— Ve a una de las habitaciones para invitados, mandaré a alguien para que arregle el techo — se dirigió a la salida.
— Katu, estoy hablando seriamente cuando digo que...
— ¡DIJE QUE NO! — tomó algo de aire antes de volver a abrir la boca — Nadie irá al inframundo, nadie destruirá al demonio más poderoso y nadie abandonará el Reino celestial hasta que yo lo diga.
Katu caminó de regreso a la puerta principal, marchando con molestia, Xel-há se puso de pie y lo siguió sin pensarlo más de una vez, olvidando la existencia de aquellos otros dioses que también estaban presentes en la escena.
— Katu, tú lo sabes bien. Recordar mi vida pasada es algo muy importante para mí y esta es la oportunidad que el destino me está dando para averiguar qué fue lo que olvidé. Necesito ir en este viaje, por favor — Xel-há tuvo que apresurar su paso si en verdad quería alcanzarlo, agregando lo difícil que se volvió hablar y correr al mismo tiempo, necesitaba tomar un respiro pronto.
Dos pasos necesitaba para salir del Palacio, Xel-há tomó su último intento y logró aferrarse a su brazo, lo detuvo e insistió en hacerlo mirarlo a los ojos. Aquellas pupilas dilatadas cubiertas por una gruesa capa de lágrimas removieron sus entrañas, su rostro parecía más triste que molesto, aún con el dolor de su pecho no dudó en ninguno de sus movimientos o gestos, manteniendo su postura todo el tiempo. Katu no logró soportar más y, con las lágrimas cayendo por sus mejillas, abrazó a Xel-há encima del umbral.
— Sé cuánto ansías saber la verdad de tu vida como mortal y cuanto has luchado por obtener respuestas para así ascender a ser un dios primordial — con las dos palmas de sus manos tomó el rostro de Xel-há — Pero ese mundo no es cómo una aldea humana, el inframundo está plagado por alimañas, maldad y poca suerte. Odiaría dejarte ir y que a los pocos días lleguen noticias para nada agradables sobre tu paradero.
— No tiene por qué ser así — corrigió con insistencia.
— Quiero protegerte... Pero necesito que me permitas hacerlo...
Xel-há intentó corresponder el abrazo antes de decir algo más, pero Katu leyó sus pensamientos primero, se alejó un paso atrás, tomó sus mejillas y besó tiernamente su frente. Solo una tenue esfera de luz alcanzaba a iluminar escasos centímetros de sus cuerpos, era de noche por lo que los faroles estaban apagados y uno de ellos fue encendido para mirar el camino; los otros dioses tampoco se atrevieron a interrumpir, Katu era ahora su superior, no había nadie que iría en contra de sus palabras, nadie excepto Xel-há quien, sin temor, continuó refutando cada frase que Katu pronunciaba, pero incluso los más obstinados tienen un límite.
— Quédate... mañana ve a mi casa para almorzar.
Xel-há esta vez no refutó, de hecho no sabía cómo hacerlo, observó en silencio cómo el recién coronado rey de los dioses cerraba la puerta después de abandonar su casa. En cuestión de minutos, dentro de su recámara, una decena de querubines trabajaban para reparar el enorme agujero en el techo, esta noche debía dormir en una de las habitaciones extras del Palacio. Aquello se volvía un problema para Xel-há, no le agradaba mucho tener que dormir en su propia habitación, mucho menos dentro de cualquier otra, normalmente suele pasar sus noches en el mundo humano.
El insomnio era más evidente con la extraña sensación que no había abandonado su pecho, de hecho se había incrustado más en él. Su mente no podía olvidar aquellos intensos ojos rojos que desnudaron su cuerpo y alma en un par de segundos, imponiéndole miedo al igual que los cuentos relatan y despertando otra cosa en sus entrañas, una agradable e igual de melancólica sensación. Lleva siendo un Dios por no cientos, sino miles de años, en toda su vida como un ser divino nunca había tenido un encuentro tan cercano al ser más odiado por el clan al que pertenece; hasta se les es inculcado ese rencor desde que los nuevos dioses inician con sus aprendizajes.
De no ser porque en su vida pasada tuvo que morir para nacer cómo lo que es ahora, podría decirse que esta era la primera experiencia cercana a la muerte que había tenido. Su corazón seguía latiendo rápidamente, sentía que tendría un paro cardíaco en cualquier momento si no lograba tranquilizarse; recostado en la cama, apretó las sábanas con un puño para después crear una imagen mental del antifaz que el Rey Demonio portaba esta noche, la dichosa máscara cubría dos cuartas partes opuestas de su rostro, simulando un par de gotas negras apuntando hacia arriba y hacia abajo respectivamente. La corona, aquella creada de ceniza comprimida que podía convertirse en una cortina negra para cegar tu visión, mantenía un porte elegante y llamativo, Xel-há pensó que el rey demonio era estúpido, si venía al Reino celestial con algo tan ostentoso sobre la cabeza era obvio que sería descubierto.
A lo largo de la vida de un dios se le es explicado muchas veces las incontables atrocidades del inframundo, las leyes por las que se rige y la mayor advertencia de todas, no entrar al mundo de los demonios JAMÁS. Solo aquellos que algunos consideraban valientes y otros estúpidos, mayormente siendo dioses del cielo medio, se adentraban en ese mundo aunque no llegaban más allá del primer infierno. La cabeza de Xel-há volvió a palpitar, se retorció ligeramente en la cama y olvidó aquello que estaba pensando. En unas horas, por la mañana, su cabeza estaría despejada luego de descansar.
Irónicamente, luego de pensarlo, la mala suerte cayó en sus hombros, si bien despertó sin problemas, su mente se había puesto peor que antes. Una rutina ya vieja, tomar un baño en las aguas termales, vestirse con las llamativas ropas de un Dios y salir del Palacio con una pequeña sonrisa en los labios; para su tristeza esta vez no escaparía por el muro para continuar con sus aventuras en el mundo humano, si no llegaba rápido al palacio Real tendría grandes consecuencias.
En el momento en que su pie entró en el palacio, un querubín llegó a recogerlo, lo tomó de la mano y estuvo arrastrándolo por los miles de pasillos del primer piso. Luego de ya no sentir las plantas de sus pies fue que se detuvieron en un jardín interior, justo al centro de la casa; grandes árboles de Buganvilias creaban arcos de flores perfectos por encima del sitio, encapsulando una pequeña mesa blanca con diversos platillos encima de ella. Con fastidio, por la misma puerta de donde él ingresó, Katu caminaba con los ojos cerrados y sosteniendo su frente. Parecía cansado por alguna razón, su rostro permanecía apuesto, pero, debajo de sus ojos, una tenue línea púrpura buscaba hacerse presente, su cabello tampoco era el mejor ¿estaba peinado? Sí, pero no se veía igual que siempre.
— ¡Viniste! — Katu abrió los ojos sin esperar mirar a alguien dentro, sonrió sabiendo que Xel-há había aceptado su invitación de la noche anterior.
— ¿Ocurre algo? — Xel-há no logró terminar bien su pregunta, Katu lo tomó de la mano y lo arrastró hasta la mesa del lugar. Posó sus dos manos sobre los hombros de Xel-há y lo hizo sentarse en la silla.
— Nada, es solo que este lugar es un desastre. No es sencillo ser el gobernante del Reino Celestial.
Katu ocupó la segunda silla de madera blanca con una amplia sonrisa que no desaparecía de sus labios. Xel-há continuaba admirando las flores a su alrededor, nunca las había visto en tanta cantidad además de que hacían que el ambiente se impregnara de su dulce aroma. Dudó sobre si debía tomar alguno de los dulces que estaban sobre la mesa, pero, al ver que a Katu no le importaba, accedió a hacerlo; de un vaso bebió un trato de mezcal para que, al subir su mirada, se encontrara con el par de ojos que continuaban observándolo.
— ¿Qué? — Preguntó suavemente, dejando caer sus brazos sobre la mesa.
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