Habían sido las vacaciones más largas y maravillosas que había tenido, a pesar de haber sufrido dolores de cabeza frecuentes, yo seguía atesorando ese recuerdo en el parque de diversiones con Maurice.
Como siempre me senté en el tercer asiento de la cuarta fila y aguardé que Maurice apareciera en el banco de un costado. La clase comenzaba y aún no aparecía. Pensé que se podría haber quedado dormido, aunque era extraño en él.
Pasó lo mismo los 2 días siguientes...
Los 8 días siguientes...
15 días...
23...
Me preocupé por obvias razones, así que pregunté a mi maestra de tutoría si ella sabía sobre la ausencia de Maurice. Su común ceño fruncido no estaba y me pidió quedarme después de clases.
Terminando la última hora, fui a su oficina, ella me esperaba. Me senté en la silla frente a su escritorio, había mucho silencio. Mencionó que Maurice era un gran chico, con buenas calificaciones, pero con un poco de problemas para relacionarse con los demás de la clase, y que las últimas ocasiones que conversaron, él habló mucho de mí; estaba feliz de haber escuchado eso y ella, dándome un folder con papeles y teniendo su explicación como un ruido sordo, logró quitar mi felicidad de golpe.
Ese día no quería regresar a casa. Fui al parque de diversiones y me senté en un banco ubicado en la entrada hasta el anochecer, mi teléfono sonó varias veces pero no quise hacer caso ya que era mamá buscándome.
Volví a leer los papeles buscando que fuera mentira, que fuera una broma; todo indicaba que Maurice se encontraba internado en el hospital porque sufrió un accidente y le detectaron un tumor cerebral, él estaba muy delicado.
Finalmente acepté la realidad, abracé los papeles y lloré hasta que me quedé dormida.
El sonido de los pájaros y el olor a brisa matutina me despertó, tiré accidentalmente el folder y al momento de recolectar los papeles encontré una nota adhesiva con una dirección. No sabía a dónde podría llegar a parar, pero iría si eso me da más información.
Maurice...
Regresé rápidamente a casa, mis papás estaban preocupados por haber pasado la noche afuera, les expliqué la situación y, al ser fin de semana, se ofrecieron a llevarme al lugar que marcaba la nota.
Al llegar, era un hospital. Miré el cielo, estaba nublado y olía a humedad. En recepción pregunté por Maurice Alcott y me dieron un número de cuarto. Mis papás me dejaron entrar sola, creyeron que sería mejor. Lamé a la puerta y abrió una señora la cual no parecía doctora, pregunté si era el cuarto de Maurice y sus ojos se llenaron de lágrimas; entre sollozos me ofreció entrar.
Encontré a Maurice postrado en cama, conectado a una máquina que medía sus pulsaciones. La persona que me dejó pasar era la tía de Maurice explicó que un día él, regresando de la biblioteca, se golpeó la cabeza con algo tan fuerte que lo hizo desmayarse pero, al parecer, Maurice no recordaba con que fue que se había lastimado, y a partir del día siguiente comenzó a tener fuertes dolores de cabeza. Pregunté por la fecha en que pasó: dos después de nuestra salida al parque; justo ese día habían comenzado mis dolores de cabeza.
Ella se levantó y buscó algo en un su bolso. Me dio un libro el cual mencionó que era el que Maurice llevaba el día del accidente: "Presunto Inocente" por Scott Turow; era el libro que le había recomendado, lo abrí y su típico separador no estaba ahí, en su lugar se encontraba un trozo de papel un poco gastado:
"Si lo que tú deseas es hablar con confianza, ¿Por qué no comienzas conmigo? Escucharé lo que quieras decir"
Mis ojos comenzaron a inundarse. Quise contenerme, pero no pude. Ahogando más mi alma, tomando la mano inherte del chico en cama, entre lágrimas y sollozos, su tía me dijo que tenían que hacerle una operación a Maurice, que a pesar de que había poca probabilidad de supervivencia, tenían que hacer algo para tratar de ayudarlo. La única cosa que los frenaba era que había de llevarlo a un hospital especializado el cuál se encontraba fuera del estado, pero tenían que esperar a que se estabilizara para proceder a la transferencia.
Esa misma tarde, con mi vista borrosa por el agua salada que brotaba de mis ojos, dentro de esa sala del hospital, comenzó una tormenta.
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