Tristeza... Depresión... Esperanza... Esperaba que saliera de este problema, que él sobreviviera.
Lo estuve visitando cada día, y al tercero su tía me contó que Maurice ya se había establizado y lo iban a trasladar la mañana siguiente para proceder con la operación. Pregunté si ella iría a verlo antes de partir al hospital, asintió y busqué entre mi mochila papel, pluma y algo donde recargarme para escribir, ví que aún tenía el libro morado de origen desconocido, así que lo usé para apoyarme. Escribí algo rápidamente, metí el trozo de papel dentro del libro y se lo dí, dejando instrucciones de cuando saliera de la operación se lo diera a Maurice, su tía con una expresión algo afligida aceptó el libro, le agradecí y me fui a casa.
A la mañana siguiente a me desperté de golpe, los dolores de cabeza que había estado teniendo hace un tiempo se volvieron migrañas.
Molestas
Dolorosas.
¡Insoportables!
Tenía que ir a la preparatoria, pero mis padres no sabían si llevarme al doctor o dejarme ir a clases. Yo, a pesar de que sólo quería acostarme en mi cama y dormir por mucho tiempo, les insistí en que iría a tomar mis materias como cualquier otro día, después de todo, faltaba poco para volver a ver a Maurice en clase y alguien tenía que ponerlo al corriente con los temas. Mis padres solo me vieron, me marée y caí de rodillas.
El dolor era cada vez peor.
Punzante.
Comenzé a ver estrellado.
Nublado.
A duras penas distinguía que mis padres me llamaban. Mi cabeza iba a explotar, todo mi cuerpo se sintió cálido y como si una tensión se liberara de repente, simplemente el dolor desapareció. Derramé lágrimas. Caí desmayada.
Desperté un día después, eran las 5 de la tarde, me encontraba en una habitación blanca que olía mucho a alcohol, entendí entonces que estaba en el hospital. Al cuarto entraron mis padres junto con la tía de Maurice y dos personas que no conocía; una señora bastante bella y un señor bien vestido que me recordaba a alguien, parecían una pareja. Cuando mis padres me vieron, corrieron hacia mi con un cálido y húmedo abrazo, me dijeron lo preocupados que estaban y la felicidad que tenían por haber despertado. Les dije lo mucho que los quería y regrese a ver a la tía de Maurice. Ella me presentó a la linda pareja de señores, eran los padres de Maurice.
Ellos se acercaron a mi, su mamá tenía una foto y su papá tenía una bolsa de papel. Su mamá me dio la foto, era de Maurice; me dijeron que yo era una chica grandiosa y agradecían que hubiera hablado con su hijo. Con lágrimas, el padre de Maurice me miró a los ojos, me dió la bolsa y malas noticias, Maurice había fallecido.
Antes de que lo subieran al transporte para llevarlo al hospital, Maurice recuperó la conciencia, su tía le entregó el libro y comentó de la visita que había recibido. Maurice entonces abrió el libro, descubriendo la nota que dejé:
"Te estaré esperando. Gracias por todo... Te amo"
Sonrió, dijo mi nombre y su vida se extinguió.
Cuando sus papás me terminaron de contar lo sucedido les sonreí agradeciéndoles, les pedí que si me podían dejar un tiempo a solas y después de despedirse todos dejaron el cuarto. Miré el contenido de la bolsa, dentro estaba el libro misterioso, sobresalía un trozo de papel y al abrirlo encontré su separador favorito junto con la última nota que había mandado a Maurice.
De repente algo hizo click; esa migraña intensa que no me dejaba moverme, yo viví los últimos momentos de Maurice con él. Me dí cuenta de la enorme conexión que teníamos, yo no sentí ni la mitad del dolor que él posiblemente sintió. De verdad lo extrañaría mucho: las conversaciones tan interesantes que teníamos, las salidas en las tardes a la biblioteca, sus bromas sin gracia, las notas, su amistad, su voz, su sonrisa... Respiré hondo, abracé el libro y mientras lloraba grité lo más fuerte posible.
Sólo quería hacer algo más...
Cuando me dieron de alta, fuí a la biblioteca y dejé la primer nota que Maurice me dió en el lugar que él siempre tomaba para leer.
Fuí al parque de diversiones, me subí nuevamente a la noria, a la misma cabina con el número 3, verde y con un poco de olor a banderillas y ahí dejé mi última nota.
Ahora tengo 24 años, hoy es el noveno aniversario de muerte de Maurice, de verdad lo extraño. Siempre mantengo su foto que sus padres me confiaron, el collar que aquella vez me regaló y el libro que dejó junto a mí.
Sinceramente no me arrepiento de haberme relacionado con ese chico serio que jugaba con su lápiz entre sus dedos el primer día de clases.
Maurice Alcott, siempre estarás en mi corazón, en el corazón de Soleil Thomas ya que ahora somos uno mismo, somos almas gemelas.
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