Katu, temeroso, pero decidido, sostuvo la mano que Xel-há tenía al lado del plato. Por instinto, Xel-há intentó alejarse resultándole imposible, los cálidos dedos de su compañero ya se habían entrelazado con los suyos; no tenía miedo alguno, pero sabía comprender que algo estaba por suceder. Y, cómo si se tratara de un acto de magia, un querubín lo había salvado antes de Katu pronunciara la primera palabra de lo que tanta ansiedad le provocaba el decir; ambos dioses escondieron sus manos bajo la mesa, disimulando la enorme tensión entre ambos.
— Dije que no me molestaran por un par de horas — Katu se quejó, reprimiendo tanta molestia que pudiera en su interior.
— Pero... Señor... Esto en verdad necesita su intervención divina — el querubín de inusuales tonos verdosos estaba preocupado por algo y debía ser un asunto en extremo importante al tener que pedir la ayuda del ser más supremo de esta ciudad. Katu hervía en rabia, respirando en repetidas ocasiones de una manera extrema, haciéndola lo suficientemente marcada para que el querubín entrara en pánico. Xel-há acercó el vaso con mezcal a su compañero, lo tomó y bebió de él sin dudarlo.
— Ve — Katu se sorprendió de escucharlo, Xel-há le sonreía tiernamente desde su asiento — Te están esperando.
El recién nombrado monarca soltó una carcajada que buscó cubrir con la mano. Con su codo encima de la mesa, sostuvo su cabeza con dos dedos.
— ¿Estarás aquí cuando regrese? — Xel-há asintió levemente dos veces. Convencido, accedió a acompañar al querubín, anhelando que el momento de reencontrarse llague lo antes posible. Que triste que Katu cerrara la puerta de una habitación que ya se encontraba vacía.
Xel-há no había perdido el tiempo comiendo y sonriendo para complacerlo, con disimulo estuvo observando a través del jardín de flores que los rodeaba, dándose cuenta de la existencia de una segunda puerta de salida. "No pudo haber llegado en mejor momento" pensó, en sus adentros agradecía la aparición del querubín, en cuanto Katu le dio la espalda aprovechó para salir también.
Lo estuvo pensando durante toda la noche, incluso la idea llegaba a su mente mientras caminaba por la calle de pétalos. Si deseaba emprender un viaje al inframundo para hablar cara a cara con la peor pesadilla del clan celestial, simplemente debía hacerlo nunca requirió obtener el permiso de los demás para bajar al mundo mortal ¿Por qué le importaría algo tan insignificante esta vez?
Solo existía un problema, Xel-há no tenían la más mínima idea de cómo llegar al inframundo. Se sabe que el Palacio principal cuenta con registros sobre el mundo donde los demonios viven dentro de su biblioteca, por lo que solo debía recorrer los pasillos del castillo hasta encontrarla, mirar algunos escritos para obtener información y huir lo más rápido que pueda. No sabía cuanto tiempo tardaría Katu en volver y, cuando viera que él no lo estaba esperando cómo prometió, movilizaría a todo el reino para buscarlo. Con el corazón a punto de salirse de su pecho se adentró por el laberinto que formaban los pasillos de la casa, se volvió más ansioso después de recorrer tantas habitaciones posibles de contar con ambas manos y no encontrar siquiera una señal que le indicara el paradero de la biblioteca.
Uno de los pasillos más anchos hacía un corte repentino al final del mismo, obligándolo a girar hacia la derecha si deseaba continuar por el mismo camino. Su cuerpo golpeó algo rígido luego de dar dos pasos más en esa intersección, de complexión pequeña y delgada, Xel-há sabía que se trataba de una persona.
— ¡Finalmente te encuentro! — La voz era reconfortante, Kunak era aquel cuerpo con el que se había golpeado — Pensé que habías escapado de este lugar cuando vi que ya no estabas en el jardín.
— ¿Qué haces aquí?
— Estuve siguiéndote desde que saliste de tu casa, no soy estúpido Xel-há, conozco bien lo que pasa por tu mente.
— ¿Y qué, vienes a darme un sermón e intentar detenerme? — Xel-há no detuvo su búsqueda en lo absoluto, caminaban entre más pasillos al mismo tiempo que discutían en silencio.
— No... En realidad me duele que pienses así — Kunak lo detuvo antes de continuar — Vengo para ayudarte.
Xel-há se volvió rígido al oírlo.
— ¿Sabes que es lo que estoy haciendo? — preguntó seriamente. Kunak, molesto por ser tratado como un idiota, se colocó frente a la vista de Xel-há y confirmó su postura.
— Piensas viajar al inframundo. Es peligroso, no voy a dejarte ir solo — tomó la mano de su amigo y lo arrastró en una dirección diferente a la que llevaban — Sé dónde se encuentra lo que estás buscando.
De ese modo, arrastrado por el querubín, Xel-há sonreía sorprendido de tener un amigo igual e incluso más loco que él mismo. En escasos minutos estuvieron subiendo una de las torres hasta llegar al punto más alto dónde las pistas para su viaje se encontraban; cientos, miles de libros sustituían las paredes, incontables metros de pasillos con librerías repletas de conocimientos nuevos y antiguos, poemas, cuentos, ciencia, magia, no había categoría que no estuviera cubierta por una considerable cantidad de textos que hablaran sobre ello. Estaban en el lugar indicado y ambos lo sabían.
Se miraron, asistieron y separaron sus caminos para abarcar mayor territorio; cargando más de doce libros cada uno, tomaron una mesa e iniciaron la búsqueda. No es como si hubiera un libro llamado "100 cosas que no sabes sobre el inframundo" rodeado de miles de luces mágicas que se exhibiera al público, un escrito que contenga tal información estaría oculto entre los demás o escrito por fragmentos distribuidos en cada categoría, no es algo que estaría al alcance de cualquiera. De ahí la dificultad que conlleva obtener el dato que Xel-há requiere para iniciar la búsqueda del rey demonio.
Fueron consumidos por la lectura sin darse cuenta de que el tiempo no se detenía, casi una hora había transcurrido desde que Xel-há abandonó el lugar del desayuno por lo que la falta de su presencia ya era evidente. La tranquilidad de la biblioteca se vio alterada debido al tocar de los tambores, aquel instrumento que utilizaban para alertar a los guardias sobre peligros o, en este caso, advertir sobre la desaparición de un dios.
— ¡Maldita sea, esos insoportables tambores llegaron antes de lo que creía! — Kunak se quejó cerrando el libro que había leído con furia.
— Katu debió apurarse para volver, ya sabe que hui del jardín — Xel-há corrió hacia la ventana, mirando como decenas de guardias imperiales llegaban al palacio para auxiliar con su búsqueda, era cuestión de tiempo para que llegaran a la biblioteca y si eso sucedía sus planes se vendrían abajo sin haberlos comenzado.
— ¿Qué hacemos? — Kunak se acercó por detrás — No hemos encontrado nada aún.
— Sostén mi cintura lo más fuerte que puedas — ordenó.
— ¡¿Qué?!
Xel-há obligó a Kunak a obedecerlo, analizó una última vez el panorama y, sin titubear, saltó por la ventana.
— ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
La reacción del querubín fue la correcta, su cuerpo reaccionó debido al miedo, no solo gritando, sino que sus dos brazos estrujaron el torso de Xel-há mientras caían al vacío. Xel-há lo soltó e hizo aparecer su arco mágico en una de sus manos, de la otra sacó una flecha que arrastraba una cuerda dorada de ella; tenía pocos segundos para reaccionar, prácticamente arrojó la flecha con la esperanza de salvarse. Tal vez no morirían por ello, pero si terminarían lastimados por un tiempo además de que los atraparían después.
La afilada punta tallada en obsidiana, después de rebotar en los tejados de varias torres, logró quedarse atrapada entre unas tejas que estaban levantadas. La mano de Xel-há sudaba en extremo y aun así se aferró incluso con las uñas a la cuerda; aún con el viento golpeando su rostro y su mejor amigo estrujando sus entrañas, lograron aterrizar en mitad de la calle principal.
— Ja-más... Jamás vuelvas a hacer eso... — Kunak, titubeando, siguió caminando hacia los límites de la ciudad.
Antes de irse echó un último vistazo hacia atrás, encontrándose con la preocupada mirada de Katu, quién había corrido hasta su balcón para encontrar a Xel-há. Detrás del líder llegaron los demás dioses primordiales, entre ellos los más importantes, la diosa del amor y el dios de la naturaleza. Tragó saliva con dificultad, esta vez pedir perdón sería más difícil, pero ya no podía dar marcha atrás a la locura que estaba por hacer. Se paró erguido, respiró profundamente y caminó detrás de Kunak sin volver a mirar atrás.
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