas en las que se encontraba.
— ¿Qué te pasó? ¿Por qué te ves tan mal?
— ¡Oh! ¿Esto? — señaló la tela magullada y sucia — No es nada, jugué dentro del campo de flores y terminé así.
Lo que llevaba puesto era más parecido a trapos viejos que a otra cosa, nada comparado con la ropa que normalmente llevaría un dios, vestidos de oro, telas de brillantes colores, plumas, todo lo que pudiera verse basto y hermoso. Con la ayuda de un extraño movimiento de manos, las desaliñadas prendas dejaron de existir para convertirse en la exótica vestimenta del dios de la esperanza; fue bueno que lo hizo antes de salir del Palacio, si los demás dioses lo vieran vistiendo tal cosa no dejarían de cuestionar al respecto, después de todo no comprenden la moda del maravilloso mundo mortal.
Se aseguró de que la puerta a su habitación quedará completamente cerrada, incapaz de ser abierta por nadie que no fuera él mismo y se dispuso a salir del lugar, no sin antes arrastrar junto a él a los otros tres que se encontraban dentro del Palacio. Se despidió de los mayores, siendo dejado ir solo si prometía asistir más tarde a la coronación de su compañero, aceptó la ligeramente obligada invitación, tomó del brazo a Kunak y corrió lo más rápido que pudo.
La ciudad parecía ser una igual al del Reino humano, solo que contenía algunas características que los hacían diferente; en lugar de casas normales había palacios, cada uno más llamativo que el otro, hecho con piedras preciosas y materiales preciados, cada uno de estos contaba con todo lo necesario para la vida y comodidad de un dios. Distribuídos de la misma manera, distanciados por calles y jardines que ayudaban a la armonía del exterior; personas yendo de un lado a otro, con amigos o simplemente solas, una vista que Xel-há ya conocía muy bien. En el centro de la ciudad se encontraba el Palacio imperial, donde el gobernante del Reino Celestial residía hasta que ascendió y se convirtió en uno con el universo, desde entonces no había surgido un nuevo gobernante hasta el día de hoy.
Como calle principal, de unos diez metros de ancho, todo un camino tapizado de pétalos de Cempasúchil naranja que iniciaba desde la puerta de barrotes dorados, terminando el primer tramo en las puertas del Palacio imperial y continuando en la parte posterior de la monumental construcción. Kunak caminó a su lado sin cuestionar hasta que decidió romper el silencio.
— ¿A dónde piensas ir?
— Lo verás pronto, ya casi llegamos — respondió con una linda sonrisa.
No había nadie en los tres mundos que supiera lo que en su mente aguardaba, cubierto por esa tierna expresión de inocencia. Cerca del centro de la ciudad había un peculiar Palacio, "El castillo de obsidiana" era su nombre, y bien merecido se lo tenía, cada pared estaba hecha de enormes piedras de obsidianas perfectamente moldeadas para su construcción. Xel-há no era de establecer relaciones cercanas con los demás dioses, pero aun así podía, de vez en cuando, pedir favores con la seguridad de que no sería rechazado; esto es algo que Xel-há había descubierto no hace muchos años, por alguna extraña razón sus demás compañeros divinos suelen ser sobre protectores en ciertas situaciones, otra razón por la que ir al mundo mortal significaría una horrible pena por cumplir. Kunak no volvió a preguntar.
Estando en la enorme puerta, tocó.
— ¡Hola! ¿Puedo entrar? — Kunak se asustó por su falta de respeto.
— ¡Oye! — le tomó el hombro — ¡No puedes llegar a la casa de alguien con un rango mayor que el tuyo cómo si fueran iguales!
— ¿Eso parece? No tenía idea...
— Hey, tampoco hagas esa expresión de tristeza. No es tu culpa querer tratar a todos cómo tus amigos.
A Kunak le molestaba esa parte de Xel-há, posiblemente sea porque no tenía sus recuerdos pasados, antes de ser un dios, que aún confiaba en que cualquier persona que conociera era de buen corazón. Al contrario del querubín, sus recuerdos habían llegado poco después de haber sido presentado a Xel-há como su mensajero y, aunque intentó cambiar esa característica de su amigo, terminó por darse cuenta de que era una idea estúpida, al final era esa la esencia que caracterizaba a Xel-há.
Estuvieron a punto de llamar a la puerta por segunda vez cuándo esta se abrió, un compañero querubín los recibió en la entrada.
— ¿Si? — preguntó.
— ¡Hola! ¿Está Libiak en casa?
— ¿Quién?
— El dios de la vida, Libiak — Kunak respondió, solo un querubín sabe cómo tratar a otro.
— Oh, entiendo. ¿Tienen una cita agendada? — de la nada, el querubín con gusto por la ropa de color marrón sacó un pergamino y una pluma de pavo real. Kunak y Xel-há se miraron extrañados, nunca creyeron que un Dios fuera tan engreído como para pedirle a los dioses hacer una cita antes de visitarlo, normalmente solo rechazarían la reunión y las cosas terminarían así.
— ¿Qué estupidez es esa? — Kunak estaba irritado.
— Si no tienen una cita me temo que no podrán ser recibidos.
— ¡Tú, maldito.. !
— Debe haber algo para solucionar este problema ¿no lo crees? — Xel-há detuvo a Kunak de comenzar a discutir, lo que menos necesitaba ahora era una pelea callejera entre dos querubines.
— Lo siento, no puedo hacer eso — estuvo a punto de cerrar la puerta frente a sus caras cuando una voz lo detuvo.
— Estuve escuchando todo, déjalos entrar.
El querubín chasqueó la lengua disgustado, suspiró y permitió que ambos pasaran. Aunque el Palacio fuera oscuro en el exterior, era todo lo contrario dentro del mismo, las paredes blancas hacían un gran contraste con los detalles de obsidiana y los enormes ventanales permitían la entrada de gran cantidad de luz natural, hermoso. Como cualquier otra casa de un dios, lo primero que hay al entrar es el salón principal, aquel que alberga el "trono" del dios y, justo sentado en este mismo, la persona a la que buscaban yacía mirándolos.
Con el hecho de estar cerca de él se logra sentir una presión en el aire, la magnitud de área que abarca lo imponente que puede ser un dios es inigualable. Kunak mostró respeto total, con un ligero toque de temor por debajo, mientras que Xel-há caminó como de costumbre, siempre con una sonrisa por delante.
— Pequeño niño ¿Qué es lo que te trae por aquí? — Xel-há se rio.
— No quisiera incomodar.
— Ya lo hiciste, continúa — el dios se burló un poco.
— Bueno, hace poco conocí a un niño. Es pequeño, pero está pasando por una situación difícil, está enfermo.
— ¿Eso en qué se relaciona conmigo exactamente? — el dios bostezó sobre la palma de su mano.
— Libiak, el dios de la vida. Puedes hacer algo para evitar que esa cosa siga afectándolo ¿No es así? — al escuchar la osada petición de Xel-há, ambos querubines dentro de la sala quisieron correr y cubrirle la boca antes de que molestara a alguien con sus palabras, más sin embargo ninguno de los dos logró moverse un solo centímetro.
— ¿Debería? — cuestionó con duda.
— Por favor, no hay nadie más que sea capaz de hacerlo.
— Xel-há, estás relacionándote demasiado con ese pequeño humano, no deberías involucrarte en esos asuntos, eres un dios.
— Un dios del Reino medio — refutó entre dientes el querubín.
— Al final de cuentas tienes la palabra dios en el título.
El dios de la vida tenía razón en sus palabras, esto Xel-há lo sabía a la perfección, estaba sobrepasando los límites que a un dios se le tienen establecidos con respecto a interferir con las vidas de los seres mortales. Libiak suspiró, levantándose de su trono.
— Lo haré, solo por esta ocasión, ahora largo.
El brillo en la mirada de Xel-há regresó con mayor intensidad, casi saltando sobre el dios frente a él para abrazarlo como normalmente lo haría, guardó su emoción para después y, con una sonrisa de oreja a oreja, se despidió agradeciéndole el gesto. Por otro lado, a Kunak se le caía la mandíbula por la sorpresa, completamente ido y sin reacción en sus ojos; el otro querubín se veía diferente, estaba sorprendido de igual manera, pero su expresión era más parecida al puchero que una persona hace cuando está en desacuerdo con algo.
Xel-há se llevó a rastras a su mejor amigo hasta fuera de la casa del dios de la vida después de despedirse correctamente de su superior. Para su mala fortuna ahora debía cumplir con lo prometido, las personas comenzaron a reunirse dentro del castillo que marcaba el centro de la ciudad para presenciar la toma del trono; en sus adentros deseaba no tener que ir, las formalidades del mundo de los dioses eran tan aburridas y sofocantes, parecidas a las de los humanos, pero destacando que la perfección de los dioses se volvía excesiva.
A paso lento caminó por los pétalos anaranjados que recurrían el suelo bajo sus pies, alargando intencionalmente el tiempo que le tomaría llegar hasta el lugar de la coronación, pero, como todos saben, la calle no era infinita. Estuvo de pie al borde de la entrada dudando en hacerlo, empeorando la situación el hecho de que Kunak estuviera escoltándolo en todo momento, asegurándose de que cumpliría la promesa con la que fue condicionado antes de salir.
Entró aunque decidió permanecer en el fondo, lejos del altar donde su compañero era abucheado con chiflidos y palabras de aliento por todos los que asistieron, "Cosas como estas son mejores vistas desde lejos, de esa forma puedes escapar de ellos si lo necesitas" Era lo que Xel-há pensaba con respecto a los rituales que hacen los dioses, se supone que ellos están hechos para recibirlos no para hacerlos y ese mandato estaba establecido en las reglas del mundo inmortal; a Xel-há le sorprendía lo contradictorias que podían ser las reglas escritas con las acciones realizadas, el mundo humano no era así, lo que se dicta de cumple e incluso hay las llamadas "reglas universales" Aquellas que, sin estar plasmadas en un libro, todo el mundo las conoce y respeta.
El dios de la guerra, Katu, vestido con las telas más finas del reino, adornado con joyas repletas de oro y piedras preciosas, giró su cuerpo para mirar a la multitud, temblando tomó entre sus manos el penacho azul, la corona finalmente estaba puesta en su sitio. El gentío gritó eufórico, aplaudiendo y riendo, festejando la llegada del nuevo gobernante de la tierra de los divinos; aunque estuvieron mucho tiempo con la ausencia de uno, lograron sobrellevarlo de manera excelente pero... ¿Qué mejor que dejar a alguien encargarse personalmente de los asuntos importantes?
El hombre era atractivo y sumamente joven para un cargo de tal magnitud, pero todos en el reino reconocían su capacidad para hacerse cargo de eso y mucho más; Katu recordó su pasado y ascendió como un dios completo a pocos años de haber obtenido la divinidad, no por nada nació siendo el dios de la guerra.
La historia cuenta que, en una ciudad poderosa que en ese momento se encontraba en guerra con un pueblo vecino, un mendigo que llevaba viviendo varios años ahí fue capturado por un campamento enemigo que se había infiltrado en esa ciudad. Era plena luz del día cuando ocurrió, lo amordazaron y bloquearon su visita durante horas, el Katu de ese entonces sintió cómo su cuerpo era arrojado a una carreta, golpeado con palos y transportado a una base secreta lejos de la ciudad dónde residía.
Él y otros ciudadanos fueron mantenidos prisioneros durante días, tal vez semanas, hasta que un general del bando contrario se dignó a verlos. Con desprecio les arrojaba trozos duros de pan y pequeños cuencos de agua, puede que él estuviera acostumbrado a no comer durante días, pero hombres, mujeres y niños debían sobrevivir con solo eso por tiempos inciertos. Las cosas podrían parecer de lo peor sin saber que eso llegaría después, gracias a que comenzaron a llevar rehenes, uno por uno, a ser interrogados; la gota que derramó el vaso.
Intentaron manipular sus mentes con rehenes falsos que comenzaron a atacar verbalmente la ciudad de dónde provenían, querían hacerlos odiar su hogar para que lucharan en la guerra a favor del grupo opositor. Katu se percató de este asunto y, cuando supuestamente los rehenes falsos estaban en el interrogatorio, comenzó a persuadir a los demás con sus palabras; le debía mucho a la ciudad que lo había hecho sentirse en casa por primera vez desde que sus padres murieron en una inundación y no dejaría que algunos rebeldes acabaran con eso que lo hacía feliz.
Una noche los rehenes levantaron la voz, un camino de peleas y caos dejaron atrás, en cada metro se podían encontrar mínimo tres cuerpos sin vida destrozados cuál vil trozo de carne que es devorada por lobos hambrientos. Por supuesto que no fue una hazaña sencilla de realizar, pero sus esfuerzos rindieron frutos y la mayoría de ellos lograron escapar. Con lo que Katu no contaba era que, después de recibir tantos golpes, el daño interno sería tan severo; estando finalmente libre, la presión de su cuerpo fue liberada al igual que un escupitajo de sangre, seguido de otro y otro, una vez que comenzó ya no logró parar hasta que murió desangrado por la boca. Sus ojos se abrieron nuevamente, ahora renacido como un dios en el Reino divino.
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