La pequeña conversación entre esos tres dioses dio pie a que se creara un debate sobre cómo, cuándo y quienes debieran erradicar al enemigo. Xel-há solo se dedicaba a escuchar y sonreír amablemente desde un rincón, tomando agua de vez en cuando sin opinar al respecto; aceptó asistir a la cena con la idea de comer algo entes de regresar a su palacio, pero terminó sentado sin lograr tragar un solo bocado de comida mientras escuchaba conversaciones que no debería siquiera que existen.
— ¿Esto sucede a menudo? — susurró.
— Bueno, es la primera vez que estoy aquí, pero había escuchado rumores sobre las intensas conversaciones de los dioses primordiales — Katu le había escuchado y respondido a su pregunta — ¿Tienes hambre? No has tocado tu plato.
— ¡Ah…! ¡No, no, no! No es nada de eso...
Sintió extrema vergüenza al ser descubierto, creyó que nadie lo notaría por ser un dios de bajo rango aún, pero, para su mala suerte, el ahora líder del clan de los dioses no dejó de estar atento a él en ningún momento. Se miraban y sonreían, ninguno de los dos estaba acostumbrado a esta clase de reuniones por lo que la soledad no era tan amplia al estar los dos juntos; Xel-há ahora podía relajarse, conversando con un amigo que se encontraba en la misma situación que él e incluso en una peor, Katu, aún estando perdido en la conversación, si era una pieza primordial para la mesa.
— Necesitamos un plan, pero no podemos revelarlo frente a...
Cada par de ojos que discutían feroces se detuvo un momento para mirar al intruso en el lugar, Xel-há percibió el asombro en sus expresiones, muy pocos dioses sabían de su presencia, pero los demás a penas lo habían notado.
— Pequeño Xel... ¿No es hora de que regreses a casa? — la diosa del amor lo dijo con amables palabras, escondiendo detrás de ellas la enorme intención de echarlo del Palacio central y obtener privacidad para planear lo que sea que quisieran hacer. Xel-há vio su oportunidad finalmente.
— ¡Si! — colocó ambas manos sobre la mesa, colocándose de pie de un brinco — Ya es tarde, debo regresar y descansar para mañana tener energías suficientes, recuperar los recuerdos no es una tarea sencilla.
Comenzó a escupir estúpidas frases, sacando excusas de donde no las había para salir corriendo de ese lugar. Se despidió rápidamente de todos los que estaban con él en la mesa y se dirigió, a paso veloz, a la salida, no sin antes abrazar a Katu por el cuello diciendo suavemente un "felicidades" Que lo dejó aturdido mientras observaba como su compañero se alejaba por el camino de Cempasúchil sin mirar atrás. Aun cuando la silueta del Dios ya no se lograba apreciar en la lejanía, Katu sonrió perdido en esa dirección por un par de minutos antes de regresar al interior de su nuevo palacio.
Xel-há pudo relajarse solo al pasar por la puerta de su casa, no había nadie que pudiera incomodarlo, aún siendo accidentalmente. Era su espacio privado, además de esa forma no descubriría a la serpiente que trajo al mundo divino para cuidar gracias a su enorme torpeza, había pasado mucho tiempo desde que la dejó sola y temía que algo le pudiera haber sucedido en su ausencia. Quitando la preocupación de su mente cuando vio a Kunak sentado en la cama y a la serpiente bebiendo agua en el pequeño hábitat dónde la había dejado antes.
— Al fin llegas — se quejó — Quiero ir a mi casa a descansar, pero esta cosa negra no permite que lo haga.
— Gracias por cuidarla mientras yo no estaba — Xel-há acarició la cabeza del animal y buscó en el armario ropa más cómodo para dormir.
— Solo vine para ver si no había ocasionado problemas, pero, cuando quise irme, se envolvió en mi brazo y no logré quitarla de ahí hasta que le prometí que me quedaría. La buena noticia es que ahora estás tú aquí, después me contarás que sucedió con Katu, ¡Adiós!
— Supongo que no quería volver a quedarse sola o simplemente le agradas — como agradecimiento le entregó un par de frutos que había recolectado en el mundo humano, Kunak reconocía que los alimentos mortales eran más sabrosos que los de esta ciudad, suspiró cansado, tomó sus cosas y se retiró.
El Palacio quedó en silencio y a oscuras, solo iluminado por el ligero brillo de la Luna que entraba por la ventana. Xel-há se dispuso a dormir en la cama, cubierto de pies a cabeza, cuando un serpenteo le impidió descansar; abrió los ojos y vio al animal mirándolo por encima de las paredes de cristal del hábitat, con enormes pupilas que pedían no ser abandonadas. Xel-há extendió su brazo hasta el borde del cristal, la serpiente se envolvió en su muñeca y la trajo hacia la almohada que no estaba usando en esos momentos, la serpiente bajó de la mano y se acomodó en círculo para finalmente dormir.
No comprendía la razón de haber dejado que un animal, posiblemente mortal, se metiera en su cama cuando él está a punto de dormir, creyó haber perdido la cabeza y, una vez aceptó esa posibilidad, acarició a la serpiente hasta que sus párpados se cerraron por completo. Necesitaba idear un plan para que no descubrieran a la criatura que había traído consigo de manera ilegal, aunque decidió preocuparse por ello al despertar por la mañana, las ideas fluyen mejor después de haber tenido largas horas de descanso.
La noche parecía ser como cualquier otra, pacífica y fresca, llena de luz de Luna y en el aire un aroma a flores proveniente de los bellos campos que la diosa de la naturaleza, Kiwa, plantó en su extenso jardín, claro que tuvo ayuda de su hermano, Amaru. Fue ese destello de luz azul que se filtró por las ventanas de cada uno de los palacios que conformaban la ciudad la que desató el caos nuevamente; el rayo cegador solo fue una manera para despertar a los que dormían plácidamente, anunciando el inicio de una serie de temblores que solo desordenaban los objetos de pie haciéndolos caer y, a veces, romperse en miles de pedazos.
Xel-há, que estaba tallando su ojo después de haber quedado momentáneamente ciego por una misteriosa luz azul, sintió los temblores y miró hacia todos lados con miedo a que algo pudiera caer encima de él o de la criatura que aún dormía a su lado. La serpiente negra tardó un par de minutos más en notar las inusuales sacudidas del piso, poniéndola en alerta mientras aún se aferraba a la almohada.
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