Verano, mitad del año, vacaciones. Como todos los otros años no tenía a donde ir, me la pasaba acostada en mi cuarto, leyendo como buen ratón de biblioteca que era, mis papás me llamaban para cada comida y regresaban a trabajar a pesar de estar en vacaciones.
Ocho días iguales y escuché que llamaron a la puerta, lo cual me pareció extraño ya que mis padres tenían llave de la casa, miré por la ventana y era Maurice. Bajé corriendo tan abruptamente que casi caigo por la escalera, abrí y encontré a un tímido Maurice que no veía hace tiempo, con un ligero sonrojo en su cara y la mirada baja preguntó por mí. Salí de casa y lo saludé; su expresión cambió a una sonrisa, Maurice estaba en mi casa porque imaginó que estaría aburrida y planeó ir a un parque de diversiones. Me le quedé viendo, asentí con la cabeza y en silencio regresé a mi cuarto por mi bolsa, dinero y me miré al espejo para acomodar mi cabello, mi cara no podía expresar más felicidad que la que experimentaba en ese momento, salí de mi casa y dándole una palmada en la espalda nos fuimos al carnaval.
Llegamos y todo era colorido e iluminado, los juegos mecánicos parecían atraer bastante a Maurice, en cada atracción que él vió ambos nos subimos. Todo el día la pasamos jugando y comiendo, al final decidimos montar la noria.
La cabina que nos tocó era la número 3, verde y con un poco de olor a banderillas, cuando nos sentamos y esta se comenzó a elevar ambos confesamos tener miedo a las alturas; para calmarnos se me ocurrió sentarnos lado a lado. Subió lentamente, al llegar a la cima se podía ver claramente todo el parque. El sol se estaba ocultando y los cálidos rayos nos bañaron; Maurice me tomó de la mano, estaba sonrojado, tanto sus mejillas como sus orejas estaban coloradas, tenía una expresión de preocupación y al mismo tiempo felicidad. Me miró a los ojos, alejó un mechón de mi cabello que cubría mi rostro, se acercó a mí hasta quedar a solo unos centímetros de distancia y la noria paró, sacudiéndose de tal forma que el suave roce de nuestras manos se volvió un apretón y el sonrojo de ambos se tornó en palidez por temor a caer. Miré a Maurice, él me miró y ambos reímos al notar lo tonto de nuestra paranoia. Cuando bajamos pensé en que fué suficiente diversión por el día y salimos del parque.
Anocheció y me dejó en la puerta de mi casa, antes de entrar me dio una caja pequeña color tinto con un lazo dorado, me agradeció, deseó buenas noches y dió vuelta para encaminarse a su casa.
Me quedé un rato fuera viendo cómo se alejaba, cuando por fin entré a casa mi mamá preguntó por dónde había estado en la tarde, pero no terminó su frase ya que vió la caja y mi cara que al parecer estaba sonrojada; le dije a mi mamá que bajaría en un momento y subí a mi cuarto.
Aventé mi bolso a la cama y me senté en el escritorio con la caja en las manos. No sabía qué hacer con ella, solo la estaba contemplando. Después de unos minutos decidí abrirla, dentro se encontraba un dije plateado de un sol y una luna, un pétalo de flor y un trozo de papel color sepia, al abrirlo identifiqué la letra de Maurice:
"Gracias por todo lo que hemos pasado juntos. Me haz hecho cambiar a bien. Sabes lo tímido que soy, así que pensé en una forma especial de decirlo y que cosa más significativa para nosotros que una nota. Te amo. No tienes que corresponderme, sólo quería que lo supieras. De nuevo, gracias.
Maurice."
Mi cerebro dejó de funcionar, sentía millones de emociones brotando de mi interior; felicidad, angustia, entusiasmo, confusión.
Lo pensé por varios días, tanto que me dolía la cabeza constantemente.
Medité el resto de las vacaciones, en las que no volvimos a tener contacto.
Pero un día llegó la revelación... yo también sentía amor por Maurice.
La última noche de vacaciones me decidí; yo le confesaría que él calentaba mi corazón y lo llenaba de luz, que él era como mi sol.
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